martes, diciembre 19, 2006

La Guerra Interminable de Joe Haldeman

Excelente y muy recomendable libro del escritor americano Joe Haldeman. Aunque en su momento, sin duda alguna, fue una analogía crítica de la Guerra de Vietnam, actualmente resulta un libro mucho más genérico y universal que en el momento de su publicación en 1975. Haldeman logra transmitirnos la inutilidad y estupidez de la guerra a través de las vivencias personales de un hombre. Todo ello, bajo el prisma de la teoría de la relatividad y la ciencia ficción, que lo convierten en un libro entretenido y ameno.


En el fondo, el libro se disfraza de un aventura, aunque se trata de la aventura existencial del protagonista. Todo cuanto le sucede, se filtra a través de su propia mirada a veces crítica, a veces ingenua y siempre muy particular. Por eso mismo, el libro está narrado en primera persona y, entre los méritos del autor, está el hecho de que este punto pasa casi desapercibido. De hecho, no me di cuenta hasta que no me puse a escribir este pequeño análisis. La historia se construye mediante su rango militar que comprende su etapa inicial como soldado, su ascenso a sargento, su nuevo y breve ascenso a teniente y sus última misión como mayor. Así que asistimos a un viaje personal que comprende su carrera militar durante más de mil años. Sí, has leído bien; mil trecientos años.


Haldeman utiliza la teoría de la relatividad para presentar la guerra. De esta forma, mientras para los soldados un salto a velocidad luz les supone apenas unos meses de vida, en la tierra transcurren años o siglos enteros. Las batallas se suceden a muchos años luz de la tierra, así que el mando que lanza una misión nunca vive para ver su éxito o su fracaso; los soldados, en cambio, sí. Esta separación permite construir una compleja e intensa soledad en el protagonista y los demás personajes de la historia. Además, esta intrincada forma de guerrear favorece la alienación de los personajes respecto a la sociedad en la que nacieron y la que encuentran en cada regreso. Por eso, nunca pueden adaptarse al cambio de la vida en la tierra y optan por seguir en la guerra porque, en el fondo, es lo único que conocen y lo que permanece familiar en sus vidas.


Pero el libro no sólo se llama “La Guerra Interminable” porque dure tantos años, sino porque William Mandella, el protagonista, no puede desembarazarse de esta guerra. Haldeman da por sentado a la mitad del libro que la guerra sólo terminará cuando el protagonista muera. El mando militar se describe como uno de los causantes para tal agonía, hasta el punto de que manipulan a los soldados para que regresen a la guerra y obligan a los supervivientes a reengancharse una y otra vez con medios más que dudosos. No es de extrañar que para Mandella, esa guerra no tenga fin y no pueda desquitarse de ella.


Hay muchos elementos que me encantan de libro y me sorprendieron cuando lo leí por primera vez. Para mí, lo más interesante es el talento de Haldeman para extrapolar lo que él conoce de la guerra a la ciencia ficción. Usa perfectamente los recursos de la ciencia ficción con un propósito; pongamos ejemplos, pero antes debo avisar al lector de que a partir de este punto hay material que detalla la historia y puede arruinar la lectura (spoilers).



La primera misión en la que Mandella es un soldado y recibe entrenamiento me resultó muy dura y cruel. El escritor consigue transmitirnos la idea de que los militares no saben a qué se enfrentan, pero eso no les preocupa ni le amedrenta. Entrenan con material poco apto, a veces demasiado peligroso, pero ello tampoco impide que sigan adelante con su misión. Están dispuestos a atacar a un enemigo del que no conocen nada y, como es de esperar, los errores de inteligencia aparecen. El escenario para el que se entrenan, acaba no teniendo nada que ver con el escenario real. Los enemigos no acaban siendo lo que ellos creen que son, ni tampoco su comportamiento. Los compañeros mueren por nada y la guerra se muestra mucho más ilógica y ambigua de lo que creían. El clímax de esta posición aparece cuando Mandella reconoce que disparó porque había sido manipulado y sugestionado para hacerlo, no porque estuviera en peligro.


El regreso es otra dosis de realismo y crueldad por parte del autor, porque consigue el objetivo de mostrarnos los problemas de la guerra y sus consecuencias bajo el prisma de la ciencia ficción. Cuando Mandella regresa a la Tierra, los militares manipulan a la opinión pública para hacerles creer que han sido héroes y su batalla justa, aunque en el fondo sólo haya sido una carnicería controlada por hipnosis. Mandella no encuentra consuelo en su regreso por varios motivos; en primer lugar por su estado de ánimo, culpable y atormentado, y en segundo lugar porque su mundo ha cambiado tanto en esos años que apenas lo reconoce y no lo reconoce como propio. Eso y el empujón manipulador del mando militar, le obligan a volver al combate con falsas promesas que ya no pueden engañarle. Descubre que las promesas de bienestar y riqueza tras haber servido a su país o su planeta eran falsas y, lo que es peor, no puede denunciarlo ni puede rebelarse. Su única salida consiste en mirar hacia adelante, donde tampoco tiene nada.


El resto ya sucede todo por inercia. Haldeman logra transmitirnos la idea de que el protagonista no es un héroe, sino una persona normal que ha sido víctima de las circunstancias y que sigue su camino porque no le queda más remedio. Sus alicientes, como el amor de una mujer, acaban por desaparecer por culpa del mundo en el que vive. Atrapado, no puede luchar ni desquitarse de lo único que conoce, a la vez que observa que el mundo que más seguridad le ofrecía también evoluciona y cambia. El ejército que él conocía de soldado ya no es el mismo cuando asciende a mayor. Tampoco lo es la visión que tienen los demás de él, ni el prisma con el que juzga la sociedad militar a la que debe adaptarse. Ni siquiera cuando alcanza el grado de mayor y es un mando militar, el entorno se adapta a su forma de vida. Es la sociedad y los nuevos subordinados los que luchan contra él y le juzgan como un anacronismo o un vejestorio. De la misma forma que hoy juzgaríamos a un “caballero de la mesa redonda” dirigiendo un batallón militar del siglo XXI.


Lo que siempre queda patente durante las páginas del libro es la inutilidad y sin sentido de la guerra que han emprendido. Haldeman utiliza con gran maestría a su personaje Mandella para hacernos ver lo largos y desquiciantes que pueden ser los conflictos bélicos hasta el punto de reconocer que llega el momento en el que ya no sabes por qué se está luchando, ni para quien. Otro de los aciertos del escritor tienen que ver con el final, en el que la guerra acaba casi de la misma forma que empezó; sin saber muy bien por qué, ni cómo. La información que tiene el lector es la misma que recibiría un soldado y la sensación final resulta desconcertante. Se ha luchado sin saber por qué y sólo podemos dar gracias de que, al final, todo haya acabado. No hay vencedores, sólo vencidos en una guerra que ha sido eterna en el tiempo y a los ojos del protagonista.


Después de tanto desasosiego emocional y el fin de una guerra estúpida llega el consuelo para el protagonista. El autor es condescendiente con su personaje, de eso no hay duda. Ofrece un final feliz y poco verosímil con la inercia que mantiene el libro de autodestrucción y los comentarios que hace el superviviente durante toda la lectura donde se entreve que nada puede terminar bien. Al principio me produjo una sensación agridulce, pero he comprendido que el pobre Mandella se merecía un final feliz y, en segundo lugar, una historia narrada en primera persona es poco más que absurda cuando el protagonista muere al final del relato. Por eso mismo, he acabado aceptando el dulce destino del protagonista, no porque sea el más adecuado para esa historia, sino porque era el más justo de entre todos los posibles.


En resumen, esta novela combina perfectamente mensaje con historia. Sin duda alguna, se trata de un ejemplo de novela de ciencia ficción. El autor logra fundir en la misma historia una visión moral de la guerra y una historia ficticia. Creo que son necesarias muchas más novelas como esta para lograr que la ciencia ficción gane prestigio día a día. Con autores como Haldeman seguro que será así.

sábado, agosto 19, 2006

De Lectura Obligatoria

La lectura se debe fomentar y apoyar, pero siempre y cuando no nos apunten con un libro a la cabeza.
Leamos lo que nos guste y no lo que nos receten, pero leamos y demos gracias a todos aquellos que han escrito algo que nos haya gustado.

Hace unos días volví a toparme con una entrevista que le estaban haciendo a Arturo Pérez Reverte en la televisión. Por tercera o cuarta vez escuché sus argumentos a favor de la lectura de los clásicos como fuente de enriquecimiento cultural y personal. Durante unos breves segundos, que se me hicieron eternos, me reencontré a mi mismo con el joven de catorce años que fui i que abandonó durante unos años la lectura por culpa de un sistema educativo como el que Arturo se encarga de proclamar a los cuatro vientos a todo aquel que desea escucharle. Por suerte, hoy soy un hombre de más de treinta años y, aunque no poseo el bagaje literario o personal del escritor, sí tengo una experiencia que ha formado un carácter más firme que hace quince años. Por decirlo de algún modo, puedo rebatirle.

Antes que nada, me gustaría dejar bien claro que, a diferencia de muchas personas – Arturo sólo es un ejemplo entre muchos otros, - no creo estar en posesión de la verdad, ni pretendo luchar para imponer mi criterio personal ante el resto del mundo. La vida me ha enseñado, a golpes por supuesto, que no existe el blanco o el negro y que tampoco aquellos que no piensan como yo, están en mi contra. En este artículo sólo pretendo exponer una serie de ideas que se basan en mi propia experiencia.

Baste decir, por muy obvio que sea el comentario, que la lectura es una actividad personal, única e intransferible que rara vez se disfruta acompañado de alguien. La lectura, como lo es también la escritura, constituye una actividad que se da en soledad; a diferencia del cine o la televisión, que puede compartirse con más facilidad. Creo que, precisamente por esa circunstancia de intimidad, las recetas para fomentar la lectura suelen caer en saco roto. Hay lectores que prefieren un tipo de lectura en concreto, hay lectores que pueden detestar un cierto tipo de estructura, hay lectores simples y otros avezados, pero todos comparten la singularidad de empezar un libro, una historia o una aventura. Con esto, pretendo decir que lo importante no es tomar un tipo de libro u otro, sino empezar a leer. Ese es el proceso crucial y el más difícil de conseguir.

Podemos empezar por donde queramos, pero el resto de la vida de alguien que se inicia en el maravilloso mundo de la lectura no puede, ni debe, ser una experiencia frustrante o insatisfactoria. Especialmente en los jóvenes, que son más susceptibles de negarse a realizar actividades que les desagradan, porque rara vez poseen la cualidad del autosacrificio. Mi pregunta es ¿Realmente queremos que nuestra próxima generación vea la lectura como un sacrificio? Yo no lo creo. ¿Qué sentido tiene fomentar la lectura de autores que no gustan entre las mentes menos maduras que no sólo son incapaces de apreciar su valor, sino que, además, acabarán despreciando? No creo que leer a Faulkner, Proust, Cervantes o Shakespeare ayude en lo más mínimo a formar una sociedad más culta, especialmente cuando la misma sociedad no puede apreciar a los clásicos porque los hemos hecho aprender a la fuerza. Muchos herederos del sistema educativo, entre los cuales me incluyo, hemos acabado viendo ciertos autores y ciertas temáticas como un reto complicado y no como una experiencia gratificante. Si alguien, un adolescente por ejemplo, es incapaz de apreciar “El Quijote”, sinceramente, prefiero que no lo lea hasta que no esté capacitado y, si ese momento no legase nunca, no debemos reprochar nada ni demostrar desprecio.

La lectura, el aprendizaje de la misma como tantas otras cosas, es un proceso gradual que comprende varios estadios y niveles. Existe, tanto si lo creen como si no, un proceso de aprendizaje en la lectura. Como tantas otras habilidades, ésta se adquiere o se aprende con un ritmo distinto para cada persona. Hay jóvenes precoces que, con toda seguridad, podrían leer a Niestche y entenderle a pelo; otros, no obstante, necesitarán lecturas comentadas, una profesor de Filosofía y nos cuantos años de experiencia en la vida, para alcanzar ese nivel. Muchos jóvenes no pueden pasar de la lectura de colecciones juveniles y otros, a duras penas, llegarán más allá del diario deportivo los lunes por la mañana. Pero esto no es exclusivo de la lectura, también me he encontrado con personas que a duras penas han podido sobrevivir al paso de monedas como el euro. Todos aprendemos a ritmos distintos, lo importante es que estemos alentados para adquirir esos conocimientos.

¿Qué sentido tiene quejarse porque una sociedad no lee a los clásicos, cuando en su mayor parte les hemos hecho aborrecer la lectura? Arutro Pérez tiene razón cuando sostiene que la sociedad está capacitada para entender a esos clásicos. Me niego a admitir que un matrimonio de cuarenta años que haya podido criar un par de hijos y pagado una hipoteca, no pueda comprender ciertos libros que hablen sobre la fragilidad de la existencia humana. Su experiencia les ha preparado para ello, pero existen dos consideraciones importantes al respecto: primero ¿Les hemos dado las herramientas, les hemos dotado de la capacidad de apreciar el tema literario? Y en segundo lugar, ¿Podemos respetar que ese matrimonio diga que la existencia humana es algo que les tiene sin cuidado, al igual que la literatura? Personalmente, creo que lo que más irrita a ciertos escritores hoy en día, no es sólo que se afirme que se puede vivir sin literatura, sino que además sea cierto. Se puede vivir sin leer a los clásicos, pero es que también se puede disponer de un bagaje cultural sin haberlos leído. La cultura está al alcance de cada vez más personas que no necesitan leerse una biblioteca entera para alcanzar un grado digno de conocimientos. Lo que para unos puede parecer un agravio, en este caso yo creo que es una gran ventaja.

La televisión o el cine, juntamente con la misma escuela, ha informado hasta la saciedad de ciertos temas como el amor que conduce a la destrucción, el amor que sobrevive a los prejuicios de Romeo y Julieta. Si tomáramos a cualquier “yonkie” de la calle sería capaz de hablarnos del tema de esta obra de Shakespeare; con mayor o menor dificultad o lucidez, pero lo haría. Si esto lo hubiéramos hecho hace cien años, con toda seguridad no sería así. Se lo debemos a la televisión y la educación universal que en lugares como Europa se ha ido imponiendo, en detrimento de una visión elitista de la formación humana y la educación. Aquellos que perpetúan una falacia que sostiene que la cultura o la sociedad depende del grado de comprensión de los clásicos, son quienes no pueden adaptarse o sobreponerse a un mundo que está en constante movimiento. ¡Despierten! El mundo ya les ha alcanzado. Hoy, ser un intelectual requiere mucho más trabajo y ser un estudiante menos. El problema no es tanto el esfuerzo que lleva a una persona abnegada en la búsqueda y la satisfacción de la comprensión de los clásicos y su lectura; sino que la distancia que les separa entre aquellos que no lo hacen, pero que disponen de una cultura semejante, cada vez es menor. Eso no significa que un ama de casa puede hablar de la metafísica de Aristóteles, no me malinterpreten. Significa que más jóvenes hoy tienen la oportunidad de adquirir esos conocimientos y que pueden disponer de ellos sin tener que leerse las obras completas del filósofo griego.

¿Significa eso que podemos prescindir de la lectura de los clásicos? Probablemente sea así, pero eso tampoco implica que, si de verdad deseamos obtener una formación sólida, no debamos hacerlo. Creo que no debieran haber lecturas obligatorias, sino obras recomendables. No creo en el discurso que sostiene que nuestra sociedad dependa de la comprensión de las grandes obras de la literatura universal. Hoy, bajaré a la calle y me toparé con gente, bellísimas personas en su mayoría, que no han leído a Joyce, ni Voltaire, ni a Delibes, pero que tampoco sabrían calcular un logaritmo neperiano. Sus vidas no dependen de ello y tampoco echan de menos eso en sus vidas. La lectura se debe fomentar y apoyar, pero siempre y cuando no nos apunten con un libro a la cabeza. Se sorprenderían los profesores de literatura de lo mucho que se puede aprender de obras simples, de escritores menos conocidos y de los gustos de los jóvenes. ¿Saben que hay botellones en los que se discute sobre la existencia humana? El aprecio por los clásicos se da, habitualmente, en gente de edad más avanzada y que tienen una experiencia vital que supera a la de los jóvenes. No significa que estos no puedan valorar esa literatura, pero no es lo habitual. No podemos pretender que aquello que nos gusta, deba gustarles también a nuestros hijos. Ese un error que la humanidad tiende a perpetuar; creer que lo que es bueno para nosotros, es bueno para todos o, en otras palabras, que lo que nos gusta, deben aprenderlo nuestros hijos.

Nunca olvidemos que no hay peor alumno que aquel que no quiere aprender. Fomentar la lectura con los clásicos es un lujo que no podemos permitirnos en la sociedad actual. Deberíamos, en cambio, aprovecharnos de los intereses de nuestros hijos para fomentar la lectura. Los padres deberían pasar más horas con sus hijos y leer sus libros para profundizar en sus intereses. ¿Les parece un sacrificio para los padres? ¿Creen que para los hijos no es un sacrificio hacer lo propio? Tal vez, nuestro egoísmo nos ciega, pero eso es otra historia que puede ser la base para otro artículo. Leamos lo que nos guste y no lo que nos receten, pero leamos y demos gracias a todos aquellos que han escrito algo que nos haya gustado. Tal vez sea eso lo que molesta a escritores de prestigio, que un autor desconocido y mediocre pueda abrir la puerta de la literatura a alguien y le anime a perseverar en la lectura, parafraseando a García Márquez, “en la bendita manía de leer”. No teman, escritores de renombre; la buena literatura no corre peligro. Por lo que respecta a la lectura, si algunos no desisten de su actitud; ya no estoy tan seguro.

jueves, agosto 10, 2006

Superman Ha Vuelto


Este post contiene información sensible relativa a la película. Que el lector lea bajo su cuenta y riesgo.





Superman se ha visto más fuerte que nunca con balas salpicándole en el ojo, por ejemplo, o deteniendo un avión en caída libre, algo que la tecnología de los años ochenta no estaba preparada para hacer.

Por fin se ha estrenado en las salas de cine la nueva película de Superman. Debo admitir que no debe ser fácil trasladar a la pantalla un cómic y sentir la presencia cercana de Christopher Reeve al mismo tiempo. Superman, y me refiero específicamente a la película, tiene un pasado cercano que no resulta fácil de desdeñar; condiciona a todos: director, actores, guionistas, productores etc. La película, además, ha pasado por muchas vicisitudes y se ha visto sometida durante demasiado tiempo al incesante devaneo de rumores y especulaciones; tanto que creo que ha condicionado a los propios miembros del equipo. Muchos pensábamos que se iban a estrellar o que no estarían a la altura. Pigmalión ha vuelto para reclamar un lugar en la pantalla y éste no es precisamente un héroe de ficción.

Por desgracia, el giro que le han dado a la historia para adecuarla a la primera década del siglo veintiuno, no se ha visto compensada con un guión de cierta calidad. Hollywood nos ha vuelto a servir un plato deliciosamente adornado de efectos especiales, aunque carente de profundidad en el fondo. En ese sentido poco podemos reprocharles porque Superman nunca se ha caracterizado por ser un personaje con un rica complejidad interior ( como lo es Spiderman o en cierta medida Batman ). Siempre ha sido alguien directo que estaba convencido de lo que hacía y ha representado unos valores muy concretos de justicia. En esta película, intentan transmitir cierto atisbo de conflicto personal, pero esto sólo es posible si el personaje toma las riendas de la escena. Si a Clark Kent no le dejan pronunciar más dos frases con verbo sujeto y predicado en toda la película, Superman no le va a la zaga. En tales condiciones, ni Bryan Singer ni ningún otro director puede pretender hacer un trabajo digno presentando al personaje con una duda existencial. El resultado es tan pobre como absurdo. Intentar dar más contenido al argumento sin dejar que los personajes hablen o se expresen es un grave error.

Del nuevo actor, Brandon Routh, sólo puedes pensar en el “follón” en que se ha metido. Mérito no le ha faltado. No me gusta ser duro con los actores, pero resulta tan evidente que, incluso un papel simple como el de Superman, le viene grande y aquí no está interpretando Shakespeare, ni Moliere. Parecerse al difunto Reeve o al dibujo del cómic original, no es motivo suficiente para liderar un proyecto tan ambicioso; y sin héroe … ¿Qué nos queda? No podemos culpar al actor por no tener el carisma de su predecesor, pero en una película tan ambiciosa es requisito imprescindible que el guionista, hasta un cierto punto, facilite las cosas a los actores y este guión no lo hace.

El guión deja poco a la imaginación, a la magia o al encanto de los personajes. Pondré un ejemplo. En el primer Superman, la escena en que el héroe y Lois se encuentran en el balcón para la entrevista respira cierta ternura y expectación. En esta versión me produjo una sensación de indiferencia insufrible. Lois es ahora una mujer moderna que se niega a admitir que busca a un príncipe azul y, además, se rebela contra su amante cuando no le puede dominar. Por otro lado, Superman sigue siendo un personaje de los años sesenta, incapaz de expresar sus sentimientos y con la misma conversación que un peluche de feria. La mezcla es poco menos que insostenible, porque aquí estamos hablando de Superman y no de una película de Woody Allen donde se explotan las diferencias de personalidad de cada uno. Aunque bien pensado, seguro éste último hubiera parido un guión mucho más divertido. ¿Os imagináis? Superman de Woody Allen.

Me empeño en comparar esta película con su predecesora por un motivo simple y es que esta nueva versión no es más que un refrito del guión original con la adaptación a una época más cercana. La lista de coincidencias es larga: el uso de la kriptonita, el plan de Lex Luthor, las correría de Clark por los maizales, el encuentro de Superman y Lois tras un accidente aéreo etc. Etc. También hay diferencias notables, algunas más interesantes que otras, por supuesto. Dos temas llamaron mi atención: las instalaciones del Daily Planet y el nuevo hijo de Superman.

El Daily Planet es el ejemplo magnífico que transmite el guión de “querer y no poder”. Intentan a toda costa crear un ambiente de trabajo periodístico similar al de los años sesenta o setenta y eso, por supuesto, es impensable en una redacción moderna. Esconden los ordenadores y visten a los actores a lo “retro”, pero no consiguen engañar a nadie, ni siquiera con esa cromado amarillento o dorado, reminiscencia de un pasado de tinta y carboncillo. Y luego está el hijo de Superman, del cual yo no tenía noticias y me tomó por sorpresa en la pantalla. Ahora sabemos, por fin, que detrás de ese paquete de color rojo bajo la cintura hay vida y también que Lois vive tras, al menos, un revolcón con el hombre de acero. Aunque la pregunta de verdad sigue siendo, ¿Se quitaría Superman los leotardos para hacer el amor? ¿O lo haría con todo el equipo puesto? Supongo que lo que más morbo les diera a la pareja. Podría seguir y seguir haciendo chistes fáciles, así que dejo a los espectadores que continúen por mí. No es de extrañar que sea lo más divertido de comentar cuando sales de la sala de cine.

La sensación que me ha dejado la película es que los guionistas han hecho un esfuerzo loable para adaptar el clásico a los tiempos modernos y los productores han hecho lo propio para presentar un clásico con la tecnología del siglo veintiuno. Superman se ha visto más fuerte que nunca con balas salpicándole en el ojo, por ejemplo, o deteniendo un avión en caída libre, algo que la tecnología de los años ochenta no estaba preparada para hacer. Pero los guionistas o el director han metido la pata en el momento que se han apartado ligeramente del espíritu original del cómic y han insertado conflictos emocionales más propios de un culebrón que de una héroe. Se puede perdonar a los responsables de la película la ambigüedad en el tiempo y se puede tolerar que luchen por hacer un personaje más original y tridimensional, aunque no a costa de caer una y otra vez en clichés y tópicos. Si se pretende hacer un Superman simple, háganlo simple. Si prefieren hacer un Superman complejo, entonces hagan una película para espectadores inteligentes. No basta con dos frases y tres efectos especiales, para decir que se ha hecho una película para parejas en el cine, pero con mensaje. Tan sólo han hecho el ridículo y, mientras las mentes simples que llenan los cines disfrutan de un rato agradable, personas más hambrientas, intelectualmente hablando, vuelven a sentirse insultadas por Hollywood.

Después de haber visto la película no me cabe duda de que la original con Reeve y Hackman sigue siendo mejor y los efectos especiales no compensan este último intento que deja a Bryan Singer en mal lugar, muy alejado de sus “Sospechosos Habituales”. La industria americana sigue teniendo el dinero y los aficionados al cine con dos dedos de frente o un título universitario seguimos pagando por ver un bodrio en la pantalla. No me extraña que la gente abandone día a día las salas. Desde hace dos años disfruto más con un buen libro que una buena película. ¿Por qué será?

viernes, julio 28, 2006

El Fin de la Eternidad


Este post es un análisis del libro “El Fin de la Eternidad” de Isaac Asimov. El artículo contiene datos y elementos que desvelan el argumento del libro. Si el lector prefiere no encontrar pistas, recomiendo que lea primero el libro.



SINOPSIS:

Andrew Harlan ocupa el cargo de ejecutor dentro de una organización conocida como la Eternidad que existe más allá del tiempo. Su trabajo consiste en ayudar en el cálculo de posibilidades para realizar cambios en el tiempo y también llevarlos a la práctica. La pertenencia a la Eternidad le protege de esos cambios y su status dentro de la organización es inmejorable. Puede modificar el tiempo y ser el único consciente de tales alteraciones. Un día, sin embargo, recibirá un encargo especial que le llevará a conocer a una mujer que cambiará su forma de entender el presente y sus relaciones con la organización se verán comprometidas.
El libro narra los últimos días de la Eternidad, la asociación que controla el destino de la humanidad y el tiempo.


INTRODUCCIÓN

Probablemente, esta novela sea una de las primeras historias de viajes en el tiempo que se hayan escrito donde existe una auténtica y sincera preocupación por cohesionar la historia y no caer en paradojas temporales, tan habituales en el subgénero. La solución de Asimov no es la única, pero dedica un esfuerzo considerable de líneas y párrafos para concretar con el lector una serie de reglas de juego que den sentido a la historia. Explica la vida de los Eternos en comparación con el resto de humanos y propone ejemplos de “causa efecto” posibles para detallar las posibilidades de la historia.

Uno de los puntos más interesantes que debemos comprender de la historia es que parte del supuesto de una paradoja temporal que ha sucedido previamente y que, de forma lógica, se perpetua en el futuro. Harlan será uno de los participantes en esa paradoja, junto con el resto de personajes que se relacionen con él. Algunos lectores aseguran que el libro podría ser una crítica al subgénero de ciencia ficción relacionado con viajes en el tiempo; bajo mi punto de vista no lo creo así. La historia juega sus mejores momentos buscando cerrar ese círculo de paradoja temporal y se convierte, a ratos, en una novela de misterio. El círculo se cerrará o no, dependiendo de las decisiones del protagonista y el clímax de la novela aparecerá hacia el final, cuando todo parezca indicar que la realidad no puede existir y, aún así, lo hace.


LA NARRATIVA

La historia se empieza a explicar desde la mitad. Las primeras descripciones coinciden con casi el final de la parte romántica donde se nos explica que Harlan está haciendo algo ilegal. A continuación, Asimov nos detalla los motivos y retomamos de nuevo la historia hacia la mitad, camino al desenlace final. El tema del libro no se hará evidente hasta la parte final, durante las últimas diez páginas.

Desde el punto de vista de la ciencia ficción, esta novela constituye una aproximación a lo que se conoce como la temática de viajes en el tiempo y paradojas temporales. Aunque pueda parecer obvio, esta temática resulta compleja y conduce a errores fácilmente. Escrita en 1952, Asimov consigue un buen grado de cohesión en la historia y se entretiene en explicar, bien en la narración o bien en boca de los personajes, algunos de los pilares o bases que sustentan su historia.


EL TEMA
Durante la primera parte del libro, carecemos de un tema explícito y podemos imaginarnos que el tema de libro tiene que ver con el destino, la fatalidad o la lucha de los dioses (eternos) por controlar el mundo a su libre antojo. La Eternidad siempre se muestra ante el espectador como algo natural, pero no por ello un lector inteligente pierde de vista el hecho de que lo que hacen está mal. La frialdad del narrador omnisciente cuando aborda ciertos aspectos también ayuda a que mostremos cierto espíritu crítico. No obstante, el libre albedrío y el destino no son, en esencia, un elemento completo, sino una de las partes de la historia.

El tema, sin lugar a dudas, los aclara el autor en boca del personaje de Nöys en el último momento. Asimov nos explica, de manera contundente y apocalíptica, que es en la dificultad cuando la raza humana es más fuerte y crece. El trabajo de la Eternidad y su intento de interferir constantemente en el desarrollo de la humanidad convierte a las personas y sus civilizaciones en culturas mediocres, lentas y atrasadas. Los errores, según nos explica el libro, son la manera de mejorar y alcanzar metas más altas. Sin equivocaciones no puede haber triunfo, sin fracaso no puede existir el acierto. Son caras de la misma moneda y cualquier intento por hacer el camino fácil, frenará y comprometerá a la especie humana. La lucha de la Eternidad por interferir en los aspectos más dudosos de las sociedades, son palos en las ruedas para el avance de esa sociedad, porque se les impide aprender de los errores.

El libro, de forma indirecta, también plantea críticas a aquellos que pretenden dirigir a la sociedad protegiendo a los ciudadanos de ellos mismos. Emana cierto reproche contra el sobreproteccionismo de las gobiernos o instituciones, encarnadas en el libro por la Eternidad y Twissell.


Noys dijo:
—Al impedir los fracasos de la Realidad, la Eternidad también impide el logro de los triunfos. Sólo haciendo frente a las grandes pruebas puede la Humanidad elevarse a nuevas y mayores alturas. Del peligro y de la aventura han salido siempre las fuerzas que han llevado al Hombre a nuevas y más grandes conquistas. ¿No lo entiendes? ¿No comprendes que al impedir las miserias y fracasos que torturan al Hombre, la Eternidad no le deja encontrar sus propias soluciones, difíciles pero provechosas, las soluciones verdaderas que se obtienen al vencer las dificultades, no al evitarlas?
Harlan trató de convencerla:
—Nosotros buscamos el Bien para el mayor número posible...
Noys le interrumpió:
—Supongamos que no se hubiese establecido la Eternidad.
—¿Qué sucedería?
—Puedo explicarte lo que habría sucedido.
Las energías que se consumieron en la Ingeniería Temporal se habrían dedicado a la ciencia Nuclear. La Eternidad no existiría, pero tendríamos el viaje interestelar. El ombre habría llegado a las estrellas unos cien mil siglos antes que en la Realidad actual. Las estrellas habrían estado aún inexploradas y la Humanidad habría conquistado la Galaxia. Habríamos sido los primeros.
—¿Y qué habríamos ganado? —insistió Harlan—. ¿Seríamos más felices?
—¿A quién te refieres? —dijo Noys—. El hombre no estaría solo en este mundo, sino en un millón de mundos. Tendríamos el infinito en nuestras manos. Cada mundo tendría su propio Tiempo, sus valores, la oportunidad de buscar la Felicidad a su manera y en su ambiente. Hay muchas clases de Felicidad, de Bien, una infinita variedad de propósitos. ¡Ése es el Estado básico de la Humanidad!

LOS PERSONAJES

Andrew Harlan

Harlan es un elegido y un privilegiado. De joven, fue sacado del flujo temporal para ingresar en la Eternidad, la sociedad que está por encima de los cambios temporales y que, precisamente, se dedica a provocarlos en nombre de la humanidad. Su interés por la historia le ayudará, sin saber bien por qué, para convertirse en ejecutor. Los ejecutores tienen una responsabilidad directa en los cambios del tiempo y, además, no gozan de buena fama en la Eternidad. Harlan crece infeliz y sin darse cuenta dentro de la Eternidad; y progresa en su trabajo porque es habilidoso en lo suyo. Una mujer cambiará su vida hasta el punto de enamorarse y cuestionar todo su trabajo y su propia vida. Constatará que el amor puede hacer que cambies radicalmente de opinión y te vuelvas en contra de todo en lo que antes creías firmemente. En algunos momentos, Harlan pasará de ser alguien respetado a un loco enamorado y celoso que se rebelará en contra de sus superiores y sus creencias para proteger a su amada Nöys.


El viaje del personaje constituye el cambio de opinión en su interior. Harlan personifica el camino que le conduce de ser un fiel adepto a un rebelde enternecedor, que luchará por lo que cree, a pesar de estar siendo manipulado por terceros. Resulta paradójico que Harlan siempre esté manipulado, ya bien sea por los Eternos o por el personaje de Nöys. Todos le utilizan para sus propios fines, aunque Asimov se encarga de dejar claro en la última escena del libro que la decisión es suya y que la toma por propia voluntad. El peso del destino de la humanidad recae en él y eso le abruma, como es natural, pero también somos testigos de que parece hacer lo correcto cuando llega el momento crucial.

En cierta manera, Harlan es el nuevo mesías que ayudará en la construcción de una humanidad alejada del control de la Eternidad y que dispondrá de un futuro, algo que no ha tenido antes. Tiene la oportunidad tanto de perpetuar la Eternidad como de destruirla y elige en función de sus creencias y su experiencia. Asimov deja bien claro que el destino del personaje está en sus manos y que toma libremente sus decisiones.


Nöys

Nöys será la amada de Harlan y personificará el otro lado de la moneda, el contrapunto a Twissell. Ella no es una humana cualquiera, ha venido del futuro, de más allá de la Eternidad para destruirla con la ayuda de Harlan. Su trabajo será manipular al protagonista o, siendo más suave, su misión será ofrecer a Harlan los datos suficientes para que decida, llegado el momento, si la Eternidad merece seguir existiendo.

Merece la pena recalcar que Asimov insiste en que ella ama a Harlan y que, de alguna forma, se aprovecha de eso para tentarle. Nöys simboliza a Eva, la primera mujer, que ofrece a Adán la manzana de la discordia que provocará la expulsión del paraíso. En esta ocasión no se trata de la expulsión del paraíso, sino la destrucción de una sociedad que no debiera de existir.


La Eternidad

Esta organización simboliza el sobreproteccionismo y la soberbia de la humanidad en el camino de protegerse a sí misma. Se nos presenta como una institución cruel, que está por encima del tiempo y también por encima del bien y del mal. Su nombre, ya de por sí, parece ostentoso porque no es cierto que sean eternos, también tienen límites.

La Eternidad se presenta ante el lector como una asociación con motivos más que dudosos y con un poder incalculable que destinan a un mal entendido servicio de la humanidad para protegerla de sí misma. Sólo la intervención de un grupo de humanos que lograron sobrevivir en una realidad paralela a la influencia de la Eternidad y que poseen un código ético más sensible, consigue destruirla con la ayuda de Harlan, dando título al libro: El Fin de la Eternidad.


CONCLUSIÓN

Se trata de un libro ameno, entretenido y que mejora conforme la lectura va avanzando. Durante la mitad, la acción sufre un pequeño bajón, pero superado ese bache llega la parte más interesante y que acaba enganchando al lector.

La novela se entretiene en algunos momentos explicando los conceptos que serán importantes tener en cuenta para comprender el universo que construye Asimov. No son, en muchos casos, imprescindibles para la comprensión del final, pero ayudan dotando a la historia de una base más sólida. El autor logra superar los continuos problemas de coherencia que tienen las novelas basadas en cambios temporales. Lo hace de forma tan simple que, terminada la lectura, tenemos una sensación agradable de cohesión interna y comprensión de los hechos.

El tema no es denso, aunque tampoco difícil de comprender. Aparece de forma gradual y, lo que un principio nos parece una historia simple, se acaba convirtiendo en una historia simple con mensaje. Se hace justicia y el final, por extraño que parezca, nos deja una sensación agradable, más dulce de lo que pensamos en algún momento de la lectura. Si lo reflexionamos, Harlan termina por destruir una sociedad entera en el futuro para, con la base de lo que resta, ayudar en la construcción de una nueva y más libre. El pasado al servicio del futuro, de un futuro mejor y el fin de una tiranía eterna.
Este enlace contiene un artículo más amplio:

sábado, julio 22, 2006

Grandes Villanos VI: Dr. Moriarty


Se dice que Sir Arthur Conan Doyle, creador del más famoso de todos los detectives privados del mundo, acabó cansado de escribir siempre alrededor de la figura de Holmes. No resulta difícil de entender que, como cualquier escritor de la época, deseara explorar otras muchas facetas de la literatura, pero sus fans no estaban interesados en que abandonara a su personaje más idolatrado. Un buen día decidió matarlo ¿Cómo te deshaces del más aclamado e inteligente de todos los detectives del mundo?

La primera idea que me viene a la cabeza sería que resbalara de la ducha; fácil y limpio. Aunque con toda seguridad, ni sería un final digno, ni un editor se atrevería a publicarlo. La solución de Sir Arthur fue algo más coherente, pero igual de simple que el resbalón; crear un igual al héroe capaz de derrotarle. El planteamiento del escritor se basa en un acto que, aunque no dudo que fuera reflexionado, denota algo de desesperación. Por un lado, necesitaba argumentar con precisión que la muerte de Holmes servía a un propósito y, en segundo lugar, le apremiaba la necesidad de que el honor del personaje se mantuviese intacto. De esa necesidad, surgió el Doctor Moriarty, enemigo acérrimo del detective y, según el propio Holmes, la mente más brillante después de él. En el libro, ambos se enfrentan cerca de las Cataratas de Reichenbach y mueren despeñados. El sacrificio de Holmes adquiere un sentido y le dignifica al mismo tiempo.

No es mi deseo entrar a juzgar las decisiones de Sir Arthur, simplemente necesitaba constatar el hecho de que a Holmes nunca le hizo falta Moriarty para alcanzar el éxito y, paradojas del destino, se le hizo indispensable para dar fin al héroe. Para la posteridad, su nombre va tan o más unido que el de Watson a la fama del detective. Puede parecer injusto y demuestra la fuerza que tiene un personaje antagónico dentro de la creación literaria. Sir Arthur no tenía la intención de robar protagonismo a sus personajes principales. Podría haber seguido narrando aventuras de Sherlock Holmes hasta su muerte y, tal vez, nadie hubiera echado de menos un villano a la altura del detective en esos libros.

Moriarty simboliza la inteligencia criminal. Hemos de tener en cuenta que hasta su aparición nadie es digno adversario para Sherlock Holmes. Los casos se suceden ante la voraz lectura de sus seguidores, sin que nadie eche de menos cierta dificultad añadida o, en su caso, un antagonista digno. Moriarty lo es y otros después de Doyle le acabarán usando como una herramienta para afianzar la leyenda de su personaje. Al amparo de la insistencia de sus lectores, Sir Arthur retomará las historias de Holmes antes de su encuentro con Moriarty y dará algo más de protagonismo al villano, pero no demasiado.

A Moriarty hemos de estudiarle a partir de su aparición en 1893. A diferencia de malvados anteriores al siglo veinte, Moriarty se nos presenta como un casi perfecto “gentleman”. Se le describe como una persona seria, apacible y con aire de reptil. También sabemos que cierto halo tétrico envuelve su presencia, no en vano es el dirigente de la mayor organización criminal de la época. Holmes dice de él que es “El Napoleón del Crimen” y como no dispone de fuerza bruta, tiene un lacayo a su servicio, el Coronel Sebastian Moran. No debiera extrañarnos teniendo en cuanta la época; hoy podemos pensar en grandes redes de extorsión que desarrollan complejas ramificaciones por el mundo; no obstante hace ciento quince años, la maraña que se describe Doyle en boca de Holmes resulta aterradora e impresionante. Hoy la mafia siciliana nos ha insensibilizado ante tales barbaridades. Por eso, precisamente, le llama Napoleón y la analogía no resulta casual: los ecos de la época napoleónica, que todavía recorrían las pesadillas de algunos británicos de finales de siglo, resultaba amenazador para los oídos británicos y golpeaba con fuerza para dotarle de un aspecto siniestro.

A pesar de todo lo dicho, todavía hay algo que sorprende en esa época y es la creación de alguien tan inteligente como personaje malvado. La inteligencia y, por otro lado, la flema británica hacía impensable que un matemático eminente y de prestigio como Moriarty – sí, es doctor en matemáticas – fuera alguien perverso y malvado. Insisto en que hoy no parece tan extraño; debemos situarnos en la ficción de finales del diecinueve. El choque de trenes que propone Sir Arthur Conan Doyle entre dos intelectos tan distintos y afines al mismo tiempo debió resultar irresistible para la época y, tal como pretendía el autor, el final digno que terminara con la vida de su personaje más aclamado.

Con el tiempo, el cine o la televisión se han encargado de enfatizar ese “archienemiguismo” con la intención de vender más y mejor los distintos productos que han ido saliendo y, como era de esperar, en mayor o menor medida han coqueteado con la enemistad entre Holmes y Moriarty. Han dado una impresión muy errónea de la verdad. El resultado ha sido retorcido en algunos casos, porque se ha enfatizado la figura de Moriarty, más de la que éste disfrutó en vida de su autor. En el lado positivo, la literatura dispone de un villano digno y respetado por el público – respetado en la idea de temido. En el lado negativo, tenemos culturalmente una idea poco veraz de la relación entre ambos personajes. A la larga, creo que ese ha sido un mal menor.

Personalmente, creo que Moriarty sobresale con valentía y descaro en dos libros que eclipsan la obra completa de Holmes ( “El Problema Final” y “El Valle del Miedo”), no desde el punto de vista literario sino del contenido. Resulta paradójico la voracidad del personaje, que sólo puede explicarse por la grandeza de Holmes. Me explico; construir un enemigo para un personaje tan amplio como Holmes, implica dignificar directa o indirectamente a su oponente. Por el hecho de situarlo a la altura de Holmes, adquiere ante la mirada del lector un status que no hubiera tenido de empezar al mismo tiempo. Así que Moriarty se aprovecha del éxito Holmes para irrumpir con fuerza y seriedad en la literatura de ficción. No olvidemos tampoco que si Holmes es el abuelo de las novelas de detectives y el precursor del género, Moriarty también lo es en su ámbito: la mente criminal del siglo.

Debemos aprender de Moriarty como malvado poco histriónico o estridente, que usa el recurso del que dispone para su propio beneficio personal. Es el precursor de una nueva era de maldad literaria en la que predomina la mente por encima de la fuerza para su provecho personal. ¡Quién sabe! Tal vez Moriarty fuera una avanzado a su época, aunque de lo que no me cabe duda, es que hoy hay muchos Moriartys en este mundo actuando de forma egoísta para su propio beneficio y pocos Holmes que puedan contenerlos.

sábado, julio 15, 2006

De Esta También Nos Levantaremos


El primer editor de Asimov le dijo que tardaría más de 10 proyectos en lograr publicar una historia en su revista. Con algo de suerte, sólo necesitó cinco intentos para que aquel hombre se comiera sus palabras. ¿Cómo lo logró? Simple. Observando la realidad.

Trabajando para una universidad tuvo acceso a un buen número de cartas en las que gente normal y corriente expresaban su malestar por el continuo avance de la ciencia en aquella época. Tenían miedo al progreso; los avances científicos les producían vértigo y una poderosa sensación de pérdida de control y degradación moral encendía sus temores más íntimos. El mundo avanzaba más rápido de lo que lo había hecho nunca y muchos parecían incapaces de aceptar el desafío de una realidad tan efímera y cambiante.

"Con el tiempo, cuando esta borrachera tecnológica termine, las aguas volverán a su cauce; como siempre ha sido y como debe ser"

"Me decepciona ver como la industria de Hollywood suple sus carencias y se vende por treinta monedas de plata, que es el valor de la factura de un estudio de animación digital"

Asimov escribió una historia corta que trataba de la obcecación de un científico trabajando para una sociedad incapaz de aceptar el avance de la ciencia y que rechazaba su trabajo. Al final, los frutos de este personaje calan tan hondo en la colectividad que vuelven a abrazar los esfuerzos y avances de la comunidad científica y a potenciarlos como parte de su cultura. Partiendo de un tema simple: el miedo al cambio; el escritor americano alcanza un objetivo ambicioso para cualquier escritor; alzarse como observador de una conducta humana y hablar de ella bajo un prisma personal en el trasfondo de una aventura imaginaria. La clave reside en que el tema elegido por el escritor era y es universal. Pudo aplicarse en mil novecientos treinta y ocho, como también pude aplicarse hoy en dos mil seis. No importa si se escribe en clave de ciencia ficción o novela realista; en ambos casos el tema trasciende la anécdota.

La ciencia ficción no es un reducto de consumidores que desean ver naves espaciales y batallas galácticas por encima de cualquier otro elemento. Tampoco es un género en el que los medios o recursos puedan superar al contenido que los autores van a mostrar. En otras palabras, la ciencia ficción no puede ser un disfraz que ayude a tapar las carencias de escritores o guionistas; aunque es precisamente eso lo que parece desde hace algunos años. Últimamente nos hemos visto obligados a soportar una batería de películas en las que los efectos especiales priman por encima de todo rastro de cordura o reflexión, y logran encandilar a aquellas personas que sólo desean distraerse viendo una película. No me parece preocupante, aunque admito que me decepciona ver como la industria de Hollywood suple sus carencias y se vende por treinta monedas de plata, que es el valor de la factura de un estudio de animación digital. Esas treinta monedas se rentabilizan con cierta facilidad y prima la ley del mínimo esfuerzo. ¿Quién nos lo iba a decir hace veinte años? Que los efectos especiales iba a ser lo más sencillo de producir.

Como decía antes; no me parece preocupante el fenómeno de los efectos especiales porque, con el tiempo, “volverán las historias a nuestros balcones su nidos a colgar”. Sospecho que es una mala racha, como sucede en todos los campos y como sucedió en la literatura de ciencia ficción americana durante los años cuarenta y cincuenta, que se llenó de naves espaciales y viajes en el tiempo. Pongamos dos ejemplos, cada uno en un extremo de la balanza. Tenemos “Matrix” en primer término; una película con contenido que hace un uso intensivo de la tecnología digital. Pongamos en el segundo extremo a “Van Helsing”, un bodrio de historia que no sólo insulta al personaje sino a los seguidores y lectores de literatura fantástica.

Matrix es un ejemplo del uso de la tecnología al servicio de una historia. No negaré que quizás sobreactúan algunas veces, pero existe una reflexión profunda alrededor de la historia; tan antigua como Platón o Calderón de la Barca, ¿La vida es sueño? Por otro lado tenemos “Van Helsing” ¿Alguien podría explicarme si quisieron decirnos algo con esa película? Yo creo que la hicieron simplemente para divertirse y ganar dinero; unos monstruos por aquí, dos efectos por allá y tenemos un taquillazo asegurado. Nada importó a los responsables de la película destrozar a un digno personaje de literatura fantástica. Ni siquiera pidieron perdón.

Por lo menos, hoy ya disponemos de la tecnología y esta cada vez será más y más barata y fácil de producir. Con el tiempo, cuando esta borrachera tecnológica termine, las aguas volverán a su cauce; como siempre ha sido y como debe ser. Volveremos a disponer de temas e historias interesantes bajo el prisma único y casi ilimitado de la ciencia ficción. Disfrutaremos de historias de amor, de terribles venganzas, de atroces injusticias y volveremos a iniciar la rueda en el mismo lugar donde la dejamos. Saldrán nuevos escritores con ideas nuevas y con un amplio bagaje que, como Asimov hace setenta años, percibirán un tema y dispondrán de los medios para hacer una presentación digna.


sábado, julio 08, 2006

Grandes Villanos V: El Fumador


“Puedes matar a un hombre, pero no puedes matar la idea que defiende. No sin antes doblegar su espíritu. Eso es algo hermoso de ver.” “Todo aquel que puede apaciguar la conciencia de un hombre, puede llevarse su libertad.”

El Fumador es el antagonista más reconocido de la serie de ficción “Expediente X”. Recibe este nombre porque siempre se le ve con un cigarrillo en las manos y rodeado de una espesa columna de humo. Dentro de la serie, constituye el personaje contrapuesto al héroe, Fox Mulder. Conoce y participa activamente en una conspiración para ocultar la existencia de vida extraterrestre y encubrir a un consorcio de intereses que van desde gobiernos a entidades privadas. Se trata de un hombre que no parece responder ante nadie y que es capaz de sacrificar, incluso su vida, para lograr sus intereses. Aquello que protege está por encima de él y todo lo demás.

Analizando el personaje dentro de la serie, el Fumador adquiere un protagonismo que se contrapone a su enemigo de forma natural. Mulder es un gran defensor de la verdad y cree en “La Verdad” como si de una religión se tratara. Este villano, en cambio, no sólo defiende lo contrario, sino que participa de forma activa y directa para que el protagonista de la serie no logre sus objetivos. No es que insinúe que le falte personalidad, al contrario; el Fumador se acaba convirtiendo en un personaje complejo y con algunos matices que detallaré, pero es innegable que Carter construyó este personaje a la medida de su héroe y para su héroe: Mulder. Tanto es así, que hay momentos en los que se insinúa y afirma que el padre biológico de Mulder es el Fumador para intensificar ese antagonismo.

¿Qué simboliza el Fumador? Se trata de una respuesta compleja. En primer lugar, la mentira, por contraposición a la verdad. El Fumador es un maestro en encubrir y manipular para lograr los objetivos que desea. Para ello tampoco duda en sacrificar a quien haga falta: gente inocente, miembros del gobierno o incluso a su propia familia. La segunda idea que simboliza el Fumador es el mito de fausto trabajado y presentado de una forma muy simple, pero efectiva a los ojos del espectador con el hábito de fumar. El Fumador ha vendido su alma al diablo y está corrompido hasta las entrañas. El humo del tabaco es su tarjeta de visita. En tercer y último lugar, el Fumador también simboliza la soberbia.

Hace unos años, la imagen que tenía de este personaje era la de un ajedrecista agresivo que jugaba una partida de forma brillante para proteger a su rey. Hoy no lo tengo tan claro, pero la imagen ayuda a entender que el Fumador juega para proteger algo y cualquiera que se acerque a su rey puede morir o salir herido. La idea que me confundí con la partida de ajedrez, es la falta de escrúpulos del Fumador. Una falta de escrúpulos que se combina con una telaraña de mentiras, tan numerosas como crueles en algunas ocasiones. No existe tal partida de ajedrez, porque el Fumador manipula las reglas a su antojo para lograr sus objetivos: encubrir la existencia de vida extraterrestre. No hay mentira pequeña, ni insignificante que no le ayude en ese objetivo y que, por tanto, no se atreva a usar. De todas formas, saldrá impune.

Muchas veces intento catalogar a los personajes malvados dentro de los siete pecados capitales. Los personajes malvados de ficción acostumbro a catalogarlos en tres campos: el primero suele ser un cóctel triple de ira-odio-venganza, el segundo, también muy típico, es el de la codicia. El tercero, mucho más complejo si se construye correctamente, constituye la soberbia. El Fumador representa un caso de soberbia puro y duro, porque es el celote que esconde y guarda una realidad que nadie puede ni debe conocer. Él no se ve a sí mismo como una víctima más de aquello que protege, sino como el guardián y protector de una causa que ha jurado defender. Existen aquellos que conocen la verdad, los que la desconocen y luego está él como el guardián de la mentira y apóstata de la sociedad que dice defender. El Fumador lleva mucho más allá la línea de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, hasta convertirla en un “todo por el pueblo porque yo hago que sea así”. Ejerce la depravación del patriotismo que denunciaba Wylde; sazonado con soberbia y orgullo.

El juego que practica dentro de la serie gira en torno a sus valores morales en contraposición a los valores que representa el héroe. Su encanto proviene de conocer las respuestas a unas preguntas que tanto los seguidores como los protagonistas de Expediente X buscan. No es extraño, por tanto, que algunos fans se hayan declarado enemigos; especialmente aquellos que ansían encontrar la verdad tanto como los protagonistas. El juego “héroe contra antagonista” se convierte en un trío que incluye al espectador, porque el Fumador es el último bastión de la verdad que tantas veces Mulder ha buscado en compañía de terceros. El Fumador es algo más que un villano al que se pretende derrotar. El espectador desea sonsacarle la información que precisa para una mejor comprensión de la mitología de Expediente X. Personalmente, me encantan las escenas de la serie en las que el Fumador hablaba con el Sindicato. Los guionistas solían darle frases interesantes que prolongaban la sensación de decir: “Aquí todos sabemos de lo que estamos hablando”; mientras el espectador aguardaba algo más.

Otro de los aspectos interesantes del personaje y que agudizan la sensación de soberbia, lo forman sus últimas intenciones. El Fumador disfruta de una vida miserable en la que su único objetivo es que el proyecto o la gran conspiración para la que ha trabajado toda su vida triunfe por encima de todo. No tiene remordimientos, ni sospecha que se ha equivocado de bando, porque le resulta irrelevante. Equivocado o acertado hay en él una determinación que sobrepasa los límites de la cordura y le confieren un carácter maligno y grotesco. Como decía antes, no sigue adelante por codicia, ni por ira, ni por venganza. Lo suyo es pura soberbia y orgullo. Cuando decide que hará una tarea, la llevará hasta el final, hasta sus últimas consecuencias y eso no le impide destrozar a su familia, a sus amigos o a la gente que le rodea.

Una de las preguntas más interesantes gira alrededor del cigarrillo y el tabaco. ¿Qué funcionalidad ejercen dentro de la serie y el personaje? Situemos las serie en 1994, donde todavía las leyes antitabaco no habían surgido con la fuerza que tienen en este siglo. Personalmente, opino que el tabaco simboliza la absoluta corrupción del personaje y también su podredumbre moral. Se trata de un hedor que le persigue y, a menudo en la serie, esto se simboliza con la colilla de un cigarrillo dentro de un cenicero. El Fumador ha estado allí y todos lo saben. Todos los malvados utilizan una marca para distanciarse. La serie Expediente X forjó un cambio en la manera de entender la televisión; dando protagonismo a personajes cultos e inteligentes, pero con los que al mismo tiempo cualquier espectador podía identificarse. Esta cotidianidad dentro de lo extraordinario relega al cigarrillo como un elemento fuera de la esfera, ya que se supone que una persona inteligente no debiera fumar. Sé que esta idea es discutible, pero no por ello deja de tener sentido. Sólo el Fumador, un hombre inteligente y malvado, sería adicto al tabaco y sucumbiría a tal adicción.

La fuerza del personaje no reside única y exclusivamente en su cigarrillo, ni en el hecho de que anteponga el proyecto a todo lo demás y mate sin reparos. El Fumador admira a aquellos que tienen tanta o más convicción que él y se insinúa en la serie que se ha enfrentado a este tipo de personas. No se trata de asesinar al hombre, sino también a la idea. El Fumador es consciente de que las convicciones son algo peligroso, para muestra él mismo. Su orgullo no le permite contentarse en disparar; debe destrozar la moral de aquél que represente la idea, hundirlo para, finalmente, liquidarlo sin que nadie le siga. Al menos, esa siempre ha sido su excusa para no matar a Mulder. En sus propias palabras: no basta con matar al hombre, primero se ha de doblegar su espíritu.

De las cualidades o rasgos más odiosos de este hombre, sospecho que el mayor es su insultante impunidad. Tiene que ver con la soberbia de que hablaba anteriormente, esa sensación que siempre muestra y que nos lleva a pensar que está por encima de la ley. Como buen malvado, esas pequeñeces le traen sin cuidado y no le rondan por la mente. Antes ya lo he comentado; existen las leyes, pero él no se siente obligado a cumplirlas. Son correctas para los demás; él se encuentra por encima.

¿Es un mártir tal vez? Esa es una pregunta que me ha carcomido durante bastante tiempo. El Fumador – esa es mi opinión – no se ve a sí mismo como alguien que se haya sacrificado, porque su trabajo lo ha hecho con convicción y los sacrificios le han parecido inevitables. En segundo lugar, no creo que haya soberbia en el martirio, sino más bien un odio o un miedo irrefrenable. Lo que sí me parece el Fumador es un fanático y un suicida de largo recorrido, alguien que ha ofrecido voluntariamente su vida para una causa dudosa y que le ha conducido a no tener que rendir cuentas a nadie. No personifica a un mártir porque al final del camino no obtendrá la redención y él lo sabe.

Existen muchas similitudes, sospecho que algunas por accidente, con un demonio: el humo del cigarrillo o las mentiras que acostumbra a decir, su impunidad etc. Hay una que no puedo resistirme a comentar, porque me resulta bastante llamativa. Se acostumbra a decir que la mayor hazaña del diablo consiste en haber convencido a la humanidad de que no existe. En el fondo, el Fumador hace lo mismo. Su trabajo consiste en tapar o cubrir la presencia de gente como él y, además, en maquillar la conspiración para la que han dedicado toda su vida. Así como muchos no creen el diablo, el Fumador logra que nadie crea en la conspiración que Mulder y Scully intentan destapar.

Admito que hay muchos paralelismos entre el diablo y el Fumador, aunque me resisto a creer que Carter o los guionistas que trabajaron en la serie quisieran ofrecernos esa imagen. Creo que buscaban un referente dentro de la conspiración que sirviera de faro en la cruzada en pos de la verdad que Mulder acometía y acabaron construyendo un personaje atípico y útil. De hecho, cuando la conspiración termina fracasando (más o menos) durante la sexta temporada, el Fumador desaparece de escena. Se trata de una prueba con fundamento de que el terceto Mulder/Fumador/Conspiración conformaban un eje bastante bien vertebrado. En el momento que cae la conspiración, le sigue el Fumador y Mulder en la octava temporada.

William B Davis, el actor que dio vida al Fumador, me parece que fue uno de los pocos que acabó por comprender la esencia de sus personaje y nos mostró un apoteósico final en el capítulo 7x15 titulado “En Ami” que él mismo escribió. En el episodio nos ofrece todas las virtudes del personaje y una moraleja triste y cruel. En ese capítulo vemos sus mentiras sin tapujos, constatamos su falta de escrúpulos y también su cara más manipuladora y seductora de serpiente. Tienta a Scully y no a Mulder, porque sabe las debilidades de ella y las usa a su favor con una maestría retorcida. Davis ofrece un final adecuado al personaje y demuestra que le comprende, cuando fuerza al Fumador a destruir una de las últimas pruebas de la conspiración y que, además, contiene la cura de su cáncer terminal. Davis sabe perfectamente que no hay redención para su personaje y que en su naturaleza está el ímpetu de destruir cualquier prueba de la conspiración, al precio que sea.

Me sabe mal no haber detallado más al personaje porque pretendía que los seguidores ocasionales de la serie pudieran comprender mejor al personaje. Espero poder escribir en el futuro algo más detallado y reflexivo. No será fácil.

domingo, julio 02, 2006

Reflexiones de la Primera Temporada Expediente X


El episodio piloto jugó al despiste con los espectadores días antes de emitirse y, bajo mi punto de vista, sólo sirvió para dar una publicidad que, a la larga, se demostraría innecesaria. Se anunciaba como si fuera una especie de documental, probablemente con la intención de atraer a un público con mentalidad más abierta y no sólo a los seguidores de ciencia ficción. Me gustaría recordar que el primer episodio se anuncia como si estuviera basado en hechos reales. Tal vez funcionara, pero demuestra – al menos esa es mi opinión – que escaseaba la confianza. Lo confirma, por ejemplo, el comentario que leí hace tiempo de Mark Snow (compositor de la música) en el que daba fe de la cara de asombro de los productores de la Fox cuando Carter y él mostraron la sintonía por primera vez. Aunque Carter se mostrara inflexible y se negara a negociar ese punto, meses más tarde los mismos temerosos lucían una sonrisa de confianza y repetían una y otra vez que nunca jamás habían dudado del éxito de la sintonía. Había reparos y pocas ganas de arriesgar, como suele suceder cuando te estás jugando dinero. La jugada para atraer más público fue poco elegante, pese a que consiguió su objetivo final. Se buscó a un espectador interesado en el fenómeno ovni o en la ciencia ficción, para servirle después una serie de misterio que a la larga dejaría el tema ovni, para centrarse en extraterrestres y conspiraciones para encubrirlo.

La cortina de humo que tejieron funcionó y durante los primeros episodios vimos como los agentes del FBI iniciaban un flirteo con ovnis y demás fenómenos casi extraterrestres. Por fortuna, Chris Carter tenía en mente una segunda fórmula para que no quedara todo en manos de platillos volantes y conspiraciones más allá de toda credibilidad. Siguiendo un formato extraño, poco visto y aunque no nuevo, la serie tomó dos líneas de desarrollo: la que continuaba la trama de la conspiración o mitología, y el resto de episodios en los que simplemente se debía investigar un caso. Estos últimos fueron conocidos como los episodios “del monstruo de la semana.” La serie estaba montada y definida sobre la base de un misterio que se debía investigar y descubrir. Ahora sólo faltaba apuntalar dos temas relevantes: guiones razonados y coherentes y, en segundo lugar, definir correctamente a los personajes dentro de las historias.

Con toda seguridad, los guiones tuvieron altos y bajos muy remarcables. Dentro de la primera temporada cohabitan algunos experimentos y desaciertos en medio de episodios memorables. Antes que nada, deseo dejar bien claro que opino que las historias se deben medir en función de unos parámetros temporales y espaciales. No podemos juzgar de la misma forma un guión de la primera temporada que de la sétima. Sería demasiado injusto. Muchas historias fueron concebidas, precisamente, para sentar las bases de la serie. Entre esos objetivos destacaba el hecho de instar a los espectadores a dudar entre lo que opinaba Mulder, como representante del lado más fantasioso y lo que opinaba Scully, como figura científica y persona más racional. Aunque no nos engañemos, el punto de vista que debía interesar al espectador y el lado que preferían la mayoría de historias era y fue el de Mulder.

Mulder es siempre un protagonista famélico en las historias. El espectador ve lo que está sucediendo y sabe quién tiene razón. No quiero extenderme demasiado en este aspecto porque podría ser un argumento para otro artículo. Baste remarcar que, ya desde un buen principio, Scully personifica la voz de la razón y del sentido común dentro de un cúmulo de historias que tienen poco de racional. En ese aspecto el personaje femenino sostiene a la temporada y actúa de faro para que los guionistas no se vayan demasiado al terreno de la fantasía y las historias y guiones se dejen atar.

Los buenos guiones de esta temporada forman parte, en su mayoría, de la mitología, aunque existen excepciones como el personaje de Tooms (Monstruo de la Semana) o el bicho del episodio #1x07 Hielo. El resto de monstruos no brillan tanto como en la segunda o tercera temporada. No hay que reprochar nada. Siempre he sostenido que las primeras temporadas de cualquier serie acostumbran a ser algo ingenuas, porque se acaban por decir o hacer cosas que a la larga, cuando mejores o peores historias han desfilado y los personajes se han hecho mayores de edad, sonrojan y lucen demasiado inocentes. Expediente X no es ninguna excepción. Demasiados capítulos tratan de antiguos conocidos, novios olvidados y ex compañeros de trabajo. Todo ello sazonado con algunos clichés que son un pretexto para los actores y guionistas, que buscan la forma de adaptar los personajes e ir sacándoles el brillo que se verá más adelante. Se intentaba establecer una química entre los dos compañeros de trabajo y el público. Opino que, eso por lo menos, sí se consigue en esta primera temporada. ¿Tanto para encandilar? Seguramente hoy, si se repitiera la fórmula, no estoy seguro de que funcionase. En 1993 sí que lo lograron.

Una de las claves de la popularidad, bajo mi punto de vista, fue no dar demasiada importancia a la conspiración y sí al monstruo de la semana. Las simplicidad de las historias de monstruos ayudó a que los espectadores digirieran mejor el contenido. Si se hubieran excedido en la complejidad de la conspiración, muchos espectadores habrían huido agotados, como a la larga sucedería con la serie a partir de la sexta temporada. La clave en esta temporada reside en que, aunque ingenuas, las historias malas se entienden perfectamente.

¿Cuáles fueron los motivos que hicieron de la serie un éxito? Como ya dije anteriormente, el trabajo de los guionistas y los actores con los personajes, probablemente sea el mayor responsable. Pocas veces antes, una serie había tenido dos únicos protagonistas principales, un hombre y una mujer. No al menos en series dramáticas. Un mal paso podía dar al traste la delgada línea entre el acierto y el traspiés. Con un creador y varios escritores, dos actores y dos protagonistas; las historias fueron parte de la clave, tanto la idea de la conspiración como las ganas de ver un misterio paranormal o de ciencia ficción. La pantalla nos mostró lo que verdaderamente había: una serie promesa (con muchos temas abiertos a la interpretación) en estado algo virgen y que se ceñía a los personajes y sacrificaba la acción a favor del misterio. La serie invitaba al espectador más inteligente y al más simple, sin necesidad de que se pudieran reprochar nada. Ambos tipos de espectador lograban sorprenderse y eso captaba la atención de un público de amplio espectro y muy heterogéneo. Los había que preferían el misterio, otros la conspiración, algunos la forma en que se explicaban las historias y muchos la manera en que cohabitaban de forma extraña misticismo e inteligencia.

La entrada de un personaje como “Garganta Profunda” ofrece una perspectiva única, aunque no tendrá demasiada continuidad más allá de esta temporada. El confidente de Mulder empieza a relacionarse con él antes que su enemigo, el Fumador, quien robará ese protagonismo para instaurar una especie de reinado como antagonista a partir de la segunda temporada. Una vez desaparecida la principal fuente de información, el trabajo del agente del FBI tendrá que ser más correoso y difícil. Garganta Profunda colabora en establecer un serie de guiños entre los personajes y los espectadores. Pero el peso del personaje en sí resulta poco profético y demasiado mesiánico porque dispone de todas las respuestas que no sólo Mulder busca, sino también el espectador. Estábamos a un simple comentario de saber la verdad y los guionistas se vieron forzados a eliminarle.

A diferencia de muchas historias de ciencia ficción donde el protagonista recibe los conocimientos o la información y sólo necesita pruebas. Mulder deberá buscar tanto las preguntas como las respuestas. El nivel de dificultad es enorme y forma parte del hilo argumental que se entrevé por encima de los episodios. Al espectador se le presenta una conspiración y un juego de episodios para intentar resolverla, como si fuera una puzzle a base de pequeños destellos cada semana. La intriga está servida y adornada con episodios fáciles y una promesa de misterio que se desarrollará, especialmente, a partir de la segunda y tercera temporada.

Los mejores episodios de la primera temporada tienen que ver la mitología de la serie. Destacaría principalmente estos:

1x01 Garganta Profunda (Conspiración)
1x02 Escurridizo (Monstruo de la Semana)
1x07 Hielo (Monstruo de la Semana)
1x09 Ángel Caído (Conspiración)
1x12 Más Allá del Mar (Monstruo de la Semana)
1x16 Ente Biológico Extraterrestre (Conspiración)
1x23 El Frasco de Erlenmeyer (Conspiración)


¿Qué tienen en común estos episodios para que destaquen? Son prototipos, por no decir estandartes, del tipo de guión que requiere la serie. Contienen suspense y un misterio interesante que hay que resolver en el que los personajes, Scully o Mulder, son llevados al límite. En segundo lugar, los personajes se desenvuelven con mucha naturalidad dentro del guión y se muestran coherentes y fieles ante los eventos. Mulder lucha por descubrir una verdad que desafía la lógica o que demuestra sus creencias, mientras que Scully intenta alumbrar la historia desde el punto de vista científico. Una última característica importante que tienen en común estos episodios es que disponen de dos tipos de finales, uno abierto para la historia y otro cerrado para los personajes. Como ejemplo, en el episodio 16 Mulder llega tarde al lugar donde está el extraterrestre y el episodio termina, aunque todos sabemos que tendrá otras oportunidades más adelante. El episodio concluye mal por norma, pero la historia siempre queda abierta.

Resumiendo, se trata de una temporada con dudas y algunas pruebas en las que se empieza a discernir el tipo de historias que irán cuajando durante el resto de la serie. Los personajes nacen bien definidos y lo interesante será ver el proceso de relación que establecen entre ellos y que forma uno de los pilares donde se sustenta el éxito de la serie. Abundan las historia de monstruos, en detrimento de la conspiración. La conspiración nace del fenómeno ovni y de las abducciones hasta engrosar la idea con extraterrestres y conspiraciones gubernamentales. Tal vez los guionistas tuvieron problemas en encajar a un personaje como Garganta Profunda y por eso frenaron la creación de guiones de la mitología. Lo mejor de la primera temporada fue la expectación que generó en un tipo de público muy variado, lo peor tal vez la ingenuidad de los comienzos y la prudencia del equipo de producción. Lo que es innegable es que la aparición de la serie supuso un hito en la historia de la ciencia ficción del que todavía se hablará durante años.



sábado, junio 24, 2006

En Tierra de Molinos y Ovnis



Puede que, cuando Chris Carter ideara a Mulder y Scully, creyera que había creado algo nuevo y original. Tal vez pensara que había descubierto una mirada distinta y original a finales del siglo XX. Hablo en forma subjuntiva porque, evidentemente, desconozco lo que rondaba por la cabeza del creador de la serie Expediente X. Quinientos años antes, alguien ya había intentado algo parecido y le fue bastante bien.


Mulder es a Don Quijote, lo que Scully a Sancho Panza. Entiendo que se trata de una premisa agresiva y plagada de excepciones, pero la metáfora se entiende perfectamente y ayuda en la comprensión de la perspectiva de la serie de televisión. Existen grandes diferencias, lo admito. Don Quijote es un loco en un mundo real, mientras que Mulder parece estar loco en un mundo que vive bajo el engaño. Aunque también existen grandes similitudes como Sancho y Scully que aportan cordura y serenidad a ambos protagonistas. Ambos cuerdos tienen raíces muy diferentes. Sancho simboliza la sabiduría popular de la época, la del hombre campesino y rural. Scully representa el conocimiento científico, basado en las leyes de la lógica y la ciencia. Son dos cuerdos distintos, pero que comparten la afinidad de ser referentes de la época para el sentido común.

Don Quijote responde a la premisa del hombre que ha sucumbido a la locura, tras años de ociosa lectura y alucinaciones. Es un loco gracioso y casi inofensivo en un mundo irreal que le supera. Mulder, en cambio, cree en una realidad distinta, pero vive una vida auténtica. Ante los demás, ambos están chalados y ahí reside su particularidad. La verdad para Mulder es tan sagrada como la vida misma, tan sagrada como los votos de caballería para Don Quijote. Ellos no se creen locos, no pueden. Luchan por que la gente vea el mundo tal y como ellos lo hacen, pero resulta una labor tan infructuosa como inútil porque siempre les supera.

Scully y Sancho comparten muchos más nexos de unión. En primer lugar, son los encargados de recoger los pedazos que quedan cuando sus compañeros fracasan. En segundo lugar, ambos se esfuerzan por hacer entrar en razón al otro, pese a que resulte una labor imposible y sacrificada. Ni Sancho, ni Scully serían tan venerados si faltara su opuesto, porque de ellos reciben la genialidad. Seamos sinceros, Sancho no sería nadie de no acompañar a su señor y, por el otro lado, Scully no dejaría de ser una agente del FBI de no haber conocido a Mulder. En tercer lugar, y no por ello menos importante, ambos demuestran una fidelidad que va más allá del deber y un respeto que sobrepasa los límites razonables. Sendos escuderos alcanzan una devoción más mística que humana.

Y ahora que ya me he metido en el charco y el lodo me sale por las orejas, me trae sin cuidado profundizar un poco más en las similitudes de “El Quijote” y Expediente X; aún a riesgo de escandalizar a los más heterodoxos lectores. No pretendo – no es al menos mi intención, - ensalzar la serie de televisión a costa del libro. No sería lógico porque el mérito de la serie está mucho más repartido y depende de productores, actores, directores etc. Que nadie saque esta lectura, especialmente con lo que voy a exponer a continuación.

Tanto el libro como la serie explotan el concepto de los dos personajes, el cuerdo y el loco que emprenden un camino del que no saben donde les puede llevar, ni como acabará. A diferencia de las obras clásicas que ensalzaban la figura del héroe o el protagonista, Cervantes propone un binomio. No soy experto en literatura clásica, pero me atrevería a sugerir que es uno de los precursores en este campo. A diferencia de clásicos como el Cid o, algo más antiguos, como Ulises y Eneas, donde el protagonista es un solo hombre contra su destino. Algo similar ocurre en la serie. Carter construye la serie pensando en los dos protagonistas, algo inaudito en la televisión. Recordemos que hasta la octava temporada, en los títulos de crédito Anderson y Duchovny son los únicos que aparecerán en la placas del FBI. En ambos casos, los protagonistas inician su particular camino hacia lo desconocido como protagonistas de la serie, con la misma importancia, aunque sea una formalidad (Opino que Mulder es mucho más protagonista que Scully). Los dos participan de un viaje ; tienen un camino que deberán recorrer y afrontan un destino que parece escrito a sus espaldas.

El Quijote, además de muchas otras cualidades, supuso el fin de la novelas de caballerías. No es que dejaran de leerse, al contrario siguieron leyéndose durante mucho tiempo, pero sí que dejaron de escribirse porque ya no tenía demasiado sentido. Cual moda, desaparecieron de los tinteros de los escritores y, quizás, Cervantes contribuyó a mejorar la literatura del siglo de oro español. No nos engañemos, las comedias de capa y espada siguieron representándose como forma de diversión; pero muchos escritores optaron por profundizar más en los temas con Cervantes y Shakespeare como referentes universales.

Algo parecido supuso la serie en la televisión. Hay un antes y un después de Expediente X donde la inteligencia y el factor psicológico desempeñan un factor más importante en la trama. Se han seguido haciendo culebrones y comedias familiares; en ese aspecto nada ha cambiado, pero la manera de tratar a la ciencia ficción sí lo ha hecho desde entonces. Sin duda alguna, se superó el estereotipo de los actores en pijamas y hoy valoramos mucho más el contenido emocional de las series de televisión y la importancia de los personajes como elementos que construyen un argumento. En segundo lugar, la serie también contribuyó a denostar el arquetipo de policía duro, insensible y perdonavidas, del que algunos actores habían logrado hacer un arte repetitivo y monótono; completamente alejado de la realidad. Por desgracia, como toda moda resurgirá tarde o temprano. Lo importante es confirmar, en este caso que es el que nos atañe, que la serie ha provisto al mundo de la ciencia ficción de un referente de calidad, donde se mezcló la intriga y el misterio con la inteligencia y un contenido de calidad.

Fijémonos hasta que punto la serie constituye un referente que los actores, diez años después, todavía no han conseguido superar a sus personajes. Tanto David como Gillian continúan siendo devorados por Mulder y Scully, metafóricamente hablando, como Saturno y sus hijos. Lo han intentado, pero la fuerza de los personajes y de la serie les oprime y pasarán aún algunos años hasta que puedan remontar el vuelo en sus carreras. Algo similar le sucedió a Cervantes. ¿Si preguntáramos a alguien de la calle hoy, podría decirnos alguna obra de Cervantes que no sea el Quijote?

Creo haber argumentado algunas similitudes o casualidades entre la serie de Carter y el libro de Cervantes. Como toda comparación, por odiosa que sea, ayuda a comprender y a tener una imagen más clara de lo que tenemos delante de nosotros. Hay poco del Quijote en Mulder, pero hay mucho de Sancho en Scully. No me cabe la menor duda. Y mientras haya un molino sobre el que abalanzarse, también existirá un Sancho que diga: “Mire vuestra merced, que no son ovnis. Son molinos.”

Grandes Villanos IV Hannibal Lecter


Cuando el enemigo está en nuestro interior. Cuando ahogamos los lamentos y chillidos de una parte de nosotros mismos. Cuando nos afanamos en esconder a los demás, lo que puede haber en nuestro interior. Cuando no queremos mirarnos al espejo, por temor a reflejarnos en una verdad que no podemos tolerar.


Me resulta extremadamente complejo montar un hilo conductor sobre esta figura, así que aún a riesgo de parecer desordenado y algo caótico, hablaré de los distintos aspectos del personaje libremente.

Sé que Lecter no es exactamente un personaje de ciencia ficción, pero siempre tuve la impresión de que hubiera sido un personaje excelente para una historia ambientada en el futuro, donde se supone que la humanidad sería mucho más avanzada y debiera haber podido dejar más atrás sus instintos más básicos. Admito, de todas formas, que los libros de Harris, al tener un marco de tiempo más cercano a nuestra época, confieren muchísima más fuerza y realismo al personaje.

De entre todos los males que nos azotan cuando vemos a Lecter es su antropofagia reconocida. Observamos claramente que es una desviación, un descarrilamiento de la persona, pero lejos de avergonzarse, el personaje lo convierte en su forma de vida. Hace de su enfermedad, una exaltación personal y una virtud. Para Lecter, la línea entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto no es que resulte borrosa, sencillamente la ha cambiado de lugar. Ha construido su propia ética y un sistema de valores a su medida.

El segundo rasgo que define a este personaje y que, de forma natural nos estremece, es su inteligencia. Brutalidad y sabiduría son un binomio que roza la aberración, poco dado a encuentros positivos; y así es como Lecter aparece ante el espectador. Y cuidado … que no me estoy refiriendo a sus formas siempre educadas y cultas; sino a su inteligencia – la que le ayuda a escapar de la prisión, mezclado con sus largos años dedicados a la investigación de la mente humana. Lecter se manifiesta como alguien amenazador porque, a diferencia de los trastornos de personalidad, él no posee tales limitaciones. Lecter es Jekyll y Hyde a la vez, un ente único que toma lo que desea y lo incorpora a una única personalidad. Hace de sus depravación una faceta más de su psique. Matar no supone un problema, aunque deba existir un motivo: la supervivencia o incluso la diversión.

¿Es consciente Lecter de su propia locura? Creo que no hay duda. Lo es, aunque no le llama por su nombre. Sabe que lo que hace está mal, pero no dentro de su escala moral. ¿Alguien cree que he dicho una tontería? Podemos ver la misma doble moral de Lecter hoy en cualquier país en el que convivan diferentes culturas y aún menos. La pena de muerte o la ablación son manifestaciones donde se sitúa nuestra propia escala moral. Para algunos, matar a un asesino puede significar justicia, para otros no. A un nivel distinto, el personaje de Harris es el reflejo de una postura personal (ciertamente ilegal, no lo discuto). Por tanto, hay mucho de nosotros mismos en la intrincada y maléfica personalidad de un asesino como Lecter.

Otro de los rasgos distintivos que hay en el personaje es su galopante sentimiento de superioridad. ¿Cómo justifica el creador del personaje que llegue hasta tal extremo? Partiendo de su inteligencia, hasta llegar al hastío dentro de su profesión. Opino (esto es una idea personal) que Lecter debió sentirse amargado en su profesión y, en vez de huir, construyó su propia coraza hasta que ésta le dotó de una escala de valores personal. No fue algo espontáneo, sino una desviación que debió durar años; por eso el personaje sale como alguien adulto que ronda ya los cincuenta. No podía ser de otro modo. Lecter es devorado por su profesión donde ve lo peor de la vida humana. No huye de ese encuentro, pero algo se le contagia y lo asimila. Algo que acaba aflorando en forma de asesino en serie con instintos antropofágicos. El monstruo que crece en él no es el fruto de la amargura, ni del desengaño. Lecter sigue siendo el mismo, pero más enfermo y, por supuesto, más demente.

Dentro de su personalidad, coexisten dos rasgos que provocan perplejidad. El primero es su sentido de la estética y su amor por el arte. Esta cualidad es sólo atribuible a aquellas personas con formación y alma de poeta. No nos escandalicemos, pero Lecter ve arte en su obra, tanto en la pintura como en el canibalismo. ¿Cuál es el tono burlón que mejor usa un poeta? La ironía. Lecter lo es y ejerce esa cualidad consigo mismo y con los demás. Lo hace cuando da de comer carne humana a sus invitados y también cuando hace volver loco al director del centro penitenciario y al FBI.

Lo peor de Lecter, lo que más nos asusta es que no es el fruto de un matrimonio destrozado, ni de un niño con problemas de abusos. No hay a quien echarle la culpa. Aterra comprender que puede convivir un monstruo entre nosotros y que se ha gestado por que sí, sin causa aparente. Puede ayudar a una ancianita a cruzar la calle, de la misma forma que puede matarla. Siguiendo la misma escala de valores en la que cree, fruto de sus experiencias, de su inteligencia y de sus motivaciones personales.

En resumen, Lecter simboliza la maldad que puede provenir de lo más profundo de nuestra personalidad. La peor de todas, aquella maldad que disfraza su esencia y deja de serlo ante nuestros ojos; para ser sólo visible por los demás. No por ello menos cruel, ni menos despiadada. La depravación de la inteligencia; la que demuestra que también la maldad, como la bondad y el odio, es algo que no conoce castas sociales ni prejuicios, sino que puede ser algo tan universal como el amor.

Grandes Villanos III Alien

HR Giger creó en 1978 un extraterrestre abominable y agresivo para la película “Alien”. Tenía formas redondeadas y un aspecto gigantesco.

Rápidamente, esta criatura tomó el protagonismo de la película y supuso el eje de tres secuelas más.

Resulta innegable que la creación de Giger es una de las más prolíficas y extraordinarias del género de ciencia ficción. El hecho de estar moldeada a finales de los años ochenta, no hace sino dotarla de mayor encanto, romanticismo y valor. Opino que, con los métodos actuales de animación y tecnología, difícilmente podrían mejorar la fuerza que transmite en la pantalla. Recientemente, he observado con cierta incredulidad como los productores supeditan un proyecto a los efectos visuales, sin llegar a considerar la carga dramática o emocional que es, la que en el fondo, nos conmueve y nos apasiona a la mayoría de espectadores. El proyecto de Giger logra los dos puntos, tanto carga emocional – ayudado por un buen director y un proyecto – como un aspecto visual digno.

Alien posee cierta reminiscencia humana y, además, cierto aspecto de insecto que resulta temible. El autor logra dotar a la criatura de una imagen que, a diferencia de todo lo visto previamente, se aleja de la estética humana para centrarse más en la apariencia insectívora. James Cameron, que dirigiría la secuela varios años más tarde, insistió en evitar que en su película los Alien anduvieran por ninguna de las escenas, ya que el recuerdo de lo humano reduciría la tensión y el miedo a la bestia. Porque, ciertamente, Alien es una bestia inmensa, rápida, atroz y posee algo muy propio de los villanos, no tener remordimientos al actuar. Su comportamiento, enmarcado dentro la ciencia ficción, es tan lógico y coherente como el de cualquier animal salvaje, aunque potenciado por la ferocidad y la agresividad.

Para empezar a entender la importancia del personaje, debemos estudiar la primera película. Con toda seguridad, si ésta hubiera fracasado por el motivo que fuere, Alien se hubiera hundido detrás. Así que, en cierta medida, no podemos olvidar que hay bastante mérito en todo lo que rodea a la bestia, más allá del genio su creador. Además, en la película original, el monstruo de forma grande, apenas aparece en pantalla y Ridley Scott juega con el espectador al escondite para generar una tensión que, para la época, resultaba poco menos que inconcebible. Puede que últimamente nos hayamos vacunado contra este tipo de escenas en las que esperas y esperas a que suceda algo y sólo sucede cuando no te lo esperas, pero en 1977 eso no era lo más habitual. Se habían hecho muchas y diferentes películas de tensión, pero Alien fue probablemente de las mejores. Se sabe que en la escena en que Harry Dean Stanton buscaba al gato, más de un espectador abandonó la sala agotado. Todo ese mérito no es de Giger, sino del director.

El binomio película/monstruo es indivisible y casi simbiótico. La película hace interesante al Alien y éste, a su vez, hace que la saga sea inolvidable, especialmente en las dos primeras películas (Scott y Cameron). La escena en que le explota el pecho al personaje de John Hurt pasará a la historia como una de las más espeluznantes y atrevidas de la historia del cine, no sólo por su naturalidad (los actores no sabían con exactitud qué sucedería) sino por el punto de inflexión que crea; hay un antes y un después de escena dentro del film construyendo el clímax y preparando al espectador para enfrentarse al Alien.

Luego, hay varios detalles que hacen de esta criatura un villano terrible y peligroso. El hecho de que su sangre sea ácido es algo que juega perfectamente con el subconsciente humano. Muchas personas tienen miedo del fuego y da angustia ver como alguien es quemado. No basta con matar a la bestia, porque en un mal golpe, su sangre te puede abrasar. Tenemos un insecto, ágil y fuerte, cuya sangre resulta abrasadora y que ve a los humanos como una simple fuente de alimento. Otro de los grandes aciertos de Alien es que, en ningún momento, se nos plantea el origen de esta criatura. Siempre nos hicieron creer que exisitiría en la Naturaleza como tantos millones de especies más, sin necesidad de explicar su génesis. No es el fruto de un experimento de laboratorio, ni nada parecido; lo que le confiere un toque divino o maligno, dependiendo de cada uno. Hay quien pudiera verle como el éxito de la evolución; otros tan solo como el ejemplo de un demonio más que ha creado la humanidad.

Así es. Mi fascinación por Alien – que no es mucha, lo confieso – proviene de esa reminiscencia diabólica que emana de su apariencia demoníaca. Cuando me imagino al diablo, veo más a Alien que a un señor con cuernos en la cabeza y vestido de rojo. Le imagino mirándome, como el diseño de Giger, sin ojos. Solamente una boca babeante de ácido que puede devorarte sin remordimientos, sin importarle quién seas.

Alien es el prototipo de enemigo simple y mortal, contra el que estás siempre en inferioridad si te enfrentas a él, de ahí el mérito de derrotarlo. Muchos pueden creer que tampoco es para tanto, pero recordemos que se han hecho cinco películas y todas ellas de alto presupuesto. Pocas bestias han sido tan explotadas y han aportado tanto a la ciencia ficción al mismo tiempo. Pensemos que, todavía hoy, cuando alguien quiere plantear un relato en el que aparece un extraterrestre agresivo, siente la sombra de Alien en el cogote y no puede deshacerse del referente. Por algo será.

Fahrenheit 451


Este artículo constituye un pequeño resumen del comentario de texto que publiqué hace unos meses en mi página personal.


No resultaría pretencioso afirmar que Farenheit 451 se ha convertido ya en un clásico de la literatura, no sólo de ciencia ficción, sino universal. Dejando a un lado la pura anécdota del libro, que todos recordamos con reminiscencias cervantinas y quijotescas, el autor plantea una obra seria y rigurosa con un tema trascendental que pervive todavía hoy en nuestra sociedad. Porque a diferencia de otros muchos libros que fracasan o no logran abordar correctamente su mensaje, Farenheit 451 resulta tan demoledor en su planteamiento como en el contenido. La idea no se encuentra oculta detrás de la anécdota, al contrario, el tema arde entre las páginas como un fuego que es imposible ignorar y que calienta al lector hasta el final.

Muchos tienen en mente la anécdota que destaca entre las páginas de la novela; bomberos que dedican su empeño en quemar libros porque la lectura está prohibida en esa sociedad. No hay duda de que la imagen es, por decirlo de algún modo, imborrable, especialmente para aquellas personas que aman la literatura y disfrutan con ella. Bradbury consigue de esta forma tensionar al lector, casi ofenderle con una idea agresiva y descarada que ataca los propios cimientos de nuestra sociedad. Por que si hay algo que nos distingue de los animales a parte del lenguaje hablado, es también el lenguaje escrito y la transmisión de conocimientos por placer o por necesidad. ¿Qué nos deja una sociedad sin libros? Aquí, en esta pregunta, reside la importancia de la anécdota y da el pistoletazo de salida para el hilo argumental de la novela.

El tiempo se sitúa en una sociedad futura descrita con el suficiente detalle para que nos parezca distinta, si bien muchas descripciones nos resultan familiares en comparación con la nuestra y ayudan al lector en la comprensión de ese mundo. La historia se narra en un plazo de tiempo no superior a una semana, aunque gran parte de la acción se sitúa en dos o tres días que van desde la incineración de la anciana y sus libros, hasta la huida hacia el bosque del protagonista.

El espacio se limita una ciudad, de la que no sabemos su nombre sólo que está cerca de un río y un bosque que lleva al centro del país. Sabemos, eso sí, que la acción transcurre en Estados Unidos y que ese país se encuentra al borde una guerra. Los lugares que utiliza el autor de la novela son variados y están bien detallados, la casa del protagonista, el cuartel de bomberos y las calles de esa ciudad.

La novela gira entorno de varios temas importantes, pero si hay uno que destaca, por encima de otros, es la necesidad que tiene el alma humana en progresar, evolucionar por encima de las convenciones que le rodea hasta encontrar la felicidad. Esta idea, de honda insatisfacción, se percibe con rotundidad en el personaje de Guy Montag, el bombero rebelde que desconoce los auténticos motivos que le impulsan a salvar libros de la quema. No empieza esa tarea por un sentido noble de justicia o rebeldía intelectual; lo hace por motivos tan simples como infantiles, la curiosidad y la necesidad de sentirse vivo. Cuando sospecha que hay algo más a parte de su vida, algo que escapa al control de lo establecido, le resulta imposible dar marcha atrás y retomar su antigua vida.

Mezclado entre las páginas, también descubriremos ideas sugerentes y atractivas, como la lucha del individuo frente a la sociedad establecida; la necesidad de cuestionarse un modelo de felicidad general que aborrece la singularidad de las personas y tiende a la homogeneización del grupo. Estas ideas no son lejanas, sino que podrían aplicarse hoy a la sociedad de inicios del siglo veintiuno. De ahí que la novela de Bradbury tenga tanta fuerza hoy como entonces.

Y por supuesto, no puedo olvidar hacer una referencia explícita a la censura que padece la sociedad descrita en la novela. Aunque Bradbury insiste en su prefacio de 1993 que fue su amor a los libros y a las bibliotecas los que le llevó a escribir el libro, la misma idea de censura y prohibición parece anecdótica cuando la comparamos con la insatisfacción del protagonista. La idea de privación de libertades está perfectamente clara en cada una de las páginas y constituye un elemento clave en la filosofía de la novela. El autor es inmisericorde con esa sociedad, la cual describe con dureza y acaba destruyendo; pero no radica ahí la importancia de la historia, sino la actitud que los distintos personajes presentan ante ésta. Bradbury nos describe una forma de censura, pero nos habla de la lucha frente a la frustración humana. Nos habla de cambio y del ostracismo de un ciudad incapaz de avanzar, prisionera de su falsa felicidad y que destruye su futuro, página a página, con cada incendio. El autor nos describe el efecto de la quema de libros en esa sociedad y es en ese efecto, no en la causa, donde se entretiene hablando al lector de las pasiones humanas; las grandezas y bajezas, la soledad y la búsqueda de algo más, que bien podríamos llamar felicidad. En el fondo, los libros resultan una metáfora que hace referencia al conocimiento humano y la necesidad de expresarse. Acabaremos identificando las páginas de cada libro quemado con sentimientos, sensaciones e ideas que se consumen a cuatrocientos cuarenta y un grados kelvin, dando título al libro.

Ya como último comentario de esta parte y a título personal, no puedo dejar pasar la oportunidad de hablar de la quema de libros como símbolo de destrucción para una sociedad. Hace algunas generaciones, la Santa Inquisición abogó por la quema de libros como método útil y ejemplar frente al ateísmo y la herejía. Si alguien no podía leer aquellas ideas, tampoco podría estudiarlas. La metáfora de la pira como elemento de destrucción de libros no debe extrañarnos como si fuera una apuesta desesperada del autor en un futuro, porque ya ha ocurrido. La Iglesia en el pasado ha utilizado los mismos métodos para luchar contra aquellas ideas que parecían alejarse del dogma de la fe. No funcionaron entonces, Bradbury tampoco las hace funcionar en su obra y eso es remarcable. El autor no ejerce un paralelismo consciente entre ambas situaciones, pero la realidad es que existen semejanzas que se intuyen y no se dicen. El reflejo de una sociedad anclada en el conservadurismo que lucha con todos los medios a su alcance para perpetuarse en el inmovilismo resulta familiar. Una sociedad con normas tan ridículas como auténticas, juzgando o diciendo qué puede hacerse y qué no, lo que está bien y lo que está mal, por absurdo que nos parezca a nosotros como lectores resulta visible entre las páginas de Fahrenheit 451.

El final contiene una fuerza extraordinaria. Creo que se muestra acorde con la idea que el libro transmite, pero produce sensaciones tan agradables como insatisfactorias. Se trata de un final abierto, cargado de esperanza y tristeza al mismo tiempo. El mérito es del autor, de eso no tengo ninguna duda, porque no cae en la facilidad de hacer de Montag un mártir, ni un héroe. Convierte al protagonista en un luchador, en uno más de los vagabundos que guardarán parte de los secretos de la humanidad en su mente. No habrá grandes alabanzas, ni honores para él por haberse enfrentado a sus inquietudes y derrotado a una ciudad entera, con sabueso incluido. De una forma estéticamente perfecta, Montag se convertirá en un libro. La ironía no debe ser tomada a la ligera, pues se convierte en aquello que ha destruido desde que tenía veinte años. De forma consciente, los libros regresan a su estado inicial, la transmisión oral; porque es allí donde iniciaron su camino y es ahí donde no pueden ser destruidos. No sobrevivirán todos, pero el mensaje del autor nos dice que quizás sobreviva lo suficiente para hacer un nuevo mundo, mejor y más inteligente que el actual. La sociedad que no aprende de sus errores, está condenada a repetirlos; la fuerza de la humanidad está en las personas y no en los libros. El avance de todos se relaciona con la interpretación del conocimiento adquirido y de hacer un buen uso de los libros que se tienen.

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El libro puede ser adquirido en cualquier libería. Animo a cualquiera que lo lea. No es excesivamente largo y tiene la virtud de hacerte pensar.