jueves, febrero 08, 2007

Más Allá del Pijama

¿Para qué sirve la ciencia ficción? Esta es una de las preguntas que, tarde o temprano, nos sobreviene a todos aquellos que hemos leído o leemos habitualmente este tipo de género y, quizás, en menos ocasiones a quienes disfrutan de las películas que el género ha producido. Tal vez sea porque en el mundo del séptimo arte conviven demasiados intereses contrapuestos, mientras unos desean ver una película que excite la mente y les transporte lejos de la realidad, muchos espectadores sólo desean pasar un buen rato y que les entretengan durante hora y media.

Contestando a la pregunta, ahora sí, hace tiempo llegué a la conclusión de que la ciencia ficción no sirve para mucho. Resulta agotador tener que justificarte una y otra vez delante de gente, que a veces conoces y a veces no, en la importancia que tú crees o consideras que la ciencia ficción tiene, ya bien sea en el género literario como en el cinematográfico. Tantas veces me he visto a mí mismo recitando la misma canción en cenas de restaurantes y en bares, que he pensado que sería interesante hacer una recopilación de “mis mejores momentos” y publicarlos en Internet.


Hay muchas personas, amantes de la literatura o el cine, que siempre han arrojado gustos maniqueos por el arte. Aunque lo que verdaderamente demuestran es tener una visión estrecha, egocéntrica y limitada de la vida, no se puede negar que tienen adeptos que no se atreven a cuestionarles. Cuantas veces no hemos pensado que, si éste u otro crítico opina así de cierta película, debe ser verdad. A menudo, ni siquiera nos molestamos en intentar ver algunas películas porque han tenido mala crítica o, al contrario, vamos a verla porque todo el mundo opina que es genial y merece nuestro tiempo. El mercado está montado de esta forma: ves o no vayas; lee o no leas. Algo similar sucede cuando entramos a valorar los distintos géneros, ya sean literarios o cinematográficos. Sucede algo parecido cuando alguien afirma que una comida no le gusta sin haberla probado, simplemente por el olor. Esto huele a ciencia ficción, así que no me interesa. Con esto no insinúo que yo no lo haga, al contrario. Admito mi debilidad y nunca la he escondido detrás de remilgadas excusas.

¿Podemos aprender algo de una serie de televisión en la que aparecen unos señores vestidos en pijamas situados en decorados de plástico y porexpan? Opino que, aunque la pregunta suena ridícula tal y como la formulo, sí es posible. Centrarnos en el vestido de los actores para emitir un juicio de valor, sería igual de sacrílego que afirmar que una escena romántica es mala porque la protagonista viste un jersey de cuello alto. Igual de ridículo que afirmar que una película de dibujos animados no nos gusta por la paleta de colores usada en el diseño. Cuando los árboles no nos dejan ver el bosque, es que hay demasiados prejuicios que nublan nuestra capacidad de crítica y autocrítica; y eso no es bueno. Que nadie me malinterprete, el mundo no termina porque a alguien no pueda ver más allá del pijama, ni se centre en el guión o en el mensaje o en la interpretación de los actores. Sencillamente dice algo de nosotros mismos y me sigo incluyendo.

Cuando somos capaces de deshacernos de nuestros propios prejuicios, ver el contexto y abrir nuestra mente a posibilidades nuevas, es entonces cuando estamos dando un paso hacia delante. Atrevernos a superar nuestros propios gustos y saltar nuestras limitaciones no está al alcance de todo el mundo.


La ciencia ficción, también la literatura fantástica y de ficción en general, ha logrado influenciar a nuestra sociedad generando auténticos iconos para este siglo en el que hemos entrado. Ya no podemos considerarlo bajo mi punto de vista un género menor. Entre muchas otras, esas escenas, personajes etc. podrían estar: hal, Vader, Klaatu, Orson Wells y su programa radiofónico, el mismo Alien y su pareja de baile Ridley, el inigualable Mazinger,

Llevamos más de una siglo de ciencia ficción y muchas de las ideas de los grandes profetas del género se han visto cumplido e incluso superadas. De las grandes obras de Jules Verne, a excepción de “Viaje al Centro de la Tierra”, me atrevería a decir que todas: “Viaje a la Luna”, “Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino” y “La Vuelta al Mundo en Ochenta Días” (Que alguien me corrija, por favor, si ando equivocado). Si consideramos a Verne el precursor del género, podemos afirmar que el abuelo ha logrado anticiparse considerablemente al futuro. Aunque admito que con toda la sega de escritores con culebrones galácticos es difícil que lleguemos a ver un reflejo en nuestra sociedad, es más que probable que las ideas expresadas por distintos autores en películas y libros concretos sí lleguemos a verlas realizadas. No hace mucho me enteré de que la famosa teletransportación de Startrek estaba siendo investigada como algo al alcance de la humanidad y lo mismo con la tecnología de ocultación.


La imaginación puede abrir vías y caminos que muchos no somos capaces de imaginar – permítanme la redundancia. Cada vez que me hago más viejo y más tonto, sospecho que de no haber habido personas que hubieran idealizado un mundo mejor, probablemente todavía estaríamos en la edad media, viviendo dentro de una sociedad feudal en la que existiera una diferencia de clases perfectamente marcada. De hecho, hoy me negaría a vivir en un mundo donde la capacidad de ensoñación se hubiera perdido para siempre y qué es la ciencia ficción, sino la posibilidad de convertir tus historias en algo que trasciende la realidad. Mirar al horizonte y soñar no puede estar mal, al contrario, debiera ser el catalizador para despegarnos o desarraigarnos de muchos de nuestros prejuicios, problemas y frustraciones. Creo que el día que me di cuenta que me gustaba la ciencia ficción también pensé que envidaba a la gente que, dentro de tres cientos años, estaría repasando la historia de la humanidad que yo jamás llegaría a contemplar. Quizás Galielo, Verne, el mismo H.G. Wells sintieron cierta envidia de personas como yo que podrían contemplar un futuro que para ellos era lejano y para mí está a la vuelta de la esquina.

La ciencia ficción permite plantearse hipótesis y realidades que en el presente se nos antojan complicadas. Este género dispone de la virtud de adelantarse a situaciones que, tal vez, las personas de mente más estrecha no llegan a concebir y, disculpen mi atrevimiento no hago una crítica, constato una realidad. Permitid que exponga algún que otro ejemplo fácil.

Hace ciento cincuenta años, si alguien hubiera dibujado una sociedad en la que un tanto por ciento de hombres y mujeres vivieran sin estar casados por la iglesia, probablemente hubiera parecido sacrílego para muchos – aún puede serlo hoy. Tal vez un escritor de la época hubiera pensado que esa sociedad debiera de ser lasciva y dada al adulterio y la promiscuidad. Hoy vivimos en una sociedad que no es ni más ni menos activa sexualmente que hace ciento cincuenta años y las parejas que optan por no casarse, tampoco se montan orgías todos los domingos en vez de ira la iglesia. Con esto quiere ejemplificar que el soñador de aquella época pudiera haber planteado un reto a su imaginación y hoy, nosotros, tendríamos el placer de corroborar y/o contrastar tales hipótesis.

Hace algunos años vi una película de los años treinta en que imaginaban la sociedad del año mil novecientos ochenta y cuatro – ha llovido. Bien, pues en ese boceto de sociedad las parejas que decidían tener un niño se acercaban a una especie de cabina de teléfonos, introducían unos datos y, al abrir una trampilla, aparecía un bebe de pocos meses. Todo en menos de dos minutos. Me hizo gracia porque me pareció ingenuo. En el fondo, la metáfora no me parece hoy tan descabellada, cuando la tecnología nos está sugiriendo que podremos decidir sobre el sexo del niño y algunos rasgos biológicos. De hecho, la fecundación “in vitro” es algo que no podía contemplarse hace noventa años y hoy podemos ser padres y madres sin necesidad de parir, puesto que existen – dentro de unos límites legales, -- las madres de alquiler.


La ciencia ficción también nos ha dotado de una cultura especial y, a ello, no sólo se deben los avances tecnológicos, sino también los avances en educación. Tengo la teoría de que, si bien la imaginación es algo acultural e intemporal, la formación académica ayuda mucho para la difusión de este género en concreto. Cuanto más leemos, más estudiamos, nuestros esquemas imaginativos dentro de la mente se vuelven más complejos. No dispongo de pruebas, insisto que se trata de una teoría mía. Sospecho que los grandes logros en materia educacional han creado también una buena base receptiva a este género. En mi visión personal, siempre he ligado la ciencia ficción con el desarrollo de sociedades y el reflejo de éstas en el futuro. Nunca necesité que la definición del género me lo corroborara, porque no puede ser de otro modo; no puedo concebirlo de forma distinta. La ciencia ficción se centra en la especulación sobre la sociedad y el individuo y los efectos que conlleva la tecnología sobre ellos. Hay mucho de especulación sociología, de antropología y tecnología salpicado con dosis de esoterismo y adivinación.

Para mí es el género perfecto para hombres y mujeres de ciencia, ya que permite que reflexionen sobre aspectos antropológicos y sociales (más humanos) que pueden tener ciertas situaciones y, también el género perfecto para los de letras, ya que estimula la imaginación y les acerca a un mundo más científico. Admito que, ahora, estoy hablando del tipo de ciencia ficción con la que más disfruto yo, no con la ciencia ficción comercial que vemos muchas veces en las películas o la televisión.


La ciencia ficción como género no debe ser la excusa para vomitar cientos de ideas y plasmarlas en papel o en películas. Si alguien cree eso, es que de verdad no aprecia ni el cine ni la literatura, sólo las ve como una mera forma de entretnimiento. La ciencia ficción literaria no puede desentenderse de una serie de reglas, como el tema, la cohesión del texto, la estética etc. Es más, todos aquellos que no siguen las normas elementales de escritura en libros, rara vez suelen destacar. En el género literario, la ciencia ficción plantea temas universales como el amor, la superación, los deseos de libertad y un millón de etcéteras. Algo similar y pasado por el filtro del séptimo arte sucede en el cine. Últimamente han surgido películas que priman los efectos visuales sobre el contenido y, no nos engañemos, todas han pasado como lo que son; intentos de dar taquillazos. En cambio, muchas otras películas modestas han sorprendido no tanto por los efectos especiales, sino por el uso apropiado del género y esto tampoco ha impedido que hayan hecho una buena recaudación, ni hayan satisfecho a los críticos más exigentes.

Debo dar la razón a muchos que desconfían de todo aquellos que valora la forma por encima del contenido. Especialmente, en estos días de borrachera tecnológica en que es más barato producir efectos especiales de calidad. Aunque no seamos hipócritas, realizar efectos de calidad no implica que la película sea buena. El binomio efectos especiales y ciencia ficción se está llevando a unos extremos que empalagan, por mucho que llenen salas de cine. Por tanto, asociar la ciencia ficción como caldo de películas que priman la forma sobre el mensaje; también sería de gente con mirada estrecha. Veamos más allá del pijama.


Retomando, de nuevo la pregunta del principio; ¿Para qué sirve la ciencia ficción? Deseo haber hecho una aclaración rotunda. Para hoy, para nuestro día a día particular no sirve de mucho, no nos hace mejores ni peores personas, ni más ricos ni más pobres. La ciencia ficción posee, eso sí, ese pequeño encanto de la humanidad, luchando por ofrecer una perspectiva que nos ilumine sobre el tipo de sociedad en la que queremos convertirnos o de la que queremos huir. La ciencia ficción puede ser el trampolín para reflexionar sobre muchos de los valores que deseamos que se transmitan tras nuestra muerte, o sólo el reflejo de aquello que no queremos que sea. Siempre he creído, en mi ingenuidad, que no existe mejor género para intentar cambiar el futuro o, al menos, para intentar sembrar en él nuestras creencias. Si no nos apasiona el futuro, ¿Cómo podemos disfrutar del presente?