miércoles, marzo 14, 2007

Releyendo a Ender


Estos días estoy releyendo la novela "El Juego de Ender", más por curiosidad que por placer, ya que, de tiempo precisamente, no ando sobrado.

El otro día me enteré de que preparaban un película y que Orson Scott estaba participando de manera activa en el guión. Teniendo en cuenta que rara vez los escritores intervienen en los proyectos que plasman sus libros a la gran pantalla y que, cuando esto sucede, el resultado suele salirse de la habitual decepción; me motivó para hacer un esfuerzo y acercarme a la novela. No la leía desde hacía por lo menos doce o quince años.

Sólo quería hacer dos reflexiones muy breves. La primera gira alrededor de la curiosidad de ver el resultado. Me considero escéptico de que logren un producto decente. De hecho, siempre he creído en que mezclar los géneros no resulta buena idea y sospecho que Scott tampoco lo va a lograr. Me da que intentarán mezclar el primer libro con las sagas posteriores de Ender y crear un "batiburrillo" de ideas con cierto sabor comercial, algo alejado de la trama psicológica de "El Juego de Ender" inicial, que es más complicado de trasladar a la pantalla. En cualquier caso, que nadie piense que se trata de una crítica. Mientras el producto sea decente y tenga cierta calidad, me inclino por no mezclar los conceptos. Un tema es el libro y otra muy distinta será la película. De esta forma, la indignación siempre se calma un poco y puedes disfrutar de ambos, del libro y la película. Mi última esperanza es que el escritor haya apostado por ofrecer un toque distinto que complemente sus libros de tal forma, que parezca algo novedoso.

En segundo lugar, me he dado cuenta de que el libro me produce hoy la sensación de que esté escrito para un público mucho más infantil. Quizás no me lo pareciera años atrás cuando lo leí por primera vez y es que el tiempo no pasa en valde. La vida sigue; ha llovido mucho y mi perspectiva de la historia resulta algo distinta. Me siguie pareciendo un buen libro, pero un libro que recomendaría a uno de mis sobrinos. Años atrás llegué a decir "Pero no has leído el juego de Ender" ... hoy, no obstante, diría "De joven leí el juego de Ender y me encantó. Gracias a esto y algún que otro libro, me apasiona la ciencia-ficción".

Vivir para ver y es que la Ciencia Ficción, tampoco es lo que era hace quince años. El libro se me antoja más violento que entonces, incluso carente de cierta compasión humana. Seguro que yo tampoco soy el mismo que era hace quince años.

domingo, marzo 11, 2007

Heroes. El Factor Humano.

Raras veces una serie de ciencia ficción me ha sorprendido tanto como “heroes” que se emite actualmente en Estados Unidos y en España a través del canal SciFi. No hay duda que la televisión está reivindicando, capítulo a capítulo, una nueva forma de entender el culebrón en el siglo veintiuno, mucho más inteligente, aunque se sustente en las mismas bases. Que tenga en cuenta el lector que no voy a desvelar nada de la trama y que este pequeño comentario sirve tanto para aquellos que han visto la serie, como los que no.


No hay duda que el ritmo de Heroes resulta espectacular una vez se ha establecido la dinámica entre los distintos personajes y sus complejas y muy casuales relaciones. Cuando me refiero a casuales, lo hago en el sentido de casualidad, entendido como azar y coincidencia. Porque si hay algo que me ha sorprendido gratamente es lo bien que han hilvanado los distintos guiones y tramas para construir una historia que supera a la anécdota de cada personaje. Me ha dado la sensación, por primera vez en mucho tiempo dentro de una serie, que el guionista escribe un capítulo teniendo en cuenta algo sobre los personajes que, si bien el espectador tal vez no ha visto, el creador de la serie conoce perfectamente y mostrará más adelante. Partiendo de todas estas ideas, las reacciones y posiciones de los personajes resultan mucho más verosímiles y entendemos que las historias sirven a un propósito mayor. Cierto es que todavía estamos en la primera temporada y hay tiempo de sobra para que al creador le urja montar un pirueta argumental por culpa de los actores, el presupuesto etcétera.


Me inclino a pensar que Heroes morirá de éxito por dos motivos. Primero porque cuanto más amplio es el espectro de la audiencia, más difícil resulta tenerlos satisfechos. Sospecho que esta serie puede agradar tanto a seguidores de cómic, fancines etc. como a espectadores de ficción más “culta” o menos histriónica. El abanico es bastante amplio, por lo que he observado y leído al respecto, así que tarde o temprano los guionistas cansarán a alguna de las tipologías de espectador. En segundo lugar, porque pierda la ingenuidad y frescura, algo que también ha podio atraer a gran parte del público. No es menos cierto que sucede muy a menudo y que este riesgo es algo común para todas las series que obtienen un amplio nivel de audiencia, pero Heroes dispone de la habilidad de comedir mucho el uso de la magia y lo fantástico. Lo que hay funcionado hasta el momento, puede que no funcione durante la tercera temporada. Especialmente cuando hayan pasado tantos personajes ante los ojos del espectador, cada uno con su poder y sus circunstancias.


Hace tiempo leí que cualquier historia de ficción debía disponer de un elemento mágico, un chispazo, algo que atrajera y que fuese crucial para enamorar al espectador o al lector. Pongamos algún ejemplo: En Harry Potter es el hecho de la magia en sí. En la trilogía del Señor de los Anillos es, quizás, ese diminuto anillo que envuelve un mundo de tipo medieval. En la Guerra de las Galaxias es la magia y el poder de los Jedi. En Star Trek es todo el concepto de moralidad y responsabilidad ante lo que nos es diferente. No tiene por qué ser un objeto, puede ser una filosofía o una cualidad del protagonista. En el caso de Heroes, sospecho que ese hecho diferencial son las habilidades en sí de cada uno de los agraciados y como las usan. Además, lo hacen de forma tan comedida que el espectador puede sentir la tensión, las ganas que tiene el personaje de usar su poder y también sus temores. Características, por cierto, muy realistas y humanas. A veces he pensado que, de haber adquirido cualquiera de esas habilidades, yo mismo me sentiría como el personaje: atormentado e ilusionado a la vez. Cualquier cambio que sufres, por ejemplo que te salga un grano en la punta de la nariz o algo más discreto, como una mancha en la piel de la espalda, nos genera confusión y cierto malestar. En cierta medida, Heroes plantea esas situaciones y las entrelaza de forma envidiable.


Otra de las grandes cualidades de la serie es el amplio abanico de personajes que aparecen. Soy consciente que, en parte, me contradigo con lo que he dicho anteriormente. Creo que el amplio abanico de personajes puede ser a la larga perjudicial, pero a corto plazo – en este momento mientras escribo yo he visto hasta el capítulo 18 de la primera temporada – genera una sensación agradable de riqueza. La mayoría de personajes son gente corriente; podríamos ser cualquiera de ellos. Así que resulta fácil que todos mostremos simpatía por algunos y otros nos sean más indiferentes. Puede también que aborrezcamos a alguno de ellos. El constante reguero de personajes y actores, cada uno con sus historias y sus problemas, aunque unidos por un finísimo hilo argumental, se entrelaza perfectamente con la tensión de la historia, acelerando y aminorando también el ritmo.


Finalmente, sólo quisiera decir que Heroes es un culebrón, puro y duro, sazonado con un guión más o menos inteligente y cierta verosimilitud en el aspecto más dramático. Pero un culebrón al fin y al cabo; tanto para lo bueno – las ganas de ver el siguiente episodio, - como para lo malo – la sensación de que los guionistas nos están manipulando. Tal vez, esa sea en parte la gracia de la televisión, la de saber que nos están dando una dosis de algo que nos dolerá cuando termine el episodio que estamos viendo.



jueves, febrero 08, 2007

Más Allá del Pijama

¿Para qué sirve la ciencia ficción? Esta es una de las preguntas que, tarde o temprano, nos sobreviene a todos aquellos que hemos leído o leemos habitualmente este tipo de género y, quizás, en menos ocasiones a quienes disfrutan de las películas que el género ha producido. Tal vez sea porque en el mundo del séptimo arte conviven demasiados intereses contrapuestos, mientras unos desean ver una película que excite la mente y les transporte lejos de la realidad, muchos espectadores sólo desean pasar un buen rato y que les entretengan durante hora y media.

Contestando a la pregunta, ahora sí, hace tiempo llegué a la conclusión de que la ciencia ficción no sirve para mucho. Resulta agotador tener que justificarte una y otra vez delante de gente, que a veces conoces y a veces no, en la importancia que tú crees o consideras que la ciencia ficción tiene, ya bien sea en el género literario como en el cinematográfico. Tantas veces me he visto a mí mismo recitando la misma canción en cenas de restaurantes y en bares, que he pensado que sería interesante hacer una recopilación de “mis mejores momentos” y publicarlos en Internet.


Hay muchas personas, amantes de la literatura o el cine, que siempre han arrojado gustos maniqueos por el arte. Aunque lo que verdaderamente demuestran es tener una visión estrecha, egocéntrica y limitada de la vida, no se puede negar que tienen adeptos que no se atreven a cuestionarles. Cuantas veces no hemos pensado que, si éste u otro crítico opina así de cierta película, debe ser verdad. A menudo, ni siquiera nos molestamos en intentar ver algunas películas porque han tenido mala crítica o, al contrario, vamos a verla porque todo el mundo opina que es genial y merece nuestro tiempo. El mercado está montado de esta forma: ves o no vayas; lee o no leas. Algo similar sucede cuando entramos a valorar los distintos géneros, ya sean literarios o cinematográficos. Sucede algo parecido cuando alguien afirma que una comida no le gusta sin haberla probado, simplemente por el olor. Esto huele a ciencia ficción, así que no me interesa. Con esto no insinúo que yo no lo haga, al contrario. Admito mi debilidad y nunca la he escondido detrás de remilgadas excusas.

¿Podemos aprender algo de una serie de televisión en la que aparecen unos señores vestidos en pijamas situados en decorados de plástico y porexpan? Opino que, aunque la pregunta suena ridícula tal y como la formulo, sí es posible. Centrarnos en el vestido de los actores para emitir un juicio de valor, sería igual de sacrílego que afirmar que una escena romántica es mala porque la protagonista viste un jersey de cuello alto. Igual de ridículo que afirmar que una película de dibujos animados no nos gusta por la paleta de colores usada en el diseño. Cuando los árboles no nos dejan ver el bosque, es que hay demasiados prejuicios que nublan nuestra capacidad de crítica y autocrítica; y eso no es bueno. Que nadie me malinterprete, el mundo no termina porque a alguien no pueda ver más allá del pijama, ni se centre en el guión o en el mensaje o en la interpretación de los actores. Sencillamente dice algo de nosotros mismos y me sigo incluyendo.

Cuando somos capaces de deshacernos de nuestros propios prejuicios, ver el contexto y abrir nuestra mente a posibilidades nuevas, es entonces cuando estamos dando un paso hacia delante. Atrevernos a superar nuestros propios gustos y saltar nuestras limitaciones no está al alcance de todo el mundo.


La ciencia ficción, también la literatura fantástica y de ficción en general, ha logrado influenciar a nuestra sociedad generando auténticos iconos para este siglo en el que hemos entrado. Ya no podemos considerarlo bajo mi punto de vista un género menor. Entre muchas otras, esas escenas, personajes etc. podrían estar: hal, Vader, Klaatu, Orson Wells y su programa radiofónico, el mismo Alien y su pareja de baile Ridley, el inigualable Mazinger,

Llevamos más de una siglo de ciencia ficción y muchas de las ideas de los grandes profetas del género se han visto cumplido e incluso superadas. De las grandes obras de Jules Verne, a excepción de “Viaje al Centro de la Tierra”, me atrevería a decir que todas: “Viaje a la Luna”, “Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino” y “La Vuelta al Mundo en Ochenta Días” (Que alguien me corrija, por favor, si ando equivocado). Si consideramos a Verne el precursor del género, podemos afirmar que el abuelo ha logrado anticiparse considerablemente al futuro. Aunque admito que con toda la sega de escritores con culebrones galácticos es difícil que lleguemos a ver un reflejo en nuestra sociedad, es más que probable que las ideas expresadas por distintos autores en películas y libros concretos sí lleguemos a verlas realizadas. No hace mucho me enteré de que la famosa teletransportación de Startrek estaba siendo investigada como algo al alcance de la humanidad y lo mismo con la tecnología de ocultación.


La imaginación puede abrir vías y caminos que muchos no somos capaces de imaginar – permítanme la redundancia. Cada vez que me hago más viejo y más tonto, sospecho que de no haber habido personas que hubieran idealizado un mundo mejor, probablemente todavía estaríamos en la edad media, viviendo dentro de una sociedad feudal en la que existiera una diferencia de clases perfectamente marcada. De hecho, hoy me negaría a vivir en un mundo donde la capacidad de ensoñación se hubiera perdido para siempre y qué es la ciencia ficción, sino la posibilidad de convertir tus historias en algo que trasciende la realidad. Mirar al horizonte y soñar no puede estar mal, al contrario, debiera ser el catalizador para despegarnos o desarraigarnos de muchos de nuestros prejuicios, problemas y frustraciones. Creo que el día que me di cuenta que me gustaba la ciencia ficción también pensé que envidaba a la gente que, dentro de tres cientos años, estaría repasando la historia de la humanidad que yo jamás llegaría a contemplar. Quizás Galielo, Verne, el mismo H.G. Wells sintieron cierta envidia de personas como yo que podrían contemplar un futuro que para ellos era lejano y para mí está a la vuelta de la esquina.

La ciencia ficción permite plantearse hipótesis y realidades que en el presente se nos antojan complicadas. Este género dispone de la virtud de adelantarse a situaciones que, tal vez, las personas de mente más estrecha no llegan a concebir y, disculpen mi atrevimiento no hago una crítica, constato una realidad. Permitid que exponga algún que otro ejemplo fácil.

Hace ciento cincuenta años, si alguien hubiera dibujado una sociedad en la que un tanto por ciento de hombres y mujeres vivieran sin estar casados por la iglesia, probablemente hubiera parecido sacrílego para muchos – aún puede serlo hoy. Tal vez un escritor de la época hubiera pensado que esa sociedad debiera de ser lasciva y dada al adulterio y la promiscuidad. Hoy vivimos en una sociedad que no es ni más ni menos activa sexualmente que hace ciento cincuenta años y las parejas que optan por no casarse, tampoco se montan orgías todos los domingos en vez de ira la iglesia. Con esto quiere ejemplificar que el soñador de aquella época pudiera haber planteado un reto a su imaginación y hoy, nosotros, tendríamos el placer de corroborar y/o contrastar tales hipótesis.

Hace algunos años vi una película de los años treinta en que imaginaban la sociedad del año mil novecientos ochenta y cuatro – ha llovido. Bien, pues en ese boceto de sociedad las parejas que decidían tener un niño se acercaban a una especie de cabina de teléfonos, introducían unos datos y, al abrir una trampilla, aparecía un bebe de pocos meses. Todo en menos de dos minutos. Me hizo gracia porque me pareció ingenuo. En el fondo, la metáfora no me parece hoy tan descabellada, cuando la tecnología nos está sugiriendo que podremos decidir sobre el sexo del niño y algunos rasgos biológicos. De hecho, la fecundación “in vitro” es algo que no podía contemplarse hace noventa años y hoy podemos ser padres y madres sin necesidad de parir, puesto que existen – dentro de unos límites legales, -- las madres de alquiler.


La ciencia ficción también nos ha dotado de una cultura especial y, a ello, no sólo se deben los avances tecnológicos, sino también los avances en educación. Tengo la teoría de que, si bien la imaginación es algo acultural e intemporal, la formación académica ayuda mucho para la difusión de este género en concreto. Cuanto más leemos, más estudiamos, nuestros esquemas imaginativos dentro de la mente se vuelven más complejos. No dispongo de pruebas, insisto que se trata de una teoría mía. Sospecho que los grandes logros en materia educacional han creado también una buena base receptiva a este género. En mi visión personal, siempre he ligado la ciencia ficción con el desarrollo de sociedades y el reflejo de éstas en el futuro. Nunca necesité que la definición del género me lo corroborara, porque no puede ser de otro modo; no puedo concebirlo de forma distinta. La ciencia ficción se centra en la especulación sobre la sociedad y el individuo y los efectos que conlleva la tecnología sobre ellos. Hay mucho de especulación sociología, de antropología y tecnología salpicado con dosis de esoterismo y adivinación.

Para mí es el género perfecto para hombres y mujeres de ciencia, ya que permite que reflexionen sobre aspectos antropológicos y sociales (más humanos) que pueden tener ciertas situaciones y, también el género perfecto para los de letras, ya que estimula la imaginación y les acerca a un mundo más científico. Admito que, ahora, estoy hablando del tipo de ciencia ficción con la que más disfruto yo, no con la ciencia ficción comercial que vemos muchas veces en las películas o la televisión.


La ciencia ficción como género no debe ser la excusa para vomitar cientos de ideas y plasmarlas en papel o en películas. Si alguien cree eso, es que de verdad no aprecia ni el cine ni la literatura, sólo las ve como una mera forma de entretnimiento. La ciencia ficción literaria no puede desentenderse de una serie de reglas, como el tema, la cohesión del texto, la estética etc. Es más, todos aquellos que no siguen las normas elementales de escritura en libros, rara vez suelen destacar. En el género literario, la ciencia ficción plantea temas universales como el amor, la superación, los deseos de libertad y un millón de etcéteras. Algo similar y pasado por el filtro del séptimo arte sucede en el cine. Últimamente han surgido películas que priman los efectos visuales sobre el contenido y, no nos engañemos, todas han pasado como lo que son; intentos de dar taquillazos. En cambio, muchas otras películas modestas han sorprendido no tanto por los efectos especiales, sino por el uso apropiado del género y esto tampoco ha impedido que hayan hecho una buena recaudación, ni hayan satisfecho a los críticos más exigentes.

Debo dar la razón a muchos que desconfían de todo aquellos que valora la forma por encima del contenido. Especialmente, en estos días de borrachera tecnológica en que es más barato producir efectos especiales de calidad. Aunque no seamos hipócritas, realizar efectos de calidad no implica que la película sea buena. El binomio efectos especiales y ciencia ficción se está llevando a unos extremos que empalagan, por mucho que llenen salas de cine. Por tanto, asociar la ciencia ficción como caldo de películas que priman la forma sobre el mensaje; también sería de gente con mirada estrecha. Veamos más allá del pijama.


Retomando, de nuevo la pregunta del principio; ¿Para qué sirve la ciencia ficción? Deseo haber hecho una aclaración rotunda. Para hoy, para nuestro día a día particular no sirve de mucho, no nos hace mejores ni peores personas, ni más ricos ni más pobres. La ciencia ficción posee, eso sí, ese pequeño encanto de la humanidad, luchando por ofrecer una perspectiva que nos ilumine sobre el tipo de sociedad en la que queremos convertirnos o de la que queremos huir. La ciencia ficción puede ser el trampolín para reflexionar sobre muchos de los valores que deseamos que se transmitan tras nuestra muerte, o sólo el reflejo de aquello que no queremos que sea. Siempre he creído, en mi ingenuidad, que no existe mejor género para intentar cambiar el futuro o, al menos, para intentar sembrar en él nuestras creencias. Si no nos apasiona el futuro, ¿Cómo podemos disfrutar del presente?


martes, diciembre 19, 2006

La Guerra Interminable de Joe Haldeman

Excelente y muy recomendable libro del escritor americano Joe Haldeman. Aunque en su momento, sin duda alguna, fue una analogía crítica de la Guerra de Vietnam, actualmente resulta un libro mucho más genérico y universal que en el momento de su publicación en 1975. Haldeman logra transmitirnos la inutilidad y estupidez de la guerra a través de las vivencias personales de un hombre. Todo ello, bajo el prisma de la teoría de la relatividad y la ciencia ficción, que lo convierten en un libro entretenido y ameno.


En el fondo, el libro se disfraza de un aventura, aunque se trata de la aventura existencial del protagonista. Todo cuanto le sucede, se filtra a través de su propia mirada a veces crítica, a veces ingenua y siempre muy particular. Por eso mismo, el libro está narrado en primera persona y, entre los méritos del autor, está el hecho de que este punto pasa casi desapercibido. De hecho, no me di cuenta hasta que no me puse a escribir este pequeño análisis. La historia se construye mediante su rango militar que comprende su etapa inicial como soldado, su ascenso a sargento, su nuevo y breve ascenso a teniente y sus última misión como mayor. Así que asistimos a un viaje personal que comprende su carrera militar durante más de mil años. Sí, has leído bien; mil trecientos años.


Haldeman utiliza la teoría de la relatividad para presentar la guerra. De esta forma, mientras para los soldados un salto a velocidad luz les supone apenas unos meses de vida, en la tierra transcurren años o siglos enteros. Las batallas se suceden a muchos años luz de la tierra, así que el mando que lanza una misión nunca vive para ver su éxito o su fracaso; los soldados, en cambio, sí. Esta separación permite construir una compleja e intensa soledad en el protagonista y los demás personajes de la historia. Además, esta intrincada forma de guerrear favorece la alienación de los personajes respecto a la sociedad en la que nacieron y la que encuentran en cada regreso. Por eso, nunca pueden adaptarse al cambio de la vida en la tierra y optan por seguir en la guerra porque, en el fondo, es lo único que conocen y lo que permanece familiar en sus vidas.


Pero el libro no sólo se llama “La Guerra Interminable” porque dure tantos años, sino porque William Mandella, el protagonista, no puede desembarazarse de esta guerra. Haldeman da por sentado a la mitad del libro que la guerra sólo terminará cuando el protagonista muera. El mando militar se describe como uno de los causantes para tal agonía, hasta el punto de que manipulan a los soldados para que regresen a la guerra y obligan a los supervivientes a reengancharse una y otra vez con medios más que dudosos. No es de extrañar que para Mandella, esa guerra no tenga fin y no pueda desquitarse de ella.


Hay muchos elementos que me encantan de libro y me sorprendieron cuando lo leí por primera vez. Para mí, lo más interesante es el talento de Haldeman para extrapolar lo que él conoce de la guerra a la ciencia ficción. Usa perfectamente los recursos de la ciencia ficción con un propósito; pongamos ejemplos, pero antes debo avisar al lector de que a partir de este punto hay material que detalla la historia y puede arruinar la lectura (spoilers).



La primera misión en la que Mandella es un soldado y recibe entrenamiento me resultó muy dura y cruel. El escritor consigue transmitirnos la idea de que los militares no saben a qué se enfrentan, pero eso no les preocupa ni le amedrenta. Entrenan con material poco apto, a veces demasiado peligroso, pero ello tampoco impide que sigan adelante con su misión. Están dispuestos a atacar a un enemigo del que no conocen nada y, como es de esperar, los errores de inteligencia aparecen. El escenario para el que se entrenan, acaba no teniendo nada que ver con el escenario real. Los enemigos no acaban siendo lo que ellos creen que son, ni tampoco su comportamiento. Los compañeros mueren por nada y la guerra se muestra mucho más ilógica y ambigua de lo que creían. El clímax de esta posición aparece cuando Mandella reconoce que disparó porque había sido manipulado y sugestionado para hacerlo, no porque estuviera en peligro.


El regreso es otra dosis de realismo y crueldad por parte del autor, porque consigue el objetivo de mostrarnos los problemas de la guerra y sus consecuencias bajo el prisma de la ciencia ficción. Cuando Mandella regresa a la Tierra, los militares manipulan a la opinión pública para hacerles creer que han sido héroes y su batalla justa, aunque en el fondo sólo haya sido una carnicería controlada por hipnosis. Mandella no encuentra consuelo en su regreso por varios motivos; en primer lugar por su estado de ánimo, culpable y atormentado, y en segundo lugar porque su mundo ha cambiado tanto en esos años que apenas lo reconoce y no lo reconoce como propio. Eso y el empujón manipulador del mando militar, le obligan a volver al combate con falsas promesas que ya no pueden engañarle. Descubre que las promesas de bienestar y riqueza tras haber servido a su país o su planeta eran falsas y, lo que es peor, no puede denunciarlo ni puede rebelarse. Su única salida consiste en mirar hacia adelante, donde tampoco tiene nada.


El resto ya sucede todo por inercia. Haldeman logra transmitirnos la idea de que el protagonista no es un héroe, sino una persona normal que ha sido víctima de las circunstancias y que sigue su camino porque no le queda más remedio. Sus alicientes, como el amor de una mujer, acaban por desaparecer por culpa del mundo en el que vive. Atrapado, no puede luchar ni desquitarse de lo único que conoce, a la vez que observa que el mundo que más seguridad le ofrecía también evoluciona y cambia. El ejército que él conocía de soldado ya no es el mismo cuando asciende a mayor. Tampoco lo es la visión que tienen los demás de él, ni el prisma con el que juzga la sociedad militar a la que debe adaptarse. Ni siquiera cuando alcanza el grado de mayor y es un mando militar, el entorno se adapta a su forma de vida. Es la sociedad y los nuevos subordinados los que luchan contra él y le juzgan como un anacronismo o un vejestorio. De la misma forma que hoy juzgaríamos a un “caballero de la mesa redonda” dirigiendo un batallón militar del siglo XXI.


Lo que siempre queda patente durante las páginas del libro es la inutilidad y sin sentido de la guerra que han emprendido. Haldeman utiliza con gran maestría a su personaje Mandella para hacernos ver lo largos y desquiciantes que pueden ser los conflictos bélicos hasta el punto de reconocer que llega el momento en el que ya no sabes por qué se está luchando, ni para quien. Otro de los aciertos del escritor tienen que ver con el final, en el que la guerra acaba casi de la misma forma que empezó; sin saber muy bien por qué, ni cómo. La información que tiene el lector es la misma que recibiría un soldado y la sensación final resulta desconcertante. Se ha luchado sin saber por qué y sólo podemos dar gracias de que, al final, todo haya acabado. No hay vencedores, sólo vencidos en una guerra que ha sido eterna en el tiempo y a los ojos del protagonista.


Después de tanto desasosiego emocional y el fin de una guerra estúpida llega el consuelo para el protagonista. El autor es condescendiente con su personaje, de eso no hay duda. Ofrece un final feliz y poco verosímil con la inercia que mantiene el libro de autodestrucción y los comentarios que hace el superviviente durante toda la lectura donde se entreve que nada puede terminar bien. Al principio me produjo una sensación agridulce, pero he comprendido que el pobre Mandella se merecía un final feliz y, en segundo lugar, una historia narrada en primera persona es poco más que absurda cuando el protagonista muere al final del relato. Por eso mismo, he acabado aceptando el dulce destino del protagonista, no porque sea el más adecuado para esa historia, sino porque era el más justo de entre todos los posibles.


En resumen, esta novela combina perfectamente mensaje con historia. Sin duda alguna, se trata de un ejemplo de novela de ciencia ficción. El autor logra fundir en la misma historia una visión moral de la guerra y una historia ficticia. Creo que son necesarias muchas más novelas como esta para lograr que la ciencia ficción gane prestigio día a día. Con autores como Haldeman seguro que será así.

sábado, agosto 19, 2006

De Lectura Obligatoria

La lectura se debe fomentar y apoyar, pero siempre y cuando no nos apunten con un libro a la cabeza.
Leamos lo que nos guste y no lo que nos receten, pero leamos y demos gracias a todos aquellos que han escrito algo que nos haya gustado.

Hace unos días volví a toparme con una entrevista que le estaban haciendo a Arturo Pérez Reverte en la televisión. Por tercera o cuarta vez escuché sus argumentos a favor de la lectura de los clásicos como fuente de enriquecimiento cultural y personal. Durante unos breves segundos, que se me hicieron eternos, me reencontré a mi mismo con el joven de catorce años que fui i que abandonó durante unos años la lectura por culpa de un sistema educativo como el que Arturo se encarga de proclamar a los cuatro vientos a todo aquel que desea escucharle. Por suerte, hoy soy un hombre de más de treinta años y, aunque no poseo el bagaje literario o personal del escritor, sí tengo una experiencia que ha formado un carácter más firme que hace quince años. Por decirlo de algún modo, puedo rebatirle.

Antes que nada, me gustaría dejar bien claro que, a diferencia de muchas personas – Arturo sólo es un ejemplo entre muchos otros, - no creo estar en posesión de la verdad, ni pretendo luchar para imponer mi criterio personal ante el resto del mundo. La vida me ha enseñado, a golpes por supuesto, que no existe el blanco o el negro y que tampoco aquellos que no piensan como yo, están en mi contra. En este artículo sólo pretendo exponer una serie de ideas que se basan en mi propia experiencia.

Baste decir, por muy obvio que sea el comentario, que la lectura es una actividad personal, única e intransferible que rara vez se disfruta acompañado de alguien. La lectura, como lo es también la escritura, constituye una actividad que se da en soledad; a diferencia del cine o la televisión, que puede compartirse con más facilidad. Creo que, precisamente por esa circunstancia de intimidad, las recetas para fomentar la lectura suelen caer en saco roto. Hay lectores que prefieren un tipo de lectura en concreto, hay lectores que pueden detestar un cierto tipo de estructura, hay lectores simples y otros avezados, pero todos comparten la singularidad de empezar un libro, una historia o una aventura. Con esto, pretendo decir que lo importante no es tomar un tipo de libro u otro, sino empezar a leer. Ese es el proceso crucial y el más difícil de conseguir.

Podemos empezar por donde queramos, pero el resto de la vida de alguien que se inicia en el maravilloso mundo de la lectura no puede, ni debe, ser una experiencia frustrante o insatisfactoria. Especialmente en los jóvenes, que son más susceptibles de negarse a realizar actividades que les desagradan, porque rara vez poseen la cualidad del autosacrificio. Mi pregunta es ¿Realmente queremos que nuestra próxima generación vea la lectura como un sacrificio? Yo no lo creo. ¿Qué sentido tiene fomentar la lectura de autores que no gustan entre las mentes menos maduras que no sólo son incapaces de apreciar su valor, sino que, además, acabarán despreciando? No creo que leer a Faulkner, Proust, Cervantes o Shakespeare ayude en lo más mínimo a formar una sociedad más culta, especialmente cuando la misma sociedad no puede apreciar a los clásicos porque los hemos hecho aprender a la fuerza. Muchos herederos del sistema educativo, entre los cuales me incluyo, hemos acabado viendo ciertos autores y ciertas temáticas como un reto complicado y no como una experiencia gratificante. Si alguien, un adolescente por ejemplo, es incapaz de apreciar “El Quijote”, sinceramente, prefiero que no lo lea hasta que no esté capacitado y, si ese momento no legase nunca, no debemos reprochar nada ni demostrar desprecio.

La lectura, el aprendizaje de la misma como tantas otras cosas, es un proceso gradual que comprende varios estadios y niveles. Existe, tanto si lo creen como si no, un proceso de aprendizaje en la lectura. Como tantas otras habilidades, ésta se adquiere o se aprende con un ritmo distinto para cada persona. Hay jóvenes precoces que, con toda seguridad, podrían leer a Niestche y entenderle a pelo; otros, no obstante, necesitarán lecturas comentadas, una profesor de Filosofía y nos cuantos años de experiencia en la vida, para alcanzar ese nivel. Muchos jóvenes no pueden pasar de la lectura de colecciones juveniles y otros, a duras penas, llegarán más allá del diario deportivo los lunes por la mañana. Pero esto no es exclusivo de la lectura, también me he encontrado con personas que a duras penas han podido sobrevivir al paso de monedas como el euro. Todos aprendemos a ritmos distintos, lo importante es que estemos alentados para adquirir esos conocimientos.

¿Qué sentido tiene quejarse porque una sociedad no lee a los clásicos, cuando en su mayor parte les hemos hecho aborrecer la lectura? Arutro Pérez tiene razón cuando sostiene que la sociedad está capacitada para entender a esos clásicos. Me niego a admitir que un matrimonio de cuarenta años que haya podido criar un par de hijos y pagado una hipoteca, no pueda comprender ciertos libros que hablen sobre la fragilidad de la existencia humana. Su experiencia les ha preparado para ello, pero existen dos consideraciones importantes al respecto: primero ¿Les hemos dado las herramientas, les hemos dotado de la capacidad de apreciar el tema literario? Y en segundo lugar, ¿Podemos respetar que ese matrimonio diga que la existencia humana es algo que les tiene sin cuidado, al igual que la literatura? Personalmente, creo que lo que más irrita a ciertos escritores hoy en día, no es sólo que se afirme que se puede vivir sin literatura, sino que además sea cierto. Se puede vivir sin leer a los clásicos, pero es que también se puede disponer de un bagaje cultural sin haberlos leído. La cultura está al alcance de cada vez más personas que no necesitan leerse una biblioteca entera para alcanzar un grado digno de conocimientos. Lo que para unos puede parecer un agravio, en este caso yo creo que es una gran ventaja.

La televisión o el cine, juntamente con la misma escuela, ha informado hasta la saciedad de ciertos temas como el amor que conduce a la destrucción, el amor que sobrevive a los prejuicios de Romeo y Julieta. Si tomáramos a cualquier “yonkie” de la calle sería capaz de hablarnos del tema de esta obra de Shakespeare; con mayor o menor dificultad o lucidez, pero lo haría. Si esto lo hubiéramos hecho hace cien años, con toda seguridad no sería así. Se lo debemos a la televisión y la educación universal que en lugares como Europa se ha ido imponiendo, en detrimento de una visión elitista de la formación humana y la educación. Aquellos que perpetúan una falacia que sostiene que la cultura o la sociedad depende del grado de comprensión de los clásicos, son quienes no pueden adaptarse o sobreponerse a un mundo que está en constante movimiento. ¡Despierten! El mundo ya les ha alcanzado. Hoy, ser un intelectual requiere mucho más trabajo y ser un estudiante menos. El problema no es tanto el esfuerzo que lleva a una persona abnegada en la búsqueda y la satisfacción de la comprensión de los clásicos y su lectura; sino que la distancia que les separa entre aquellos que no lo hacen, pero que disponen de una cultura semejante, cada vez es menor. Eso no significa que un ama de casa puede hablar de la metafísica de Aristóteles, no me malinterpreten. Significa que más jóvenes hoy tienen la oportunidad de adquirir esos conocimientos y que pueden disponer de ellos sin tener que leerse las obras completas del filósofo griego.

¿Significa eso que podemos prescindir de la lectura de los clásicos? Probablemente sea así, pero eso tampoco implica que, si de verdad deseamos obtener una formación sólida, no debamos hacerlo. Creo que no debieran haber lecturas obligatorias, sino obras recomendables. No creo en el discurso que sostiene que nuestra sociedad dependa de la comprensión de las grandes obras de la literatura universal. Hoy, bajaré a la calle y me toparé con gente, bellísimas personas en su mayoría, que no han leído a Joyce, ni Voltaire, ni a Delibes, pero que tampoco sabrían calcular un logaritmo neperiano. Sus vidas no dependen de ello y tampoco echan de menos eso en sus vidas. La lectura se debe fomentar y apoyar, pero siempre y cuando no nos apunten con un libro a la cabeza. Se sorprenderían los profesores de literatura de lo mucho que se puede aprender de obras simples, de escritores menos conocidos y de los gustos de los jóvenes. ¿Saben que hay botellones en los que se discute sobre la existencia humana? El aprecio por los clásicos se da, habitualmente, en gente de edad más avanzada y que tienen una experiencia vital que supera a la de los jóvenes. No significa que estos no puedan valorar esa literatura, pero no es lo habitual. No podemos pretender que aquello que nos gusta, deba gustarles también a nuestros hijos. Ese un error que la humanidad tiende a perpetuar; creer que lo que es bueno para nosotros, es bueno para todos o, en otras palabras, que lo que nos gusta, deben aprenderlo nuestros hijos.

Nunca olvidemos que no hay peor alumno que aquel que no quiere aprender. Fomentar la lectura con los clásicos es un lujo que no podemos permitirnos en la sociedad actual. Deberíamos, en cambio, aprovecharnos de los intereses de nuestros hijos para fomentar la lectura. Los padres deberían pasar más horas con sus hijos y leer sus libros para profundizar en sus intereses. ¿Les parece un sacrificio para los padres? ¿Creen que para los hijos no es un sacrificio hacer lo propio? Tal vez, nuestro egoísmo nos ciega, pero eso es otra historia que puede ser la base para otro artículo. Leamos lo que nos guste y no lo que nos receten, pero leamos y demos gracias a todos aquellos que han escrito algo que nos haya gustado. Tal vez sea eso lo que molesta a escritores de prestigio, que un autor desconocido y mediocre pueda abrir la puerta de la literatura a alguien y le anime a perseverar en la lectura, parafraseando a García Márquez, “en la bendita manía de leer”. No teman, escritores de renombre; la buena literatura no corre peligro. Por lo que respecta a la lectura, si algunos no desisten de su actitud; ya no estoy tan seguro.

jueves, agosto 10, 2006

Superman Ha Vuelto


Este post contiene información sensible relativa a la película. Que el lector lea bajo su cuenta y riesgo.





Superman se ha visto más fuerte que nunca con balas salpicándole en el ojo, por ejemplo, o deteniendo un avión en caída libre, algo que la tecnología de los años ochenta no estaba preparada para hacer.

Por fin se ha estrenado en las salas de cine la nueva película de Superman. Debo admitir que no debe ser fácil trasladar a la pantalla un cómic y sentir la presencia cercana de Christopher Reeve al mismo tiempo. Superman, y me refiero específicamente a la película, tiene un pasado cercano que no resulta fácil de desdeñar; condiciona a todos: director, actores, guionistas, productores etc. La película, además, ha pasado por muchas vicisitudes y se ha visto sometida durante demasiado tiempo al incesante devaneo de rumores y especulaciones; tanto que creo que ha condicionado a los propios miembros del equipo. Muchos pensábamos que se iban a estrellar o que no estarían a la altura. Pigmalión ha vuelto para reclamar un lugar en la pantalla y éste no es precisamente un héroe de ficción.

Por desgracia, el giro que le han dado a la historia para adecuarla a la primera década del siglo veintiuno, no se ha visto compensada con un guión de cierta calidad. Hollywood nos ha vuelto a servir un plato deliciosamente adornado de efectos especiales, aunque carente de profundidad en el fondo. En ese sentido poco podemos reprocharles porque Superman nunca se ha caracterizado por ser un personaje con un rica complejidad interior ( como lo es Spiderman o en cierta medida Batman ). Siempre ha sido alguien directo que estaba convencido de lo que hacía y ha representado unos valores muy concretos de justicia. En esta película, intentan transmitir cierto atisbo de conflicto personal, pero esto sólo es posible si el personaje toma las riendas de la escena. Si a Clark Kent no le dejan pronunciar más dos frases con verbo sujeto y predicado en toda la película, Superman no le va a la zaga. En tales condiciones, ni Bryan Singer ni ningún otro director puede pretender hacer un trabajo digno presentando al personaje con una duda existencial. El resultado es tan pobre como absurdo. Intentar dar más contenido al argumento sin dejar que los personajes hablen o se expresen es un grave error.

Del nuevo actor, Brandon Routh, sólo puedes pensar en el “follón” en que se ha metido. Mérito no le ha faltado. No me gusta ser duro con los actores, pero resulta tan evidente que, incluso un papel simple como el de Superman, le viene grande y aquí no está interpretando Shakespeare, ni Moliere. Parecerse al difunto Reeve o al dibujo del cómic original, no es motivo suficiente para liderar un proyecto tan ambicioso; y sin héroe … ¿Qué nos queda? No podemos culpar al actor por no tener el carisma de su predecesor, pero en una película tan ambiciosa es requisito imprescindible que el guionista, hasta un cierto punto, facilite las cosas a los actores y este guión no lo hace.

El guión deja poco a la imaginación, a la magia o al encanto de los personajes. Pondré un ejemplo. En el primer Superman, la escena en que el héroe y Lois se encuentran en el balcón para la entrevista respira cierta ternura y expectación. En esta versión me produjo una sensación de indiferencia insufrible. Lois es ahora una mujer moderna que se niega a admitir que busca a un príncipe azul y, además, se rebela contra su amante cuando no le puede dominar. Por otro lado, Superman sigue siendo un personaje de los años sesenta, incapaz de expresar sus sentimientos y con la misma conversación que un peluche de feria. La mezcla es poco menos que insostenible, porque aquí estamos hablando de Superman y no de una película de Woody Allen donde se explotan las diferencias de personalidad de cada uno. Aunque bien pensado, seguro éste último hubiera parido un guión mucho más divertido. ¿Os imagináis? Superman de Woody Allen.

Me empeño en comparar esta película con su predecesora por un motivo simple y es que esta nueva versión no es más que un refrito del guión original con la adaptación a una época más cercana. La lista de coincidencias es larga: el uso de la kriptonita, el plan de Lex Luthor, las correría de Clark por los maizales, el encuentro de Superman y Lois tras un accidente aéreo etc. Etc. También hay diferencias notables, algunas más interesantes que otras, por supuesto. Dos temas llamaron mi atención: las instalaciones del Daily Planet y el nuevo hijo de Superman.

El Daily Planet es el ejemplo magnífico que transmite el guión de “querer y no poder”. Intentan a toda costa crear un ambiente de trabajo periodístico similar al de los años sesenta o setenta y eso, por supuesto, es impensable en una redacción moderna. Esconden los ordenadores y visten a los actores a lo “retro”, pero no consiguen engañar a nadie, ni siquiera con esa cromado amarillento o dorado, reminiscencia de un pasado de tinta y carboncillo. Y luego está el hijo de Superman, del cual yo no tenía noticias y me tomó por sorpresa en la pantalla. Ahora sabemos, por fin, que detrás de ese paquete de color rojo bajo la cintura hay vida y también que Lois vive tras, al menos, un revolcón con el hombre de acero. Aunque la pregunta de verdad sigue siendo, ¿Se quitaría Superman los leotardos para hacer el amor? ¿O lo haría con todo el equipo puesto? Supongo que lo que más morbo les diera a la pareja. Podría seguir y seguir haciendo chistes fáciles, así que dejo a los espectadores que continúen por mí. No es de extrañar que sea lo más divertido de comentar cuando sales de la sala de cine.

La sensación que me ha dejado la película es que los guionistas han hecho un esfuerzo loable para adaptar el clásico a los tiempos modernos y los productores han hecho lo propio para presentar un clásico con la tecnología del siglo veintiuno. Superman se ha visto más fuerte que nunca con balas salpicándole en el ojo, por ejemplo, o deteniendo un avión en caída libre, algo que la tecnología de los años ochenta no estaba preparada para hacer. Pero los guionistas o el director han metido la pata en el momento que se han apartado ligeramente del espíritu original del cómic y han insertado conflictos emocionales más propios de un culebrón que de una héroe. Se puede perdonar a los responsables de la película la ambigüedad en el tiempo y se puede tolerar que luchen por hacer un personaje más original y tridimensional, aunque no a costa de caer una y otra vez en clichés y tópicos. Si se pretende hacer un Superman simple, háganlo simple. Si prefieren hacer un Superman complejo, entonces hagan una película para espectadores inteligentes. No basta con dos frases y tres efectos especiales, para decir que se ha hecho una película para parejas en el cine, pero con mensaje. Tan sólo han hecho el ridículo y, mientras las mentes simples que llenan los cines disfrutan de un rato agradable, personas más hambrientas, intelectualmente hablando, vuelven a sentirse insultadas por Hollywood.

Después de haber visto la película no me cabe duda de que la original con Reeve y Hackman sigue siendo mejor y los efectos especiales no compensan este último intento que deja a Bryan Singer en mal lugar, muy alejado de sus “Sospechosos Habituales”. La industria americana sigue teniendo el dinero y los aficionados al cine con dos dedos de frente o un título universitario seguimos pagando por ver un bodrio en la pantalla. No me extraña que la gente abandone día a día las salas. Desde hace dos años disfruto más con un buen libro que una buena película. ¿Por qué será?

viernes, julio 28, 2006

El Fin de la Eternidad


Este post es un análisis del libro “El Fin de la Eternidad” de Isaac Asimov. El artículo contiene datos y elementos que desvelan el argumento del libro. Si el lector prefiere no encontrar pistas, recomiendo que lea primero el libro.



SINOPSIS:

Andrew Harlan ocupa el cargo de ejecutor dentro de una organización conocida como la Eternidad que existe más allá del tiempo. Su trabajo consiste en ayudar en el cálculo de posibilidades para realizar cambios en el tiempo y también llevarlos a la práctica. La pertenencia a la Eternidad le protege de esos cambios y su status dentro de la organización es inmejorable. Puede modificar el tiempo y ser el único consciente de tales alteraciones. Un día, sin embargo, recibirá un encargo especial que le llevará a conocer a una mujer que cambiará su forma de entender el presente y sus relaciones con la organización se verán comprometidas.
El libro narra los últimos días de la Eternidad, la asociación que controla el destino de la humanidad y el tiempo.


INTRODUCCIÓN

Probablemente, esta novela sea una de las primeras historias de viajes en el tiempo que se hayan escrito donde existe una auténtica y sincera preocupación por cohesionar la historia y no caer en paradojas temporales, tan habituales en el subgénero. La solución de Asimov no es la única, pero dedica un esfuerzo considerable de líneas y párrafos para concretar con el lector una serie de reglas de juego que den sentido a la historia. Explica la vida de los Eternos en comparación con el resto de humanos y propone ejemplos de “causa efecto” posibles para detallar las posibilidades de la historia.

Uno de los puntos más interesantes que debemos comprender de la historia es que parte del supuesto de una paradoja temporal que ha sucedido previamente y que, de forma lógica, se perpetua en el futuro. Harlan será uno de los participantes en esa paradoja, junto con el resto de personajes que se relacionen con él. Algunos lectores aseguran que el libro podría ser una crítica al subgénero de ciencia ficción relacionado con viajes en el tiempo; bajo mi punto de vista no lo creo así. La historia juega sus mejores momentos buscando cerrar ese círculo de paradoja temporal y se convierte, a ratos, en una novela de misterio. El círculo se cerrará o no, dependiendo de las decisiones del protagonista y el clímax de la novela aparecerá hacia el final, cuando todo parezca indicar que la realidad no puede existir y, aún así, lo hace.


LA NARRATIVA

La historia se empieza a explicar desde la mitad. Las primeras descripciones coinciden con casi el final de la parte romántica donde se nos explica que Harlan está haciendo algo ilegal. A continuación, Asimov nos detalla los motivos y retomamos de nuevo la historia hacia la mitad, camino al desenlace final. El tema del libro no se hará evidente hasta la parte final, durante las últimas diez páginas.

Desde el punto de vista de la ciencia ficción, esta novela constituye una aproximación a lo que se conoce como la temática de viajes en el tiempo y paradojas temporales. Aunque pueda parecer obvio, esta temática resulta compleja y conduce a errores fácilmente. Escrita en 1952, Asimov consigue un buen grado de cohesión en la historia y se entretiene en explicar, bien en la narración o bien en boca de los personajes, algunos de los pilares o bases que sustentan su historia.


EL TEMA
Durante la primera parte del libro, carecemos de un tema explícito y podemos imaginarnos que el tema de libro tiene que ver con el destino, la fatalidad o la lucha de los dioses (eternos) por controlar el mundo a su libre antojo. La Eternidad siempre se muestra ante el espectador como algo natural, pero no por ello un lector inteligente pierde de vista el hecho de que lo que hacen está mal. La frialdad del narrador omnisciente cuando aborda ciertos aspectos también ayuda a que mostremos cierto espíritu crítico. No obstante, el libre albedrío y el destino no son, en esencia, un elemento completo, sino una de las partes de la historia.

El tema, sin lugar a dudas, los aclara el autor en boca del personaje de Nöys en el último momento. Asimov nos explica, de manera contundente y apocalíptica, que es en la dificultad cuando la raza humana es más fuerte y crece. El trabajo de la Eternidad y su intento de interferir constantemente en el desarrollo de la humanidad convierte a las personas y sus civilizaciones en culturas mediocres, lentas y atrasadas. Los errores, según nos explica el libro, son la manera de mejorar y alcanzar metas más altas. Sin equivocaciones no puede haber triunfo, sin fracaso no puede existir el acierto. Son caras de la misma moneda y cualquier intento por hacer el camino fácil, frenará y comprometerá a la especie humana. La lucha de la Eternidad por interferir en los aspectos más dudosos de las sociedades, son palos en las ruedas para el avance de esa sociedad, porque se les impide aprender de los errores.

El libro, de forma indirecta, también plantea críticas a aquellos que pretenden dirigir a la sociedad protegiendo a los ciudadanos de ellos mismos. Emana cierto reproche contra el sobreproteccionismo de las gobiernos o instituciones, encarnadas en el libro por la Eternidad y Twissell.


Noys dijo:
—Al impedir los fracasos de la Realidad, la Eternidad también impide el logro de los triunfos. Sólo haciendo frente a las grandes pruebas puede la Humanidad elevarse a nuevas y mayores alturas. Del peligro y de la aventura han salido siempre las fuerzas que han llevado al Hombre a nuevas y más grandes conquistas. ¿No lo entiendes? ¿No comprendes que al impedir las miserias y fracasos que torturan al Hombre, la Eternidad no le deja encontrar sus propias soluciones, difíciles pero provechosas, las soluciones verdaderas que se obtienen al vencer las dificultades, no al evitarlas?
Harlan trató de convencerla:
—Nosotros buscamos el Bien para el mayor número posible...
Noys le interrumpió:
—Supongamos que no se hubiese establecido la Eternidad.
—¿Qué sucedería?
—Puedo explicarte lo que habría sucedido.
Las energías que se consumieron en la Ingeniería Temporal se habrían dedicado a la ciencia Nuclear. La Eternidad no existiría, pero tendríamos el viaje interestelar. El ombre habría llegado a las estrellas unos cien mil siglos antes que en la Realidad actual. Las estrellas habrían estado aún inexploradas y la Humanidad habría conquistado la Galaxia. Habríamos sido los primeros.
—¿Y qué habríamos ganado? —insistió Harlan—. ¿Seríamos más felices?
—¿A quién te refieres? —dijo Noys—. El hombre no estaría solo en este mundo, sino en un millón de mundos. Tendríamos el infinito en nuestras manos. Cada mundo tendría su propio Tiempo, sus valores, la oportunidad de buscar la Felicidad a su manera y en su ambiente. Hay muchas clases de Felicidad, de Bien, una infinita variedad de propósitos. ¡Ése es el Estado básico de la Humanidad!

LOS PERSONAJES

Andrew Harlan

Harlan es un elegido y un privilegiado. De joven, fue sacado del flujo temporal para ingresar en la Eternidad, la sociedad que está por encima de los cambios temporales y que, precisamente, se dedica a provocarlos en nombre de la humanidad. Su interés por la historia le ayudará, sin saber bien por qué, para convertirse en ejecutor. Los ejecutores tienen una responsabilidad directa en los cambios del tiempo y, además, no gozan de buena fama en la Eternidad. Harlan crece infeliz y sin darse cuenta dentro de la Eternidad; y progresa en su trabajo porque es habilidoso en lo suyo. Una mujer cambiará su vida hasta el punto de enamorarse y cuestionar todo su trabajo y su propia vida. Constatará que el amor puede hacer que cambies radicalmente de opinión y te vuelvas en contra de todo en lo que antes creías firmemente. En algunos momentos, Harlan pasará de ser alguien respetado a un loco enamorado y celoso que se rebelará en contra de sus superiores y sus creencias para proteger a su amada Nöys.


El viaje del personaje constituye el cambio de opinión en su interior. Harlan personifica el camino que le conduce de ser un fiel adepto a un rebelde enternecedor, que luchará por lo que cree, a pesar de estar siendo manipulado por terceros. Resulta paradójico que Harlan siempre esté manipulado, ya bien sea por los Eternos o por el personaje de Nöys. Todos le utilizan para sus propios fines, aunque Asimov se encarga de dejar claro en la última escena del libro que la decisión es suya y que la toma por propia voluntad. El peso del destino de la humanidad recae en él y eso le abruma, como es natural, pero también somos testigos de que parece hacer lo correcto cuando llega el momento crucial.

En cierta manera, Harlan es el nuevo mesías que ayudará en la construcción de una humanidad alejada del control de la Eternidad y que dispondrá de un futuro, algo que no ha tenido antes. Tiene la oportunidad tanto de perpetuar la Eternidad como de destruirla y elige en función de sus creencias y su experiencia. Asimov deja bien claro que el destino del personaje está en sus manos y que toma libremente sus decisiones.


Nöys

Nöys será la amada de Harlan y personificará el otro lado de la moneda, el contrapunto a Twissell. Ella no es una humana cualquiera, ha venido del futuro, de más allá de la Eternidad para destruirla con la ayuda de Harlan. Su trabajo será manipular al protagonista o, siendo más suave, su misión será ofrecer a Harlan los datos suficientes para que decida, llegado el momento, si la Eternidad merece seguir existiendo.

Merece la pena recalcar que Asimov insiste en que ella ama a Harlan y que, de alguna forma, se aprovecha de eso para tentarle. Nöys simboliza a Eva, la primera mujer, que ofrece a Adán la manzana de la discordia que provocará la expulsión del paraíso. En esta ocasión no se trata de la expulsión del paraíso, sino la destrucción de una sociedad que no debiera de existir.


La Eternidad

Esta organización simboliza el sobreproteccionismo y la soberbia de la humanidad en el camino de protegerse a sí misma. Se nos presenta como una institución cruel, que está por encima del tiempo y también por encima del bien y del mal. Su nombre, ya de por sí, parece ostentoso porque no es cierto que sean eternos, también tienen límites.

La Eternidad se presenta ante el lector como una asociación con motivos más que dudosos y con un poder incalculable que destinan a un mal entendido servicio de la humanidad para protegerla de sí misma. Sólo la intervención de un grupo de humanos que lograron sobrevivir en una realidad paralela a la influencia de la Eternidad y que poseen un código ético más sensible, consigue destruirla con la ayuda de Harlan, dando título al libro: El Fin de la Eternidad.


CONCLUSIÓN

Se trata de un libro ameno, entretenido y que mejora conforme la lectura va avanzando. Durante la mitad, la acción sufre un pequeño bajón, pero superado ese bache llega la parte más interesante y que acaba enganchando al lector.

La novela se entretiene en algunos momentos explicando los conceptos que serán importantes tener en cuenta para comprender el universo que construye Asimov. No son, en muchos casos, imprescindibles para la comprensión del final, pero ayudan dotando a la historia de una base más sólida. El autor logra superar los continuos problemas de coherencia que tienen las novelas basadas en cambios temporales. Lo hace de forma tan simple que, terminada la lectura, tenemos una sensación agradable de cohesión interna y comprensión de los hechos.

El tema no es denso, aunque tampoco difícil de comprender. Aparece de forma gradual y, lo que un principio nos parece una historia simple, se acaba convirtiendo en una historia simple con mensaje. Se hace justicia y el final, por extraño que parezca, nos deja una sensación agradable, más dulce de lo que pensamos en algún momento de la lectura. Si lo reflexionamos, Harlan termina por destruir una sociedad entera en el futuro para, con la base de lo que resta, ayudar en la construcción de una nueva y más libre. El pasado al servicio del futuro, de un futuro mejor y el fin de una tiranía eterna.
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