sábado, junio 24, 2006

En Tierra de Molinos y Ovnis



Puede que, cuando Chris Carter ideara a Mulder y Scully, creyera que había creado algo nuevo y original. Tal vez pensara que había descubierto una mirada distinta y original a finales del siglo XX. Hablo en forma subjuntiva porque, evidentemente, desconozco lo que rondaba por la cabeza del creador de la serie Expediente X. Quinientos años antes, alguien ya había intentado algo parecido y le fue bastante bien.


Mulder es a Don Quijote, lo que Scully a Sancho Panza. Entiendo que se trata de una premisa agresiva y plagada de excepciones, pero la metáfora se entiende perfectamente y ayuda en la comprensión de la perspectiva de la serie de televisión. Existen grandes diferencias, lo admito. Don Quijote es un loco en un mundo real, mientras que Mulder parece estar loco en un mundo que vive bajo el engaño. Aunque también existen grandes similitudes como Sancho y Scully que aportan cordura y serenidad a ambos protagonistas. Ambos cuerdos tienen raíces muy diferentes. Sancho simboliza la sabiduría popular de la época, la del hombre campesino y rural. Scully representa el conocimiento científico, basado en las leyes de la lógica y la ciencia. Son dos cuerdos distintos, pero que comparten la afinidad de ser referentes de la época para el sentido común.

Don Quijote responde a la premisa del hombre que ha sucumbido a la locura, tras años de ociosa lectura y alucinaciones. Es un loco gracioso y casi inofensivo en un mundo irreal que le supera. Mulder, en cambio, cree en una realidad distinta, pero vive una vida auténtica. Ante los demás, ambos están chalados y ahí reside su particularidad. La verdad para Mulder es tan sagrada como la vida misma, tan sagrada como los votos de caballería para Don Quijote. Ellos no se creen locos, no pueden. Luchan por que la gente vea el mundo tal y como ellos lo hacen, pero resulta una labor tan infructuosa como inútil porque siempre les supera.

Scully y Sancho comparten muchos más nexos de unión. En primer lugar, son los encargados de recoger los pedazos que quedan cuando sus compañeros fracasan. En segundo lugar, ambos se esfuerzan por hacer entrar en razón al otro, pese a que resulte una labor imposible y sacrificada. Ni Sancho, ni Scully serían tan venerados si faltara su opuesto, porque de ellos reciben la genialidad. Seamos sinceros, Sancho no sería nadie de no acompañar a su señor y, por el otro lado, Scully no dejaría de ser una agente del FBI de no haber conocido a Mulder. En tercer lugar, y no por ello menos importante, ambos demuestran una fidelidad que va más allá del deber y un respeto que sobrepasa los límites razonables. Sendos escuderos alcanzan una devoción más mística que humana.

Y ahora que ya me he metido en el charco y el lodo me sale por las orejas, me trae sin cuidado profundizar un poco más en las similitudes de “El Quijote” y Expediente X; aún a riesgo de escandalizar a los más heterodoxos lectores. No pretendo – no es al menos mi intención, - ensalzar la serie de televisión a costa del libro. No sería lógico porque el mérito de la serie está mucho más repartido y depende de productores, actores, directores etc. Que nadie saque esta lectura, especialmente con lo que voy a exponer a continuación.

Tanto el libro como la serie explotan el concepto de los dos personajes, el cuerdo y el loco que emprenden un camino del que no saben donde les puede llevar, ni como acabará. A diferencia de las obras clásicas que ensalzaban la figura del héroe o el protagonista, Cervantes propone un binomio. No soy experto en literatura clásica, pero me atrevería a sugerir que es uno de los precursores en este campo. A diferencia de clásicos como el Cid o, algo más antiguos, como Ulises y Eneas, donde el protagonista es un solo hombre contra su destino. Algo similar ocurre en la serie. Carter construye la serie pensando en los dos protagonistas, algo inaudito en la televisión. Recordemos que hasta la octava temporada, en los títulos de crédito Anderson y Duchovny son los únicos que aparecerán en la placas del FBI. En ambos casos, los protagonistas inician su particular camino hacia lo desconocido como protagonistas de la serie, con la misma importancia, aunque sea una formalidad (Opino que Mulder es mucho más protagonista que Scully). Los dos participan de un viaje ; tienen un camino que deberán recorrer y afrontan un destino que parece escrito a sus espaldas.

El Quijote, además de muchas otras cualidades, supuso el fin de la novelas de caballerías. No es que dejaran de leerse, al contrario siguieron leyéndose durante mucho tiempo, pero sí que dejaron de escribirse porque ya no tenía demasiado sentido. Cual moda, desaparecieron de los tinteros de los escritores y, quizás, Cervantes contribuyó a mejorar la literatura del siglo de oro español. No nos engañemos, las comedias de capa y espada siguieron representándose como forma de diversión; pero muchos escritores optaron por profundizar más en los temas con Cervantes y Shakespeare como referentes universales.

Algo parecido supuso la serie en la televisión. Hay un antes y un después de Expediente X donde la inteligencia y el factor psicológico desempeñan un factor más importante en la trama. Se han seguido haciendo culebrones y comedias familiares; en ese aspecto nada ha cambiado, pero la manera de tratar a la ciencia ficción sí lo ha hecho desde entonces. Sin duda alguna, se superó el estereotipo de los actores en pijamas y hoy valoramos mucho más el contenido emocional de las series de televisión y la importancia de los personajes como elementos que construyen un argumento. En segundo lugar, la serie también contribuyó a denostar el arquetipo de policía duro, insensible y perdonavidas, del que algunos actores habían logrado hacer un arte repetitivo y monótono; completamente alejado de la realidad. Por desgracia, como toda moda resurgirá tarde o temprano. Lo importante es confirmar, en este caso que es el que nos atañe, que la serie ha provisto al mundo de la ciencia ficción de un referente de calidad, donde se mezcló la intriga y el misterio con la inteligencia y un contenido de calidad.

Fijémonos hasta que punto la serie constituye un referente que los actores, diez años después, todavía no han conseguido superar a sus personajes. Tanto David como Gillian continúan siendo devorados por Mulder y Scully, metafóricamente hablando, como Saturno y sus hijos. Lo han intentado, pero la fuerza de los personajes y de la serie les oprime y pasarán aún algunos años hasta que puedan remontar el vuelo en sus carreras. Algo similar le sucedió a Cervantes. ¿Si preguntáramos a alguien de la calle hoy, podría decirnos alguna obra de Cervantes que no sea el Quijote?

Creo haber argumentado algunas similitudes o casualidades entre la serie de Carter y el libro de Cervantes. Como toda comparación, por odiosa que sea, ayuda a comprender y a tener una imagen más clara de lo que tenemos delante de nosotros. Hay poco del Quijote en Mulder, pero hay mucho de Sancho en Scully. No me cabe la menor duda. Y mientras haya un molino sobre el que abalanzarse, también existirá un Sancho que diga: “Mire vuestra merced, que no son ovnis. Son molinos.”

Grandes Villanos IV Hannibal Lecter


Cuando el enemigo está en nuestro interior. Cuando ahogamos los lamentos y chillidos de una parte de nosotros mismos. Cuando nos afanamos en esconder a los demás, lo que puede haber en nuestro interior. Cuando no queremos mirarnos al espejo, por temor a reflejarnos en una verdad que no podemos tolerar.


Me resulta extremadamente complejo montar un hilo conductor sobre esta figura, así que aún a riesgo de parecer desordenado y algo caótico, hablaré de los distintos aspectos del personaje libremente.

Sé que Lecter no es exactamente un personaje de ciencia ficción, pero siempre tuve la impresión de que hubiera sido un personaje excelente para una historia ambientada en el futuro, donde se supone que la humanidad sería mucho más avanzada y debiera haber podido dejar más atrás sus instintos más básicos. Admito, de todas formas, que los libros de Harris, al tener un marco de tiempo más cercano a nuestra época, confieren muchísima más fuerza y realismo al personaje.

De entre todos los males que nos azotan cuando vemos a Lecter es su antropofagia reconocida. Observamos claramente que es una desviación, un descarrilamiento de la persona, pero lejos de avergonzarse, el personaje lo convierte en su forma de vida. Hace de su enfermedad, una exaltación personal y una virtud. Para Lecter, la línea entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto no es que resulte borrosa, sencillamente la ha cambiado de lugar. Ha construido su propia ética y un sistema de valores a su medida.

El segundo rasgo que define a este personaje y que, de forma natural nos estremece, es su inteligencia. Brutalidad y sabiduría son un binomio que roza la aberración, poco dado a encuentros positivos; y así es como Lecter aparece ante el espectador. Y cuidado … que no me estoy refiriendo a sus formas siempre educadas y cultas; sino a su inteligencia – la que le ayuda a escapar de la prisión, mezclado con sus largos años dedicados a la investigación de la mente humana. Lecter se manifiesta como alguien amenazador porque, a diferencia de los trastornos de personalidad, él no posee tales limitaciones. Lecter es Jekyll y Hyde a la vez, un ente único que toma lo que desea y lo incorpora a una única personalidad. Hace de sus depravación una faceta más de su psique. Matar no supone un problema, aunque deba existir un motivo: la supervivencia o incluso la diversión.

¿Es consciente Lecter de su propia locura? Creo que no hay duda. Lo es, aunque no le llama por su nombre. Sabe que lo que hace está mal, pero no dentro de su escala moral. ¿Alguien cree que he dicho una tontería? Podemos ver la misma doble moral de Lecter hoy en cualquier país en el que convivan diferentes culturas y aún menos. La pena de muerte o la ablación son manifestaciones donde se sitúa nuestra propia escala moral. Para algunos, matar a un asesino puede significar justicia, para otros no. A un nivel distinto, el personaje de Harris es el reflejo de una postura personal (ciertamente ilegal, no lo discuto). Por tanto, hay mucho de nosotros mismos en la intrincada y maléfica personalidad de un asesino como Lecter.

Otro de los rasgos distintivos que hay en el personaje es su galopante sentimiento de superioridad. ¿Cómo justifica el creador del personaje que llegue hasta tal extremo? Partiendo de su inteligencia, hasta llegar al hastío dentro de su profesión. Opino (esto es una idea personal) que Lecter debió sentirse amargado en su profesión y, en vez de huir, construyó su propia coraza hasta que ésta le dotó de una escala de valores personal. No fue algo espontáneo, sino una desviación que debió durar años; por eso el personaje sale como alguien adulto que ronda ya los cincuenta. No podía ser de otro modo. Lecter es devorado por su profesión donde ve lo peor de la vida humana. No huye de ese encuentro, pero algo se le contagia y lo asimila. Algo que acaba aflorando en forma de asesino en serie con instintos antropofágicos. El monstruo que crece en él no es el fruto de la amargura, ni del desengaño. Lecter sigue siendo el mismo, pero más enfermo y, por supuesto, más demente.

Dentro de su personalidad, coexisten dos rasgos que provocan perplejidad. El primero es su sentido de la estética y su amor por el arte. Esta cualidad es sólo atribuible a aquellas personas con formación y alma de poeta. No nos escandalicemos, pero Lecter ve arte en su obra, tanto en la pintura como en el canibalismo. ¿Cuál es el tono burlón que mejor usa un poeta? La ironía. Lecter lo es y ejerce esa cualidad consigo mismo y con los demás. Lo hace cuando da de comer carne humana a sus invitados y también cuando hace volver loco al director del centro penitenciario y al FBI.

Lo peor de Lecter, lo que más nos asusta es que no es el fruto de un matrimonio destrozado, ni de un niño con problemas de abusos. No hay a quien echarle la culpa. Aterra comprender que puede convivir un monstruo entre nosotros y que se ha gestado por que sí, sin causa aparente. Puede ayudar a una ancianita a cruzar la calle, de la misma forma que puede matarla. Siguiendo la misma escala de valores en la que cree, fruto de sus experiencias, de su inteligencia y de sus motivaciones personales.

En resumen, Lecter simboliza la maldad que puede provenir de lo más profundo de nuestra personalidad. La peor de todas, aquella maldad que disfraza su esencia y deja de serlo ante nuestros ojos; para ser sólo visible por los demás. No por ello menos cruel, ni menos despiadada. La depravación de la inteligencia; la que demuestra que también la maldad, como la bondad y el odio, es algo que no conoce castas sociales ni prejuicios, sino que puede ser algo tan universal como el amor.

Grandes Villanos III Alien

HR Giger creó en 1978 un extraterrestre abominable y agresivo para la película “Alien”. Tenía formas redondeadas y un aspecto gigantesco.

Rápidamente, esta criatura tomó el protagonismo de la película y supuso el eje de tres secuelas más.

Resulta innegable que la creación de Giger es una de las más prolíficas y extraordinarias del género de ciencia ficción. El hecho de estar moldeada a finales de los años ochenta, no hace sino dotarla de mayor encanto, romanticismo y valor. Opino que, con los métodos actuales de animación y tecnología, difícilmente podrían mejorar la fuerza que transmite en la pantalla. Recientemente, he observado con cierta incredulidad como los productores supeditan un proyecto a los efectos visuales, sin llegar a considerar la carga dramática o emocional que es, la que en el fondo, nos conmueve y nos apasiona a la mayoría de espectadores. El proyecto de Giger logra los dos puntos, tanto carga emocional – ayudado por un buen director y un proyecto – como un aspecto visual digno.

Alien posee cierta reminiscencia humana y, además, cierto aspecto de insecto que resulta temible. El autor logra dotar a la criatura de una imagen que, a diferencia de todo lo visto previamente, se aleja de la estética humana para centrarse más en la apariencia insectívora. James Cameron, que dirigiría la secuela varios años más tarde, insistió en evitar que en su película los Alien anduvieran por ninguna de las escenas, ya que el recuerdo de lo humano reduciría la tensión y el miedo a la bestia. Porque, ciertamente, Alien es una bestia inmensa, rápida, atroz y posee algo muy propio de los villanos, no tener remordimientos al actuar. Su comportamiento, enmarcado dentro la ciencia ficción, es tan lógico y coherente como el de cualquier animal salvaje, aunque potenciado por la ferocidad y la agresividad.

Para empezar a entender la importancia del personaje, debemos estudiar la primera película. Con toda seguridad, si ésta hubiera fracasado por el motivo que fuere, Alien se hubiera hundido detrás. Así que, en cierta medida, no podemos olvidar que hay bastante mérito en todo lo que rodea a la bestia, más allá del genio su creador. Además, en la película original, el monstruo de forma grande, apenas aparece en pantalla y Ridley Scott juega con el espectador al escondite para generar una tensión que, para la época, resultaba poco menos que inconcebible. Puede que últimamente nos hayamos vacunado contra este tipo de escenas en las que esperas y esperas a que suceda algo y sólo sucede cuando no te lo esperas, pero en 1977 eso no era lo más habitual. Se habían hecho muchas y diferentes películas de tensión, pero Alien fue probablemente de las mejores. Se sabe que en la escena en que Harry Dean Stanton buscaba al gato, más de un espectador abandonó la sala agotado. Todo ese mérito no es de Giger, sino del director.

El binomio película/monstruo es indivisible y casi simbiótico. La película hace interesante al Alien y éste, a su vez, hace que la saga sea inolvidable, especialmente en las dos primeras películas (Scott y Cameron). La escena en que le explota el pecho al personaje de John Hurt pasará a la historia como una de las más espeluznantes y atrevidas de la historia del cine, no sólo por su naturalidad (los actores no sabían con exactitud qué sucedería) sino por el punto de inflexión que crea; hay un antes y un después de escena dentro del film construyendo el clímax y preparando al espectador para enfrentarse al Alien.

Luego, hay varios detalles que hacen de esta criatura un villano terrible y peligroso. El hecho de que su sangre sea ácido es algo que juega perfectamente con el subconsciente humano. Muchas personas tienen miedo del fuego y da angustia ver como alguien es quemado. No basta con matar a la bestia, porque en un mal golpe, su sangre te puede abrasar. Tenemos un insecto, ágil y fuerte, cuya sangre resulta abrasadora y que ve a los humanos como una simple fuente de alimento. Otro de los grandes aciertos de Alien es que, en ningún momento, se nos plantea el origen de esta criatura. Siempre nos hicieron creer que exisitiría en la Naturaleza como tantos millones de especies más, sin necesidad de explicar su génesis. No es el fruto de un experimento de laboratorio, ni nada parecido; lo que le confiere un toque divino o maligno, dependiendo de cada uno. Hay quien pudiera verle como el éxito de la evolución; otros tan solo como el ejemplo de un demonio más que ha creado la humanidad.

Así es. Mi fascinación por Alien – que no es mucha, lo confieso – proviene de esa reminiscencia diabólica que emana de su apariencia demoníaca. Cuando me imagino al diablo, veo más a Alien que a un señor con cuernos en la cabeza y vestido de rojo. Le imagino mirándome, como el diseño de Giger, sin ojos. Solamente una boca babeante de ácido que puede devorarte sin remordimientos, sin importarle quién seas.

Alien es el prototipo de enemigo simple y mortal, contra el que estás siempre en inferioridad si te enfrentas a él, de ahí el mérito de derrotarlo. Muchos pueden creer que tampoco es para tanto, pero recordemos que se han hecho cinco películas y todas ellas de alto presupuesto. Pocas bestias han sido tan explotadas y han aportado tanto a la ciencia ficción al mismo tiempo. Pensemos que, todavía hoy, cuando alguien quiere plantear un relato en el que aparece un extraterrestre agresivo, siente la sombra de Alien en el cogote y no puede deshacerse del referente. Por algo será.

Fahrenheit 451


Este artículo constituye un pequeño resumen del comentario de texto que publiqué hace unos meses en mi página personal.


No resultaría pretencioso afirmar que Farenheit 451 se ha convertido ya en un clásico de la literatura, no sólo de ciencia ficción, sino universal. Dejando a un lado la pura anécdota del libro, que todos recordamos con reminiscencias cervantinas y quijotescas, el autor plantea una obra seria y rigurosa con un tema trascendental que pervive todavía hoy en nuestra sociedad. Porque a diferencia de otros muchos libros que fracasan o no logran abordar correctamente su mensaje, Farenheit 451 resulta tan demoledor en su planteamiento como en el contenido. La idea no se encuentra oculta detrás de la anécdota, al contrario, el tema arde entre las páginas como un fuego que es imposible ignorar y que calienta al lector hasta el final.

Muchos tienen en mente la anécdota que destaca entre las páginas de la novela; bomberos que dedican su empeño en quemar libros porque la lectura está prohibida en esa sociedad. No hay duda de que la imagen es, por decirlo de algún modo, imborrable, especialmente para aquellas personas que aman la literatura y disfrutan con ella. Bradbury consigue de esta forma tensionar al lector, casi ofenderle con una idea agresiva y descarada que ataca los propios cimientos de nuestra sociedad. Por que si hay algo que nos distingue de los animales a parte del lenguaje hablado, es también el lenguaje escrito y la transmisión de conocimientos por placer o por necesidad. ¿Qué nos deja una sociedad sin libros? Aquí, en esta pregunta, reside la importancia de la anécdota y da el pistoletazo de salida para el hilo argumental de la novela.

El tiempo se sitúa en una sociedad futura descrita con el suficiente detalle para que nos parezca distinta, si bien muchas descripciones nos resultan familiares en comparación con la nuestra y ayudan al lector en la comprensión de ese mundo. La historia se narra en un plazo de tiempo no superior a una semana, aunque gran parte de la acción se sitúa en dos o tres días que van desde la incineración de la anciana y sus libros, hasta la huida hacia el bosque del protagonista.

El espacio se limita una ciudad, de la que no sabemos su nombre sólo que está cerca de un río y un bosque que lleva al centro del país. Sabemos, eso sí, que la acción transcurre en Estados Unidos y que ese país se encuentra al borde una guerra. Los lugares que utiliza el autor de la novela son variados y están bien detallados, la casa del protagonista, el cuartel de bomberos y las calles de esa ciudad.

La novela gira entorno de varios temas importantes, pero si hay uno que destaca, por encima de otros, es la necesidad que tiene el alma humana en progresar, evolucionar por encima de las convenciones que le rodea hasta encontrar la felicidad. Esta idea, de honda insatisfacción, se percibe con rotundidad en el personaje de Guy Montag, el bombero rebelde que desconoce los auténticos motivos que le impulsan a salvar libros de la quema. No empieza esa tarea por un sentido noble de justicia o rebeldía intelectual; lo hace por motivos tan simples como infantiles, la curiosidad y la necesidad de sentirse vivo. Cuando sospecha que hay algo más a parte de su vida, algo que escapa al control de lo establecido, le resulta imposible dar marcha atrás y retomar su antigua vida.

Mezclado entre las páginas, también descubriremos ideas sugerentes y atractivas, como la lucha del individuo frente a la sociedad establecida; la necesidad de cuestionarse un modelo de felicidad general que aborrece la singularidad de las personas y tiende a la homogeneización del grupo. Estas ideas no son lejanas, sino que podrían aplicarse hoy a la sociedad de inicios del siglo veintiuno. De ahí que la novela de Bradbury tenga tanta fuerza hoy como entonces.

Y por supuesto, no puedo olvidar hacer una referencia explícita a la censura que padece la sociedad descrita en la novela. Aunque Bradbury insiste en su prefacio de 1993 que fue su amor a los libros y a las bibliotecas los que le llevó a escribir el libro, la misma idea de censura y prohibición parece anecdótica cuando la comparamos con la insatisfacción del protagonista. La idea de privación de libertades está perfectamente clara en cada una de las páginas y constituye un elemento clave en la filosofía de la novela. El autor es inmisericorde con esa sociedad, la cual describe con dureza y acaba destruyendo; pero no radica ahí la importancia de la historia, sino la actitud que los distintos personajes presentan ante ésta. Bradbury nos describe una forma de censura, pero nos habla de la lucha frente a la frustración humana. Nos habla de cambio y del ostracismo de un ciudad incapaz de avanzar, prisionera de su falsa felicidad y que destruye su futuro, página a página, con cada incendio. El autor nos describe el efecto de la quema de libros en esa sociedad y es en ese efecto, no en la causa, donde se entretiene hablando al lector de las pasiones humanas; las grandezas y bajezas, la soledad y la búsqueda de algo más, que bien podríamos llamar felicidad. En el fondo, los libros resultan una metáfora que hace referencia al conocimiento humano y la necesidad de expresarse. Acabaremos identificando las páginas de cada libro quemado con sentimientos, sensaciones e ideas que se consumen a cuatrocientos cuarenta y un grados kelvin, dando título al libro.

Ya como último comentario de esta parte y a título personal, no puedo dejar pasar la oportunidad de hablar de la quema de libros como símbolo de destrucción para una sociedad. Hace algunas generaciones, la Santa Inquisición abogó por la quema de libros como método útil y ejemplar frente al ateísmo y la herejía. Si alguien no podía leer aquellas ideas, tampoco podría estudiarlas. La metáfora de la pira como elemento de destrucción de libros no debe extrañarnos como si fuera una apuesta desesperada del autor en un futuro, porque ya ha ocurrido. La Iglesia en el pasado ha utilizado los mismos métodos para luchar contra aquellas ideas que parecían alejarse del dogma de la fe. No funcionaron entonces, Bradbury tampoco las hace funcionar en su obra y eso es remarcable. El autor no ejerce un paralelismo consciente entre ambas situaciones, pero la realidad es que existen semejanzas que se intuyen y no se dicen. El reflejo de una sociedad anclada en el conservadurismo que lucha con todos los medios a su alcance para perpetuarse en el inmovilismo resulta familiar. Una sociedad con normas tan ridículas como auténticas, juzgando o diciendo qué puede hacerse y qué no, lo que está bien y lo que está mal, por absurdo que nos parezca a nosotros como lectores resulta visible entre las páginas de Fahrenheit 451.

El final contiene una fuerza extraordinaria. Creo que se muestra acorde con la idea que el libro transmite, pero produce sensaciones tan agradables como insatisfactorias. Se trata de un final abierto, cargado de esperanza y tristeza al mismo tiempo. El mérito es del autor, de eso no tengo ninguna duda, porque no cae en la facilidad de hacer de Montag un mártir, ni un héroe. Convierte al protagonista en un luchador, en uno más de los vagabundos que guardarán parte de los secretos de la humanidad en su mente. No habrá grandes alabanzas, ni honores para él por haberse enfrentado a sus inquietudes y derrotado a una ciudad entera, con sabueso incluido. De una forma estéticamente perfecta, Montag se convertirá en un libro. La ironía no debe ser tomada a la ligera, pues se convierte en aquello que ha destruido desde que tenía veinte años. De forma consciente, los libros regresan a su estado inicial, la transmisión oral; porque es allí donde iniciaron su camino y es ahí donde no pueden ser destruidos. No sobrevivirán todos, pero el mensaje del autor nos dice que quizás sobreviva lo suficiente para hacer un nuevo mundo, mejor y más inteligente que el actual. La sociedad que no aprende de sus errores, está condenada a repetirlos; la fuerza de la humanidad está en las personas y no en los libros. El avance de todos se relaciona con la interpretación del conocimiento adquirido y de hacer un buen uso de los libros que se tienen.

Publicado orginalmente aquí:

Podéis bajaros el documento en formato pdf:

El libro puede ser adquirido en cualquier libería. Animo a cualquiera que lo lea. No es excesivamente largo y tiene la virtud de hacerte pensar.

Mi Gusto por Expediente X

Supongo que cada cuál que se haya interesado por la serie Expediente X, habrá tenido motivos tan personales, como íntimos. En este artículo pretendo hacer una pequeña exposición de cuáles fueron los míos.


Cuando la serie llegó de la mano de Telecinco hace ya quince años, ¡¿Quién nos lo iba a decir?! No mostré demasiado entusiasmo por verla. Recuerdo que yo estudiaba bachillerato en aquella época, probablemente, ya estaba terminando. Mis días transcurrían como una carrera de obstáculos, de asignatura en asignatura y de examen en examen. Estudiaba por la tarde y las clases no terminaban hasta casi las nueve y media, lo que prolongaba mi regreso a casa, hasta pasadas las diez. En aquella época, yo no disponía de televisión privada en mi cuarto; debía compartirla en el comedor de casa. No hará falta decirlo, pero a mis padres nunca les gustó la serie, así que mi primer episodio llegó al final de la segunda temporada.

Un día, por azar, empecé a seguir un capítulo. Recuerdo perfectamente cuál era, ‘#2x23 Luz Difusa’ y, seguidamente, pasaron el ‘#2x24 Nuestra Ciudad’. Fue una experiencia única e irrepetible. Desde aquel día, no pude dejar de verla. No tuve acceso a la televisión grande, en el comedor, así que me apoderé de la pequeño receptor en la habitación de mis padres cada martes por la noche. Creo recordar que vi muchísimos episodios, hasta casi la séptima temporada como un seguidor fiel. Me aferraba a la pequeña pantalla, nunca mejor dicho, con ganas de ver televisión.

¿Qué tenía la serie de especial? Aunque pueda parecer una tontería, nunca llegó a asustarme. Me refiero a escenas de tensión que pillan desprevenido al espectador y le sobresaltan. Mis amigos saben que odio eso. Y, aún sin existir esas escenas, más de una y más de dos escenas por episodio me sobrecogían. No era un temor físico, sino un terror psicológico, que azotaba a mi mente y a mi espíritu, no a mi cuerpo. Fue cuando empecé a aficionarme al cine, porque comprendí que el miedo no sólo existe en una película de horror; puede existir en la mente, tanto o más embriagador que el físico. Mi pasión por la serie continuó y, cuando pasaron el episodio ‘#3x04 El Descanso Final de Clyde Bruckman’ supe que no dejaría de verla,. Así lo hice, hasta que, con devaneos incluidos de la cadena de televisión privada, Telecinco emitió el último episodio.

No resulta fácil ser seguidor de la serie. No sólo por culpa de las cadenas de televisión, sino también por culpa de los episodios que forman parte de la mitología de la serie (mytharc, episodios sobre extraterrestres). Sus constantes giros y capciosos argumentos dificultan la comprensión, si no repasas constantemente y tienes algunos conceptos claros. Era en aquellos instantes, cuando recordaba los grandes momentos de la segunda y tercera temporada, repleta de terror psicológico e inteligencia emocional. No hubiera aguantado de otro modo.

Porque realmente, muchos de los episodios que no tratan sobre abducciones consiguen sacar a relucir lo mejor de la serie. Se montan como historias cortas que establecen una química, no sólo entre los personajes, sino también con el espectador. Los gestos y miradas de los actores, conforme avanzan las temporadas, resultan más y más fáciles de entender; mientras que muchas de las historias se vuelven más indescifrables y torpes. Ciertamente, los episodios iniciales, hasta la quinta temporada aproximadamente, desean mostrar algo más que sólo una historia de miedo.

Sospecho que es en el conjunto, y no en las partes; donde la serie consigue dar lo mejor de sí misma. Un buen inicio y un desarrollo loable y bien estructurado. Salpicado de episodios fantásticos, pero que te hacen siempre pensar. Con el tiempo, llegó lo inevitable cuando Carter, el creador, no permitió crecer a sus personajes maduraran como es debido, y lo que es peor, dejó crecer demasiado la historia hasta un punto que ya no pudo controlarla y se les fue de las manos. Me refiero, claro está, a la octava y novena temporada.

Me gusta la serie porque, en el fondo, estaba condenada al fracaso. Y no me refiero al fracaso de las audiencias, sino al fracaso de los personajes. Siempre se nos dejó claro que Mulder o Scully jamás lograrían demostrar nada. Y tanto fue así, que desarrollamos todos una cierta empatía por aquel larguirucho investigador, fiel a la verdad, inteligente y, también, un fracasado. Porque supongo que el fracaso siempre resulta mucho más atractivo que la derrota y a pocos nos interesa escuchar la historia de un ganador. A mí, los tipos con suerte y felices, pues me dan rabia. Lástima que Carter no reflejara tampoco el destino de Mulder en el transcurso de la serie.

Finalmente, me atrajo mucho la relación entre ambos protagonistas. Se decía por entonces que la inteligencia también era sexy. ¡Cuánta verdad! Porque ya no se trataba de aquella relación tan típica y mascada de las series, en la que los protagonistas trabajan para Juno, con dos caras; odiándose y amándose a la vez. Estos dos personajes sentían un profundo respeto hacia el otro y nunca dieron señales de querer cruzar esa línea. Pero el mundo no se basa en el respeto amigable de las personas, de ser así muchos de nosotros no existiríamos. Carter fue dando pistas de que ambos sentían mucho más. Nunca he criticado ese punto, sobretodo, porque la tensión sexual no explotaba en la pantalla. Sólo eran simples guiños al espectador, mientras su amistad se afianzaba. ¿Qué sucede cuándo tu mejor amigo es del sexo opuesto? En la mayoría de casos, salvo excepciones, las otras relaciones no terminan de funcionar tan bien. Pero eso es otra historia, y será contada en otra ocasión.


Lista de Episodios mencionados en este artículo:
#2x23 Luz Difusa

Fecha de redacción: 05/10/2005

Un Tema, Dos Temas, Tres Temas ...

Desde hace varios años, cuanta más ciencia ficción leo, más me convence la necesidad de que exista un tema que gire alrededor de cualquier escrito, por pequeño que sea.


Hace varios días, releí una historia corta de Ray Bradbury, “El Peatón”, que trata sobre la detención de un individuo por el simple hecho de andar de noche. Según nos cuenta el narrador en la historia, es una práctica prohibida en la sociedad del libro. Me pareció demoledor. No sólo por el hecho en sí mismo, que es una simple anécdota, sino por el contenido que va implícito en el mensaje. ¿Aceptaríamos una sociedad así? ¿Puede que esté pasando algo tan simple como esto en los días que corren?

Sin darme cuenta, me vino a la mente la imagen del pobre chico brasileño muerto por disparos a bocajarro en Londres, este verano. Me estremecí en aquel instante, quizás por la similitud o quizás porque me pareció ver una profecía cumplida, más allá de toda lógica, por un escritor cuya única visión era la palabra. ¿No estaremos más cerca de lo que creíamos a una realidad exasperadamente ilógica?

Este es un ejemplo evidente de la importancia del tema, especialmente, en los relatos cortos. También es otra prueba que demuestra que el tema suele estar ante nuestros ojos, no es algo irreal. Las historias, por ridículas que parezcan, cuando van acompañadas de un motivo que trasciende la anécdota y nos encaminan entre sus palabras hacia una idea o un concepto; en fin, destacan y sobresalen del resto. Porque el tema es atemporal, no está sujeto a la esclavitud del tiempo, sino que nos ha acompañado desde hace siglos. Como lo hace la simple idea del peatón caminando por una calle oscura, por el simple placer de caminar, y cuyo objetivo es hacernos recapacitar sobre la cantidad de estupideces que el hombre es capaz de hacer, en el pasado, en el presente o en el futuro. Al menos, esa es mi lectura del tema.

Existen muchos y variados temas que pueden surgir dentro de pequeñas historias, especialmente en aquellas que provienen de buenos escritores. Por desgracia, no es suficiente que el tema sea bueno, el ejemplo también debe serlo. Así de pronto recuerdo una historia de Quim Monzó que trataba sobre la autoestima de un hombre. Su mujer adoraba más a su pene que a él y eso, al marido, le generaba frustración. El autor propone una idea tan intensa e interesante, como explícita y violenta para trasladarnos a un ambiente obsceno donde incluso resulta fácil sentir empatía por el hombre. La misma historia, incluso en este caso, también nos propone una segunda lectura. La esclavitud del ser humano ante aquello que venera y que puede hacer daño a otros. Porque las historias, más a menudo de lo que creemos, responden ante varios temas. Especialmente las que están bien escritas.

Existen miles de temas y motivos que están ahí, esperando una nueva historia que los muestre al mundo. No es difícil encontrar alguno, por pequeño que sea; la importancia del amor sobre el dinero; el miedo al cambio y a la tecnología; el rechazo social de las personas ajenas; las consecuencias de un mundo mezquino y cruel … Sintámonos libres de usarlas y buscarlas. Pero debemos recordar que la anécdota también existe y debe ser narrada. Eso no es sólo una historia, sino un tema que se ha contado miles y millones de veces.

Fecha de redacción: 3 de diciembre de 2005

Asimov y el Tiempo

Hace varios días, empecé a leer una recopilación de historias de Isaac Asimov. Incluían una serie de comentarios sobre sus inicios y la forma en que fueron creadas. En ese libro, Asimov explica no sólo el miedo que tenía a que los editores rechazaran sus narraciones, sino también el placer que le produjo ver algunas de ellas publicadas en revistas de la época.

De sus principales argumentos, me conmovió la ingenuidad con que narraba algunos detalles y ciertos clichés de la época. Tanto es así que me hizo pensar sobre la interferencia del presente del escritor en la ciencia ficción. Muchas de aquellas ideas formaban parte de un presente que se perpetuaba con matices, por ejemplo el correo. Asimov narra las peripecias de dos carteros espaciales. Hoy en día, nos parecería ingenuo tales argumentos, porque tenemos algo nuevo y maravilloso que recibe el nombre de mail. Claro que, por entonces, lo conceptos de computador y ordenadores eran casi nulos. Hablo de mil novecientos treinta y ocho hasta mil novecientos cuarenta y dos.

Me impactó porque, digo yo, que sucederá lo mismo dentro de sesenta años, cuando nuestros biznietos se rían de nosotros por hablar de cosas tan simples e ingenuas como, quizás, viajes en el tiempo o la teoría de la relatividad. Quizás porque la ciencia ha avanzado a pasos de gigante, yo diría que incluso más en comparación, que nuestra propia imaginación (Al menos lo parece); debemos maravillarnos del camino recorrido por el hombre y la mujer, frente al ritmo del pasado, mucho más lento y torpe. Hoy la ciencia nos ha hablado mejor sobre lo que nos viene encima y las empresas de marketing también se afanan en vislumbrar un futuro brillante, que nos dejará con la boca abierta. Ciencia y dinero han creado un binomio que aparece en el telediario, aunque no seamos consciente de ello. Porque la ciencia, como cualquier producto, también ha de venderse.

Pienso, entonces. ¿Qué hubiera hecho un personaje como Asimov en nuestros días? Tal vez, si me permito lanzar mi imaginación y lo contrasto con lo que leí en sus libro; concluyo que no hubiera publicado nunca su obra y hubiese desistido de ser escritor. Reconoce, en el libro, que le daba pánico que nadie quisiera su trabajo. Y cuando uno de los editores le recomienda que escriba mucho porque pasarán más de diez historias antes de que publiquen una, él se lanza a la labor de conseguirlo. Con el bagaje literario y los cambios que se están sucediendo en el mundo literario en nuestra sociedad, me inclino por pensar que lo hubiera dejado. Tal vez, con algo de suerte, hubiese creado un blog en algún servidor y se hubiera entregado a una vida aburrida y una serie de páginas web en las que publicar.

Y no me comparo con él; que nadie se lleve a confusiones. Más bien lamento la ingenuidad del pasado, de un tiempo en el que costaba más escribir y hacer una novela suponía un esfuerzo mayor. Con máquinas de escribir ruidosas, sin ordenadores ni procesadores de texto, que nos simplifican las revisiones. Sin la posibilidad que nos brinda hoy internet de publicar nuestro trabajo, para quien quiera leerlo. Pagando, eso sí.

Yo no gano dinero por escribir, pero reconozco que me divierte. Incluso más que leer, aunque soy consciente de que haber dicho algo feo. Creo que en nuestra sociedad, Asimov se hubiera perdido en el tiempo, madurando como escritor anónimo. Algún día, hablaré más en profundidad de él, por ahora, basta con decir que reconoce que su carrera fue a mejor, pero a un ritmo lento en comparación con otros. Por lo menos, él lo consiguió … otros no tendremos tanta suerte.

Publicado originalmente en:

Excusen mi Subjetividad

Este artículo intenta ofrecernos una perspectiva diferente sobre los argumentos con los que acostumbramos a expresar nuestros gustos o desagrados por la ciencia ficción. No intenta convencernos para que nos guste, sino que pretende que nuestras reflexiones profundicen un poco más, a pesar de que sean subjetivas.


Publicado originalmente en: http://www.expedientex.org/index.php?2005/12/03/2-me-gusta-la-ciencia-ficcion


Cuando se trata de llegar a un cierto grado de consenso en el arte sobre lo que es bueno o lo que no lo es tanto, nos encontramos con la desagradable sorpresa de que se trata de una tarea imposible. Analizar o intenta explicar por qué un libro es una obra maestra o, simplemente, es bueno, puede llegar a ser una auténtica cruzada. Los gustos o las sensaciones subjetivas que percibimos en el arte pueden llegar a ser una variable incontrolada en el análisis, aunque yo prefiero creer que no. A menudo pienso que, de la misma forma que hay gente que los árboles no les permiten ver el bosque, el desagrado de una forma de arte o, de una simple historia por culpa de su temática, puede impedir ver una buena obra. Pongamos un ejemplo: decir que ‘Romeo & Julieta' no es una buena historia de amor porque no te gusta el teatro, la literatura inglesa, el romanticismo o la literatura del siglo XVII; creo que no serían argumentos válidos, sino excusas. En cambio, supongamos que yo dijera que no considero a ‘Romeo & Julieta' una gran historia de amor, porque opino que el suicidio no podrá ser una expresión de amor sincero y eso me desagrada; aquí la cosa cambia.

Y es en el gusto o en el desagrado desde donde me gustaría iniciar este pequeño ensayo sobre la ciencia ficción. Si el lector cree haberme entendido mal, al intentar hacer una reflexión desde un punto de visto subjetivo, se equivoca; ya que esa es mi intención. Ya he dicho antes que no busco excusas en las preferencias o en los desagrados, sino argumentos que sostengan esas apreciaciones. Cuando alguien me ha dicho alguna vez: “No me gusta la ciencia ficción”; acostumbro a hacerle la misma pregunta: “¿Por qué?”. Las respuestas acostumbran a ser excusas: “no me gusta la acción”, “son irreales”, “son absurdas” etc. Pero aún así, las excusas no son una exclusividad para la ciencia ficción, son innatas en los gustos o desagrados del ser humano. Acostumbro a oír excusas parecidas cuando pregunto a otras personas por qué no les gustan las historias románticas. Las respuestas más comunes en esos casos son: “son un rollo”, “siempre es lo mismo” o “no paran de hablar”.

Llegados a este punto, creo que la mayoría de lectores pueden entender cuál es mi punto de partida. Creo que la ciencia ficción como género, ya sea narrativo, cinematográfico, teatral etc. ha caído en el pecado de la popularidad. En el momento en que algo gusta, se suele caer en las excusas, tanto para decir algo bueno como para algo malo. Pero esta caída libre no es una exclusividad del público, sino también de la crítica, que observa como el volumen de obras de ciencia ficción inunda el mercado para satisfacer la demanda; a veces con cierta calidad y otras como puro rancho para las masas hambrientas. Al final, muchos acaban pensando que los consumidores de ciencia ficción son incapaces de apreciar argumentos válidos para defender este género. Bajo mi punto de vista, no es menos cierto que muchos seguidores de ciencia ficción tengan el mismo problema que muchos lectores de novelas rosa; puro y simple mal gusto. Pero asegurar que toda la literatura rosa, como toda la ciencia ficción son géneros de segunda categoría, supone situarse al mismo nivel que los ávidos consumidores sin paladar de estos géneros.

La ciencia ficción, como género artístico, no puede escapar de estructuras o mecanismos que den vida a las historias; ya sean recursos literarios o cinematográficos. Tanto si nos gusta la ciencia ficción, como si no nos gusta, deberemos hacer un esfuerzo para entender un argumento, ver una evolución en los personajes, entender un marco de tiempo y/o extraer un tema o una idea que el autor nos haya querido transmitir; por ejemplo. La literatura realista, social, histórica o de ficción; no podrá jamás escapar de unas reglas básicas que cualquier escritor, ya sea de novela, teatro, verso etc. deba seguir. La ciencia ficción no es un cheque en blanco para el autor, sino una ampliación de los horizontes de la imaginación.
Existen reglas y la ciencia ficción no debe saltárselas, como tampoco lo deberían hacer otros géneros literarios. Llegados a este punto me gustaría centrarme en un aspecto muy concreto de la creación artística: el tema. El tema es aquella idea que el autor nos intenta transmitir por encima de la anécdota y los hechos. Los temas suelen ser universales y comunes en culturas diferentes. Pongamos algunos ejemplos: el afán de superación ante las adversidades, la lucha de una madre por su hijo, el ansia de libertad, ser capaz de perdonar a pesar de las injusticias recibidas etc. ¿Alguien puede asegurarme que la ciencia ficción no puede abordar estos temas? Pretendo dejar claro que, por el hecho de que tenga más recursos que otros géneros, no implica que una novela de ciencia ficción sea mejor o peor que otra de un género distinto; ni tampoco puede desentenderse de la forma, por ejemplo, de la presentación, el nudo y el desenlace como esquema. El gusto o desagrado por la ciencia ficción no debería ser presentado como una excusa, sino como un argumento.

Tal y como decía antes, la excusa de que la ciencia ficción es comercial, no me sirve como argumento para expresar agrado o desagrado por la ciencia ficción. También he intentado argumentar como la ciencia ficción no escapa de unos procedimientos artísticos y estructurales. ¿Qué tipo de argumentos daré por válidos? Todos aquellos que no sean una excusa y estén controlados por la subjetividad. Lo cierto es que no parece una tarea fácil y, tampoco objetiva, pero con unos pocos ejemplos creo que el lector podrá entenderlo mejor.
Personalmente, no me gustan las injusticias. Me pongo violento cuando leo un libro o veo una escena que aborda la injusticia y se recrea. Por tanto, puedo asegurar que si veo una película sobre ese tema, no importa si los hechos suceden en la prehistoria, están basados o no en hechos reales o, casualmente, son de ciencia ficción … sé que no me van a gustar. Entiendo que la gente pueda argumentar que no le gusta la ciencia ficción, porque entiende que no es necesario o le desagrada ver o leer de una realidad en que las reglas de la ciencia pueden cambiar. Eso es un argumento, no una excusa. La excusa o pretexto sería decir que la ciencia ficción no me gusta, porque es irreal.

Tal y como apunta el título del ensayo, a mí me gusta la ciencia ficción. Como argumento a mi subjetividad, me gustaría explicar por qué. Me gusta la ciencia ficción porque es capaz de mostrarnos y hacer hipótesis sobre un futuro mejor, aunque con los mismos problemas que tenemos ahora. Me gusta la ciencia ficción cuando veo que es capaz de tratar temas en situaciones distintas, para darnos a entender que el futuro no está en los hechos distantes e inventados, sino en nosotros mismos, pero, como decía Michael Ende, esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

Dos Personajes y un Destino

“- Humm … - dijo el viejo inspeccionando el volumen por todos los costados, como si fuese un objeto extraño-. Es un libro importante, pero muy aburrido.
El muchacho se quedó sorprendido. El viejo sabía leer, y además ya había leído aquel libro. Y si era aburrido, como él decía, aún tendría tiempo de cambiarlo por otro.
- Es un libro que habla de lo que hablan casi todos los libros – continuó el viejo-. De la incapacidad que las personas tienen para escoger su propio destino. Y termina haciendo que todo el mundo crea la mayor mentira del mundo.
- ¿Cuál es la mayor mentira del mundo? – indagó, sorprendido, el muchacho.
- Es ésta: en un determinado momento de nuestra existencia, perdemos el control de nuestras vidas, y éstas pasan a ser gobernadas por el destino. Ésta es la mayor mentira del mundo.”

( El Alquimista. Paulo Coelho)


Hace unos días me encontré con este relato leyendo el libro de Paulo Coelho y me estremeció, no sólo lo acertado de la frase, sino también su universalidad y sencillez. Empecé a pensar muy seriamente si todo cuanto más admiro ya sea en literatura o en cine, podía llegar a coincidir con ese planteamiento tan acertado y fatalista a la vez. Tuve que admitir que así era.

Medio absorto y boquiabierto dejé de leer durante unos cinco minutos para recapitular, para hacerme una idea de la magnitud y el alcance de esa frase. En aquel momento, me desplazaba en tren a mi lugar de trabajo y miré por la ventanilla. Pocos libros este año, - este es el tercero, - han logrado que interrumpa mi lectura y dedique un tiempo a pensar seriamente sobre una frase o una escena. Así que, mientras veía como los distintos paisajes se cedían al paso imperturbable del tren, mi mente hervía con ejemplos y se desplazaba a una velocidad de vértigo.

¿Realmente puede ser tan simple? El alquimista del libro revela un secreto que, a mi gusto, tiene tanto o más valor que la piedra filosofal. ¿Quién sabe? Tal vez la piedra filosofal sea una simple metáfora; distinta para cada uno. Algo que consigue abrir las puertas a un plano de entendimiento superior o un nivel distinto de conocimiento. Esas frases, en aquel momento, me revelaron la importancia del destino en una obra literario. ¿Cuántos libros tratan de la incapacidad del ser humano para elegir su destino? ¿Cuántos en mi biblioteca?

El viejo alquimista de Coelho, bajo mi punto de vista, se limita distinguir entre dos tipos de héroes. Los primeros son aquellos que consiguen superar su destino, sus propias limitaciones y llegar hacia el lugar que ellos mismos se han fijado. El segundo grupo englobaría a todos que se ven superados o que son incapaces de superar las limitaciones que les vienen impuestas y, como no puede ser de otra forma, sucumben.

La frase puede tomarse desde dos puntos de vista distintos y, ambos sentidos constituyen el reflejo de una forma de vida y también de una forma de ser. El Viejo del libro nos señala que todos podemos superar al destino que nos ha sido impuesto. No asegura que esa habilidad no forma parte exclusivamente de los héroes, sino también del resto de los mortales. Todos, en definitiva, estamos por encima de nuestras limitaciones, ya sean reales o imaginarias. También nos señala que siempre podemos elegir, que la decisión está a nuestro alcance y que, aunque nos cueste creerlo, podemos superar a la adversidad, sin que ésta nos supere a nosotros. Ante esta perspectiva, comprenderá el lector que imagine dos puntos de vista o dos actitudes: creer o no creer en tales afirmaciones.

¿Acaso podemos superar todas nuestras adversidades? Y digo adversidades porque, para mí, el destino que nos plantea el viejo es un obstáculo que se debe superar. Para el alquimista, quienes no superan esa limitación parecen pertenecer al grupo de los repudiados o, dicho de otra forma, al pelotón de los torpes. Me extrañó a primera vista que el personaje despreciara el viaje, el “pathos” del protagonista que fracasa. Luego me di cuenta que no lo hace por acción, sino por omisión. En el texto, se venera al héroe y su lucha; se ensalza el valor del triunfo sobre el destino. La mayoría de libros, que tratan de personajes que sucumben ante el destino, - en la frase del libro de Coelho - resultan menospreciados y humillados por influir negativamente en la sociedad. Entonces, yo me pregunto ¿Qué hay de la lucha? ¿Acaso la lucha no es tanto o más importante que el resultado?

Existen grandes personajes de la literatura y gente real que han sucumbido, que han sido derrotados por su destino y que no han sido capaces de superar su adversidad. Destinos más nobles y prosaicos, pero todos al fin y al cabo, un reflejo de la lucha del hombre y de la mujer ante la fatalidad. La lucha no debe menospreciarse porque, aunque creamos que el ser humano puede elegir su destino, el nivel de exigencia o la dificultad no es la misma por igual a todos y, desde luego, tampoco tiene por qué ser justa. Tal vez un cristiano nos diría que su dios aprieta, pero no ahoga. ¡Quien sabe!

Así que pasé de sentirme eufórico por haber leído un pasaje sorprendente, a notar un cierto desprecio por el personaje del viejo alquimista de la novela y también algo de indignación. Lo hice no porque no creyera que, en el fondo, tuviera gran parte de razón sino por el desprecio o indiferencia de la lucha. Y ya que estamos en un blog de ciencia de ficción, mientras escribo y releo este artículo me ha venido a la mente la imagen del monstruo de Frankenstein. El monstruo es incapaz de llegar hasta donde le gustaría y, en cierto modo, fracasa en su intento de volver a ser humano, de sentirse querido, de experimentar el amor. Su destino es abrumador, pero lo bello del monstruo no está en el resultado, sino en su lucha. No podemos medir los resultados que obtiene por el rasero del éxito o el fracaso. Su lucha me parece tan bella o más que un posible triunfo y, desde luego, su fracaso no convierte al libro o a la idea en el grupo de las mayores mentiras.

Tal vez lo bello no está en ser el mejor, en triunfar. El destino no puede reducirse a un conjunto de decisiones o elecciones. Nuestras ansias y nuestros deseos son, en definitiva, algo por lo que luchar y superarnos. Lo importante, creo, es la lucha y eso es algo que la buena literatura y el buen cine están hartos de mostrarnos.

Grandes Villanos II Los Borg

Una frase, cruel y poderosa, define a los Borg: “La resistencia es fútil”.
Bajo tales parámetros, se ampara una raza de alienígenas para quienes los términos “bien y mal” son irrelevantes. El honor, la lucha, el miedo, la negociación … todo es irrelevante. Todo excepto la asimilación, y su resistencia, que es fútil.

Corría la segunda temporada de la serie Star Trek: La Nueva Generación cuando irrumpen en la pantalla los Borg. Su aparición tiene como teloneros a dos personajes recurrentes de la serie ( Q y Guinan ), interpretados por dos actores conocidos: John de Lancie y Whoppi Goldberg, respectivamente. El contexto también resulta más que curioso. La serie no corría peligro, pero los productores y Genne Roddenberry habían fracasado estrepitosamente en la creación de los que consideraban, un año antes que debían ser la raza de seres malvados con quienes la Federación había de pelear; los Ferengui. Los seguidores daban poca credibilidad a esos personajes y, si bien no fueron descartados por completo, los enemigos de siempre no les parecían suficiente para la saga; buscaban algo más. Los Borg serían la segunda de otras muchas razas que irían apareciendo en la serie, como los cardasianos, los bayoran, los trill etc.

El departamento creativo se centró en la creación de un enemigo poderoso, insensible, temible, voraz, despiadado, cruel … Alguien que no pudiera ser derrotado, no sólo con el poder las palabras o la razón, sino también de las armas. Una raza que pusiera en jaque a todos y cada uno de los personajes de la serie, no parecía algo trivial y el resultado, por así decirlo, fue bueno.

Para quienes no han visto nunca a un borg, voy a intentar hacer una descripción exhaustiva. Los Borg son una raza de seres que están integrados dentro de un pensamiento único, funcionan como una colmena o una asociación animal básica. Disponen de millones de individuos interconectados entre sí y que están compuestos de una parte corporal y otra cibernética. Los Borg asimilan a otras culturas e integran a esos individuos dentro de su colmena; dotándoles de partes y miembros mecánicos. A ese proceso le llaman asimilación y una vez asimilado, revertir el proceso resulta complejo y, en la mayoría de los casos, imposible. Cuanto más tiempo se está asimilado, más difícil y peligrosa resulta la desconexión de la colmena. El proceso de asimilación consiste en incorporar todo aquello que consideren ventajoso para el bien del colectivo de la raza asimilada. El proceso de asimilación no es voluntario y, por consiguiente, con cada proceso los Borg aprenden más y más y evolucionan. Los Borg sólo reconocen la asimilación como el método válido de adquisición de conocimientos y evolución. Su meta, a largo plazo pero real, es la perfección. Para ello no dudan en incorporar la cibernética a su estructura corpórea y desechar lo que no sirve a sus propósitos. Otra de las características que define a estos personajes malvados es su forma de hablar, siempre en plural. “Somos los Borg.”

¿Qué hace de los Borg unos seres tan temibles y malvados? Su aspecto contribuye; no se puede negar, pero no me cabe la menor duda de que no es el punto más interesante. Lo temible de los Borg es la falta de arrepentimiento sazonada con una crueldad implícita. Cuando vemos a un animal cazar a otro para su manutención y darle muerte, no vemos compasión en su mirada, como mucho vemos hambre. Así de cruel es la naturaleza; unos deben morir para que otros sobrevivan. Los Borg llevan esa idea al extremo impropio de una cultura racional. Evolucionan y asimilan sin piedad, ni remordimiento. Todas las criaturas están a su disposición para servirles y lo llevan al extremo de decirles a sus víctimas que la resistencia resulta inútil y que lo que piensen acerca de su situación no es importante. De la misma forma, un león no le pide al cervatillo perdón antes de romperle cuello y devorarlo.

¿Cuál es la metáfora que representan estos personajes malvados? En cierta medida, simbolizan la evolución llevada a un extremo deshumanizado, tan cruel como odioso. A menudo, pensamos que la evolución aportará inteligencia, cultura, erudición a nuestra sociedad; pero cuando vemos la propuesta de Star Trek, al menos a mí, no me parece imposible que algo parecido llegara a sucedernos a nosotros. Matizo esta idea que me parece importante. No es que cuando miremos a los Borg nos veamos reflejados a nosotros mismos, sino que nos vemos reflejados con un espejo que distorsiona nuestra imagen, pero a la vez nos ofrece una reminiscencia de lo que pueda ser. ¿Podrá en el futuro la tecnología apoderarse de nosotros mismos? Ciertamente, da la sensación de que cada día esa idea es más probable.

¿Cómo enfrentarte a alguien que es superior a ti y que sólo desea comerte y escupir tus huesos? Resulta muy difícil y, si no, que se lo pregunten a los animales que día a día, sufren el acoso de otros en una lucha por la supervivencia que está por encima del bien y del mal. Esa es la lucha que caracterizará a los héroes de Star Trek contra los villanos Borg. Estos les avisan: “La resistencia es fútil”, pero sin esa resistencia a ser asimilado, el concepto de los Borg no tendría sentido. Lo bonito, creo yo, es ver la lucha contra la evolución que proponen estos villanos. La lucha sí es importante y simboliza mucho más que la mera confrontación de un héroe contra un antihéroe. En la idea de la resistencia, se simboliza no sólo la afrenta contra un agresor, sino la rebeldía contra una naturaleza que nos dice que le pez mayor, siempre acabará devorando al menor. La lucha contra los Borg implica enfrentarte a un destino casi inevitable.

En verdad, los personaje dan mucho juego. Durante la octava película de Star Trek, “Primer Contacto”, los Borg juegan un papel decisivo en la historia y ayudan en la construcción de un argumento sólido y bastante bien hilvanado. Además, en esa película aparece por primera vez el personaje de la Reina Borg que volverá aparecer como personaje relevante en la cuarta serie televisión de la saga Star Trek, “Voyager”. La reina es uno de los personajes más discutidos, porque parece invalidar la teoría de que los Borg son un colectivo. Los guionistas no tarden en mostrarnos que tal cosa no es posible, porque tanto la reina como el colectivo son una misma cosa. En boca de la Reina Borg en Star Trek: Primer Contacto: “Buscas una contradicción donde no la hay. Traigo orden al caos. Yo soy el principio y el fin. Aquel que es muchos. Yo soy el Borg”. Lo que es innegable es que resultaba tedioso y aburrido que los personajes de una serie acabaran siempre dándose cabezazos contra la misma voz. Se necesitaba un interlocutor válido para hablar con los Borg y que, de una forma o de otra, tuviéramos más información de ellos. La primera experiencia de la Reina durante la película “Primer Contacto” es un gran acierto. De hecho, tanto la Reina como “Data” (el androide de la serie) disfrutan de las mejores escenas de toda la película y, me atrevería a decir, que también de casi toda la saga. La reina matiza y enriquece el contenido de los Borg. Veamos alguna de sus frases.

“Valientes palabras. Las he escuchado antes, en miles de especies por toda la galaxia, desde mucho antes que fueras creado. Pero ahora, son todos Borg.”


Reina: Tú estás en el caos, Data. Tú eres la contradicción: una maquina que desea ser humano.
Data: Ya que pareces conocerme tan bien. Debes saber que estoy programado para evolucionar. Mejorarme a mí mismo.
Reina: Nosotros también buscamos mejorarnos, evolucionando hasta un estado de perfección.
Data: Disculpa. Los Borg no evolucionan, conquistan.
Reina: Pequeñas palabras, de una criatura pequeña, que ataca aquello que no logra comprender.


Como puede observarse, la calidad y rotundidad de los diálogos sólo es posible si hay alguien con quien interactuar. De esta forma, tal vez los Borg pierdan algo del misticismo y secretismo, pero ganan en fuerza porque su psicología, por así decirlo, se expande. En el diálogo anterior, incluso parece que justifiquen sus acciones. No resulta temerario afirmar que, en efecto, hay un antes y un después de los Borg desde el rodaje de la película: “Primer Contacto”.

Finalmente, también me gustaría decir que la idea de un colectivo que nos controle y nos asimile también forma parte de una idea recurrente, tanto en la literatura como en el cine. Por eso mismo, no debemos extrañarnos que, de alguna forma, sintamos aversión contra estos villanos que intentan insertarnos violentamente en su colectivo, donde perderíamos nuestra conciencia en vida. Reacciones de repulsión son comprensibles y de ahí, también parte el éxito de estos villanos cibernéticos.

Grandes Villanos I Darth Vader

Seis películas y una saga interminable de historias rodean a un personaje que ha pasado de ser uno de los villanos más temibles de la historia de la ciencia ficción, a un niño con un destino incierto que nos ha hecho estremecer a muchos.


Vader es ya hoy un personaje de culto dentro del universo de la ciencia ficción. Lo es por méritos propios, de eso no hay duda, porque aunque sea discutible, el hecho de que el personaje malvado eclipse a los personajes supuestamente buenos dice mucho de él. En efecto, cuando miramos la trilogía de la Guerra de las Galaxias teniendo en cuenta los tres primeros episodios que empezó a rodar Lucas en el año 1999, nos percatamos de que el hilo argumental está hilvanado sobre la vida y milagros del villano, no de los protagonistas de la trilogía original, que resultan más un accidente necesario en la trama, que los herederos o tomadores del testigo del peso en la trama argumental.

Hagamos una pequeña reflexión sobre el personaje y analicemos su idiosincrasia teniendo en cuenta, de momento, la trilogía original de Star Wars. Lo primero que vemos es su porte agresivo, su altura y su vestido negro que le protege y aísla del exterior. No hace falta que hable demasiado, sabemos que él dirige al resto de soldados blancos que le acompañan, pero cuando lo hace, un estruendo gutural y amenazante nos invade y atrae nuestra atención hacia él. Lo segundo que no olvidamos es que la gente a su alrededor le teme, y lo hacen porque posee unas habilidades que le diferencian del resto de los mortales, convirtiéndole en un villano casi intocable. Curiosamente, no sé si mucha gente es consciente de ello, pero quien hace un descripción tenebrosa de este ser es su antiguo maestro, Obi-Wan. Casi todo lo que sabemos de su pasado lo escuchamos por boca de éste, que un día fue alguien bueno, que algo le sedujo hacia el mal y que es más una máquina que un ser humano, lo que explica su vestido agresivo y su casco, un elemento de reminiscencias samuráis. Además, su sable de luz de color rojo cuando encara a Obi-Wan, su antiguo maestro, le delata y su inquebrantable deseo de venganza – mata a sangre fría y sin dudar a su viejo amigo por lo que le hizo – le dibuja como alguien sin compasión, ni remordimientos. Finalmente, tampoco puedo resistirme a tratar el aire de poder que emana de Vader hasta convertirle en un ser intocable, casi todopoderoso durante toda la trilogía original; no en vano en ningún momento Luke llega a derrotarle por sus propios medios. En la trinchera de la muerte recibe la ayuda de Han Solo; en el enfrentamiento al final del “Imperio Contraataca” es incapaz de derrotarle pese al entrenamiento recibido por el maestro Yoda y, en su último encuentro frente al Emperador, Luke sólo puede recurrir a las habilidades del lado oscuro – el odio – para zafarse del acoso de su padre y vencerle. Vader siempre es mejor que sus oponentes, no necesita ensuciarse las manos, pero cuando lo hace, es tan cruel como certero. Su simple silencio nos estremece y su presencia habla por él.

Lucas, en el fondo, nos lo pone fácil porque en la trilogía original, recordemos que se empezó a rodar en 1977, sitúa perfectamente a los personajes en un lado o en otro, sin demasiadas ambigüedades en la trama que nos desvíen la atención en ese aspecto. La estética también ayuda cuando mentalmente nos imaginamos al malvado de la trilogía en contraposición al resto de protagonistas. ¿Cuál es la metáfora que representa Vader como arquetipo? No tengo dudas; el triunfo del mal sobre el bien. Por lo menos, eso es así durante las dos primeras películas de la saga. Por lo que no es de extrañar que la segunda trilogía, que empezó a rodarse en 1999, centrara sus esfuerzos en justificar la maldad del personaje de Vader o, por lo menos, en describirla. Escuché una vez a Lucas decir que los androides (C-3PO y R2-D2) eran los ojos de la saga, que todo sucedía frente a ellos para ser los ojos del espectador. No seré yo quien contradiga al creador de su historia, pero bajo mi humilde opinión, toda la trama pivota inexorablemente alrededor de Vader y la segunda trilogía acabó por reafirmarme en mis sospechas. De hecho, a excepción de los androides, sólo hay dos personajes que aparece en todas las películas; esos son Vader, ya sea como niño o como villano, y su maestro Obi-Wan quien es en parte responsable del destino de su discípulo. Las dos trilogías constituyen la vida de Anakin, desde que le encuentran en un planeta perdido y se convierte en Jedi, hasta su muerte al lado de un hijo que le hace salirse del camino equivocado y retomar su destino.

¿Qué aporta la segunda trilogía al personaje? Creo que dos elementos muy importantes. En primer lugar, le dota de un camino, de un recorrido que implica al espectador en el entendimiento de sus acciones. En la primera trilogía, simplemente le vemos como a alguien malvado que es redimido por su hijo. En cambio, cuando observamos el proceso entero comprendemos los motivos de su caída, le vemos siendo manipulado hasta convertirse - durante el éxtasis final de la última película - en un ser cargado de odio, que ha emprendido un tortuoso camino y que no ha sido capaz de sobreponerse a su entorno; por los motivos que sean: el miedo, una guerra, las malas compañías, la mala suerte etc. Recordemos que todo héroe o antihéroe que merezca la pena, deber recorrer un camino y, gracias a Lucas, en los últimos ocho años hemos podido ser testigos de ese viaje. En segundo lugar, la última trilogía dota de razones a la maldad del personaje. Su maldad no es un hecho banal y sin importancia; sino que tiene unos fundamentos profundos anclados en el resentimiento y en el miedo del pasado. El Vader de la trilogía original no piensa en términos de bien o mal, cree saber quien es y escupe en el pasado porque no encuentra nada que le valga la pena allí. Nada hasta que aparece su hijo y una realidad distinta aparece y se abre ante sus ojos tras la máscara. Su odio es tan intenso y su dolor tan profundo que le resulta imposible desembarazarse de él sin más y, aunque lucha, no puede arrancárselo de su interior, ya embrutecido por los años.

Personalmente, entiendo que las grandes reticencias de los seguidores de la saga vienen por el cambio de acontecimientos que llevan a ablandar a uno de los grandes villanos de ficción. Para ellos, no hay otra respuesta que el simple análisis del personaje. A diferencia de muchos otros malvados, Vader se redime. Pocos lo hacen, eso es cierto, pero no implica que haya debilidad en el personaje, aunque ciertamente sea discutible. Vader pasa de ser el arquetipo que representa el triunfo del mal sobre el bien, para convertirse en la representación de que los malvados pueden dejar de serlo. En definitiva, que uno puede renunciar a un pasado tenebroso y acometer su destino. El villano, en su maldad, se había apartado de su senda y se había impuesto al destino que le aguardaba. No nos engañemos, donde Anakin fracasa, Vader logra triunfar con la ayuda de su hijo. Aunque los veamos como unidad, son dualidades bastante distintas. La trilogía original muestra el triunfo de Luke y el fracaso Vader, mientras que la nueva nos conduce hasta la derrota del protagonista. Es normal que los seguidores de la serie les cueste aceptar la nueva trilogía. ¿Acaso el hecho de que en “El Retorno del Jedi” Vader se quite la máscara y en “La Venganza de los Sith” a Anakin se la pongan … es casual? No, de ninguna manera. La metáfora es obvia, en el momento que Vader se quita la máscara para ver a su hijo, se convierte en Anakin de nuevo y el círculo se cierra. El poder de la máscara, su imponencia visual para conformar a un ser cruel resulta demoledora. Al final de la historia, quitarse la máscara supone, no sólo renunciar al pasado, sino llegar al final del camino y dar nombre a la película con más fuerza todavía: “El Retorno del Jedi”.

En el lado negativo, siempre he tenido la sensación que Vader es una fachada dentro de una trilogía perfecta, hecha a medida y con medida por Lucas. El final es optimista y está pensado para un público infantil, por lo que carece de cierta profundidad, aunque no de moraleja. Tal vez, en una historia más verosímil, el villano no hubiera regresado o se hubiera repuesto de su caída, pero en el mundo perfecto del creador de la serie, esto no es así. Anakin no es un Jedi descendiente que toca fondo y se hunde sin remisión, rezumando odio por cada poro de su piel y sus circuitos. Cae y se levanta al final de su vida para cumplir con el destino que le habían profetizado. Así, que la maldad que le forzaba o guiaba a romper con su destino, finalmente cede ante la imagen de su hijo luchando a su lado contra el Emperador. Al final de ambas trilogías, de forma extraña, Vader pierde vileza en comparación con el Emperador, quien se erige como el auténtico villano malvado de la saga. El Emperador no necesita justificarse en su crueldad. Es quien es, pero tampoco dispone de la magnanimidad de su discípulo. Esto no hace, sino afirmarme en mi convicción de que el protagonista de Star Wars es Vader y, como protagonista, no puede ser el malo, tan solo flirtear con la maldad.

En su día fue un personaje que encarnaba una vileza cruel y desmedida, por suerte o por desgracia, en el conjunto de la serie no es así. En la actualidad, muchos vemos a Vader de niño. La foto de la película en que la sombra del crío contra la pared reflejaba a la de Vader me pareció muy acertada. En el fondo, define perfectamente nuestra idea del personaje en el siglo XXI.