sábado, agosto 19, 2006

De Lectura Obligatoria

La lectura se debe fomentar y apoyar, pero siempre y cuando no nos apunten con un libro a la cabeza.
Leamos lo que nos guste y no lo que nos receten, pero leamos y demos gracias a todos aquellos que han escrito algo que nos haya gustado.

Hace unos días volví a toparme con una entrevista que le estaban haciendo a Arturo Pérez Reverte en la televisión. Por tercera o cuarta vez escuché sus argumentos a favor de la lectura de los clásicos como fuente de enriquecimiento cultural y personal. Durante unos breves segundos, que se me hicieron eternos, me reencontré a mi mismo con el joven de catorce años que fui i que abandonó durante unos años la lectura por culpa de un sistema educativo como el que Arturo se encarga de proclamar a los cuatro vientos a todo aquel que desea escucharle. Por suerte, hoy soy un hombre de más de treinta años y, aunque no poseo el bagaje literario o personal del escritor, sí tengo una experiencia que ha formado un carácter más firme que hace quince años. Por decirlo de algún modo, puedo rebatirle.

Antes que nada, me gustaría dejar bien claro que, a diferencia de muchas personas – Arturo sólo es un ejemplo entre muchos otros, - no creo estar en posesión de la verdad, ni pretendo luchar para imponer mi criterio personal ante el resto del mundo. La vida me ha enseñado, a golpes por supuesto, que no existe el blanco o el negro y que tampoco aquellos que no piensan como yo, están en mi contra. En este artículo sólo pretendo exponer una serie de ideas que se basan en mi propia experiencia.

Baste decir, por muy obvio que sea el comentario, que la lectura es una actividad personal, única e intransferible que rara vez se disfruta acompañado de alguien. La lectura, como lo es también la escritura, constituye una actividad que se da en soledad; a diferencia del cine o la televisión, que puede compartirse con más facilidad. Creo que, precisamente por esa circunstancia de intimidad, las recetas para fomentar la lectura suelen caer en saco roto. Hay lectores que prefieren un tipo de lectura en concreto, hay lectores que pueden detestar un cierto tipo de estructura, hay lectores simples y otros avezados, pero todos comparten la singularidad de empezar un libro, una historia o una aventura. Con esto, pretendo decir que lo importante no es tomar un tipo de libro u otro, sino empezar a leer. Ese es el proceso crucial y el más difícil de conseguir.

Podemos empezar por donde queramos, pero el resto de la vida de alguien que se inicia en el maravilloso mundo de la lectura no puede, ni debe, ser una experiencia frustrante o insatisfactoria. Especialmente en los jóvenes, que son más susceptibles de negarse a realizar actividades que les desagradan, porque rara vez poseen la cualidad del autosacrificio. Mi pregunta es ¿Realmente queremos que nuestra próxima generación vea la lectura como un sacrificio? Yo no lo creo. ¿Qué sentido tiene fomentar la lectura de autores que no gustan entre las mentes menos maduras que no sólo son incapaces de apreciar su valor, sino que, además, acabarán despreciando? No creo que leer a Faulkner, Proust, Cervantes o Shakespeare ayude en lo más mínimo a formar una sociedad más culta, especialmente cuando la misma sociedad no puede apreciar a los clásicos porque los hemos hecho aprender a la fuerza. Muchos herederos del sistema educativo, entre los cuales me incluyo, hemos acabado viendo ciertos autores y ciertas temáticas como un reto complicado y no como una experiencia gratificante. Si alguien, un adolescente por ejemplo, es incapaz de apreciar “El Quijote”, sinceramente, prefiero que no lo lea hasta que no esté capacitado y, si ese momento no legase nunca, no debemos reprochar nada ni demostrar desprecio.

La lectura, el aprendizaje de la misma como tantas otras cosas, es un proceso gradual que comprende varios estadios y niveles. Existe, tanto si lo creen como si no, un proceso de aprendizaje en la lectura. Como tantas otras habilidades, ésta se adquiere o se aprende con un ritmo distinto para cada persona. Hay jóvenes precoces que, con toda seguridad, podrían leer a Niestche y entenderle a pelo; otros, no obstante, necesitarán lecturas comentadas, una profesor de Filosofía y nos cuantos años de experiencia en la vida, para alcanzar ese nivel. Muchos jóvenes no pueden pasar de la lectura de colecciones juveniles y otros, a duras penas, llegarán más allá del diario deportivo los lunes por la mañana. Pero esto no es exclusivo de la lectura, también me he encontrado con personas que a duras penas han podido sobrevivir al paso de monedas como el euro. Todos aprendemos a ritmos distintos, lo importante es que estemos alentados para adquirir esos conocimientos.

¿Qué sentido tiene quejarse porque una sociedad no lee a los clásicos, cuando en su mayor parte les hemos hecho aborrecer la lectura? Arutro Pérez tiene razón cuando sostiene que la sociedad está capacitada para entender a esos clásicos. Me niego a admitir que un matrimonio de cuarenta años que haya podido criar un par de hijos y pagado una hipoteca, no pueda comprender ciertos libros que hablen sobre la fragilidad de la existencia humana. Su experiencia les ha preparado para ello, pero existen dos consideraciones importantes al respecto: primero ¿Les hemos dado las herramientas, les hemos dotado de la capacidad de apreciar el tema literario? Y en segundo lugar, ¿Podemos respetar que ese matrimonio diga que la existencia humana es algo que les tiene sin cuidado, al igual que la literatura? Personalmente, creo que lo que más irrita a ciertos escritores hoy en día, no es sólo que se afirme que se puede vivir sin literatura, sino que además sea cierto. Se puede vivir sin leer a los clásicos, pero es que también se puede disponer de un bagaje cultural sin haberlos leído. La cultura está al alcance de cada vez más personas que no necesitan leerse una biblioteca entera para alcanzar un grado digno de conocimientos. Lo que para unos puede parecer un agravio, en este caso yo creo que es una gran ventaja.

La televisión o el cine, juntamente con la misma escuela, ha informado hasta la saciedad de ciertos temas como el amor que conduce a la destrucción, el amor que sobrevive a los prejuicios de Romeo y Julieta. Si tomáramos a cualquier “yonkie” de la calle sería capaz de hablarnos del tema de esta obra de Shakespeare; con mayor o menor dificultad o lucidez, pero lo haría. Si esto lo hubiéramos hecho hace cien años, con toda seguridad no sería así. Se lo debemos a la televisión y la educación universal que en lugares como Europa se ha ido imponiendo, en detrimento de una visión elitista de la formación humana y la educación. Aquellos que perpetúan una falacia que sostiene que la cultura o la sociedad depende del grado de comprensión de los clásicos, son quienes no pueden adaptarse o sobreponerse a un mundo que está en constante movimiento. ¡Despierten! El mundo ya les ha alcanzado. Hoy, ser un intelectual requiere mucho más trabajo y ser un estudiante menos. El problema no es tanto el esfuerzo que lleva a una persona abnegada en la búsqueda y la satisfacción de la comprensión de los clásicos y su lectura; sino que la distancia que les separa entre aquellos que no lo hacen, pero que disponen de una cultura semejante, cada vez es menor. Eso no significa que un ama de casa puede hablar de la metafísica de Aristóteles, no me malinterpreten. Significa que más jóvenes hoy tienen la oportunidad de adquirir esos conocimientos y que pueden disponer de ellos sin tener que leerse las obras completas del filósofo griego.

¿Significa eso que podemos prescindir de la lectura de los clásicos? Probablemente sea así, pero eso tampoco implica que, si de verdad deseamos obtener una formación sólida, no debamos hacerlo. Creo que no debieran haber lecturas obligatorias, sino obras recomendables. No creo en el discurso que sostiene que nuestra sociedad dependa de la comprensión de las grandes obras de la literatura universal. Hoy, bajaré a la calle y me toparé con gente, bellísimas personas en su mayoría, que no han leído a Joyce, ni Voltaire, ni a Delibes, pero que tampoco sabrían calcular un logaritmo neperiano. Sus vidas no dependen de ello y tampoco echan de menos eso en sus vidas. La lectura se debe fomentar y apoyar, pero siempre y cuando no nos apunten con un libro a la cabeza. Se sorprenderían los profesores de literatura de lo mucho que se puede aprender de obras simples, de escritores menos conocidos y de los gustos de los jóvenes. ¿Saben que hay botellones en los que se discute sobre la existencia humana? El aprecio por los clásicos se da, habitualmente, en gente de edad más avanzada y que tienen una experiencia vital que supera a la de los jóvenes. No significa que estos no puedan valorar esa literatura, pero no es lo habitual. No podemos pretender que aquello que nos gusta, deba gustarles también a nuestros hijos. Ese un error que la humanidad tiende a perpetuar; creer que lo que es bueno para nosotros, es bueno para todos o, en otras palabras, que lo que nos gusta, deben aprenderlo nuestros hijos.

Nunca olvidemos que no hay peor alumno que aquel que no quiere aprender. Fomentar la lectura con los clásicos es un lujo que no podemos permitirnos en la sociedad actual. Deberíamos, en cambio, aprovecharnos de los intereses de nuestros hijos para fomentar la lectura. Los padres deberían pasar más horas con sus hijos y leer sus libros para profundizar en sus intereses. ¿Les parece un sacrificio para los padres? ¿Creen que para los hijos no es un sacrificio hacer lo propio? Tal vez, nuestro egoísmo nos ciega, pero eso es otra historia que puede ser la base para otro artículo. Leamos lo que nos guste y no lo que nos receten, pero leamos y demos gracias a todos aquellos que han escrito algo que nos haya gustado. Tal vez sea eso lo que molesta a escritores de prestigio, que un autor desconocido y mediocre pueda abrir la puerta de la literatura a alguien y le anime a perseverar en la lectura, parafraseando a García Márquez, “en la bendita manía de leer”. No teman, escritores de renombre; la buena literatura no corre peligro. Por lo que respecta a la lectura, si algunos no desisten de su actitud; ya no estoy tan seguro.

No hay comentarios: